Entre puntada y puntada
II
La portera, Julia, escuchó voces y el portazo. Aguzó el oído, pero lo que le valió fueron sus ojos para ver salir, camino de la calle y como alma que lleva el diablo, a la Gertru, si bien a Julia no se le escapó el detalle del hato dentro del pañuelo. Al poco ya lo sabían las vecinas que volvían de comprar lo del día. "Sabe usted, doña Carmen que la Gertru ha cogido el hatillo". Y al rato, la noticia era la comidilla de la escalera, que realmente se producía por el patio de luces: tender y cotillear era una sola cosa. Acaso porque tender un pañuelo costaba diez minutos.
La que durante ese día y otros más no iba a tender, ni lavar, ni zurcir, ni planchar, ni hacer comidas, ni a usar los zorros y el plumero, y ni siquiera iba a hacer camas, deambulaba por Chamberí, con sus pocos pertrechos liados en un pañuelo que colgaba de su brazo izquierdo. El derecho, más libre, dibujaba su enojo en el aire. Tan ensimismada iba que a punto estuvo de ser arrollada por un tranvía en la calle Santa Engracia: ¡Cuidao, chiquilla! gritó el carbonero que dejó su marca en el pañuelo del que sujetó a la Gertru, que no dijo ni pío. Gracias al carbonero el incidente terminó con un ¡Anda con más cuidao! Pero la Gertru no estaba por poner más cuidado. Las palabras dichas por su madre cuando abandonó su pueblo bloqueaban sus sentidos: "Y cuídate de los hombres. Todos quieren lo mismo". A lo que ella, con la ingenuidad y audacia de los diecisiete años, había contestado con otra pregunta: "¿Y padre?" "Padre, también. ¿O acaso padre no es un hombre?" Sí, su padre era un hombre, un hombre al que veía poco, pero que la respetaba y cuidaba que tuviera algo que echarse a la boca y a los hombros. Su padre la respetaba y la quería. "Padre es lo contrario que el señorito Luis", pensó. "Éste acicalado y aquél sudado". Del mismo sudor que ella cuando en los veranos tundía las alfombras en el ático, a pleno sol y tragando el polvo. Aún así, el señorito Luis subía para ver si conseguía colar algún pellizco en sus nalgas, por más que ella se defendiera con la pala de azotar. Aquellos polvos trajeron estos lodos. "¿Y ahora qué hace una?" La mente de Gertru no concebía lo que su cuerpo sí: la vida. Una vida diminuta que a los nueve meses, pediría de comer. ¿Y ahora qué hace una? era la pregunta que su mano dibujaba como un director de orquesta y sus labios repetían como una letanía. Retahíla que otra pregunta ajena rompió:
De historias-matritenses.blogspot.com.es y google.es/maps
?¿Dónde vas tan distraída que no ves a una amiga? ?preguntó Remedios que salía del colmao.
?Ay, perdona, Reme. Es que he cogido un sofoco?
?¿Y eso?
?Que la señora Virtudes ma echao.
?¿Cómo que ta echao? ¿Y por qué?
?Por lo que todas ya sabéis ?contestó algo molesta la Gertru.
?Entonces, ¿es verdá?
?Para desgracia mía y de lo que viene, Reme ?la Gertru se echó a llorar con la mano libre en el vientre.
?Vamos, mujer. Vamos, vamos. Que estás dando el espectáculo.
?Y qué me importa ya ?contestó entre sollozos la que retorcía el atillo como si fuera el pescuezo de un señorito.
De cocinachic.net
?Venga, vamos pa mi casa. Te hago un cafelito y te comes unos retorcidos de anís que hizo mi madre anoche. A ver si te tranquilizas un poco ?invitó la Reme posando la mano sobre la espalda de su amiga?. Porque ni habrás desayunao, seguro.
?Pa cafés está una.
?Pues una tila. Venga, vamos, mujer, que te va a dar un suponcio.
Y allá, calle del Españoleto abajo, se fue la pareja, buscando el número cuatro y el cuarto piso, amén de un poco de tranquilidad, que, aunque pasajera, sería bien recibida por la del suponcio, mientras la otra buscaba su casa y más nuevas dando al diccionario alguna patada que otra.
?Y yo al pueblo no puedo volver así, Reme?
Volver es a veces sinónimo de fracaso. Pero en este caso lo era más de vergüenza. De rabia. De no haber hecho caso a la voz de la experiencia. De haber sucumbido a una o mil mentiras de aquel socaliñero: "Yo me he de casar con mi Gertru, se ponga mi madre como se ponga". Las promesas nunca se cumplen, salvo por necesidad u obligación. A la Gertru siempre le quedaría la duda de haber consentido, duda nacida de un mal sentimiento de culpabilidad incomprensible para los varones de bien pensar. En aquellos tiempos, y aún en estos, una madre soltera era sinónimo de fulana o algún apelativo peor y más que alejado de la verdad. Aunque algo empieza a cambiar, la fuerza de la costumbre y los intereses machistas producen un efecto devastador en la sociedad, así como en los individuos, del género femenino en particular. Incluso el idioma es machista porque a la Gertru no se la puede llamar individua sin tener en cuenta lo que dice el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (véase acepción 6ª de la entrada individuo).[¿Continuará?]