Entre puntada y puntada
III
Foto elmundo.es
Mientras que en los fogones hacía ya rato que bullía el contenido de perolas y ollas, en la escalera los olores producidos por aquéllas empezaban una sinfonía de aromas. Música celestial que despertaba el apetito hasta a los recién comidos. La Reme y Gertru subieron los 80 escalones de madera que separaban el portal de la vivienda de la primera. No tuvieron que llamar con los nudillos a la puerta puesto que el individuo que tomaba la lectura del contador de la luz, mutilado de guerra él, salía en ese momento. Al entrar, el olor a lentejas estofadas se hizo más intenso.
?¡Qué bien huele, madre! ?Saludó la Reme.
?Mejor sabrá, hija ?contestó doña Casta desde la cocina.
?Mire a quién he traído.
En el vano de la puerta inexistente de la cocina, tras una cortina, apareció doña Casta, cuchara en ristre y delantal en pecho. Sopló el contenido de la cuchara y lo sorbió. El saludo fue lacónico, más interesado en su familia que en la visita obligada.
?Estoy haciendo lentejas, a tu padre le gustan mucho.
Y la cocinera despareció tras la cortina de rayas, manta que ya no abrigaba ni esperanzas.
?Sienta, sienta, Gertru, que voy a por la inflexión. ¿Tila o manzanilla?
?Lo que te apañe, Reme.
A Remedios le apañó la manzanilla. Ni hubo inflexión de voz, ni infusión de tila porque no apareció por ningún sitio. El brebaje, colado y humeante, fue servido junto a un plato de retorcidos en la mesa desnuda del comedor, en el que, aparte de este mueble, el aparador y cinco desiguales sillas de enea, a lo sumo cabían cuatro personas más, si exceptuamos la foto de recién casados de doña Casta y el señor Jesús, dueño de la casa, que presidía la estancia. A esa foto se dirigió la Gertru con un gesto de la mano, tras el cuál se llevó a la boca el trozo de retorcido que sostenía. Lo masticó y sin tragar dijo:
Mis padres, JC
?¡Qué guapa, tu madre! Mis padres también tienen u? ?la frase acabó con toses que ahogaron las palabras.
?Mastica bien, que los retorcidos son muy traicioneros. Las miguitas?
Doña Casta salió de la cocina, tomó asiento en el filo de la silla, se secó el sudor con el borde del mandil y preguntó:
?¿Y qué haces tú aquí a estas horas? ¿No deberías andar con tus labores en casa de doña Virtudes?
?Me ha echao, doña Casta ?la Gertru bajó la mirada..
?Algo habrás hecho.
?No madre ?cortó la Reme enérgicamente?. Algo le han hecho a ella, que no es lo mismo. El sinvergüenza ese del señorito Luis?
?Acabáramos. Madre del cielo. Luego tenían razón todas estas deslenguadas. Verás como sentere el Anselmo.
?Ni me lo mente, doña Casta. Ni lo mente. Ay, Dios mío ?Gertru terminó con un suspiro sus palabras sin levantar la vista de la despostillada taza.
?¿Y cómo tas dejao, hija?
?No me he dejao.
?Será bribón el muy canalla. Si fueras mi hija, ahora mismo me acercaba a casa de doña Virtudes con unas tijeras de podar. Por estas ?doña Casta se besó la uña del pulgar cruzado con el índice derecho.
?No sea usté bruta, madre. Lo que menos necesitamos ahora es ensalzar los ánimos.
?Yo no ensalzó a nadie, hija ?corrigió doña Casta a su hija, y se dirigió a la otra joven? ¿Y qué vas a hacer ahora, criatura?
?No sé? ?murmuró Gertru.
Un silencio de dudas e ignorancias se instaló en el comedor. Aquello permitió que oyeran unas fuertes pisadas provenientes de la escalera. Al instante se oyeron golpes apresurados en la puerta.
?¿Espera usted a alguien, madre? ?preguntó extrañada la Reme.
?No. Pero abre, no te quedes ahí como una pánfila. Será cualquier vecina?
?Ay, Dios mío ?exclamó la Reme tapando su cara con las manos después de abrir la puerta.
?Me extraña ?ironizó doña Casta?. En todo caso Satanás. Con el día que llevamos?
Y Satanás no hubiera convulsionado más a la Gertru que quien entró como un torbellino en aquel comedor.
[¿Continuará?]