Episodio 7. Einn feriante:
1ª parte.
Todo iba bien. Acababa de conseguir trabajo como feriante y al día siguiente empezaba en las fiestas del pueblo. Los propietarios de atracciones se desplazaban en varios vehículos, algunos en sus propias caravanas, aunque a mí me tocó ir en una especie de furgoneta junto con otros dos contratados para el verano. Que la furgoneta no tuviese asientos no era un gran problema, ya que solo haríamos 600 km, lo peor es que tampoco tenía donde sujetarse uno dentro, con lo que los tres íbamos de pie y haciendo equilibrios con lo que parecía que estábamos haciendo surf o equilibrando la furgoneta.
Cuando llegamos al pueblo nos recibió una pequeña comisión de bienvenida con un cartel que decía ?Saludos amigos feriantes, bienvenidos a Ultramuerte*?. Joder, casi se me caen las bolas de los ojos al suelo al leer aquello. Parecía un augurio que me hizo recordar, de nuevo, a mis temidos rayos. Después de saludar al comité de recepción y felicitarles por el nombre del pueblo, asegurándoles que no daba grima, nos pusimos manos a la obra a montar la feria.
Hacia más calor del que estaba acostumbrado a padecer aún en agosto, y el ambiente era algo turbio. Cuando fui al baño me di cuenta de que el agüita amarilla se evaporaba antes de tocar urinario. Al comentarlo con los lugareños me dijeron que era cosa del calentamiento loval. ¿Loval?, ¿será global, no?. A lo que ellos me comentaron que un vecino llamado Honorio Loval, pirómano, andaba calentito de lo suyo y había provocado tres incendios en lo que llevábamos de mes.
Como yo era novato, me colocaron junto a Olembe para que fuese aprendiendo el oficio de feriante. Olembe, el veterano, llevaba más de tres semanas en la feria, aunque él entre lágrimas decía que le parecían por lo menos cuatro, y siempre en la atracción conocida como ?Los ponis?. Como la mayoría sabréis consiste en una especie de carrousel pero con ponis. Nada más verlos, me parecieron muy bonitos y simpáticos, aunque estaban un poco sucios y despeluchados y daban bastante asco, razón por la cual para poder subirse había que vestirse con unos trajes de los que se usan para manipular elementos que suponen una amenaza biológica, y que naturalmente entregábamos con la entrada. Mi nuevo amigo decía que, los ponis le recordaban a otro animal pero en pequeño. Después de pensarlo durante diecisiete minutos, llegamos a la conclusión de que tenían un parecido remoto con los pollos.
Olembe era un gran trabajador aunque algo peculiar. Recuerdo que de vez en cuando se paraba, con semblante triste y resbalándole las lágrimas por las mejillas. A continuación arrancaba a cantar ?Siete ponis vienen de Bonanzaaa? de Chiquito, pero súper serio, aunque ahí se partían hasta los mini horses.
Según Olembe, el trabajo principal consistía en hacer acopio de excrementos de pony pero después de las primeras horas de recoger sin parar, no podía comprender de donde salía tanto material de desecho. Y anda que no ?expelían?, parecía que en lugar de agua bebieran Evacuol 1500.
Esa misma noche, después de cerrar la atracción decidí darme una vuelta por el pueblo, y como tenía sed entré en el bar y le pedí al camarero algo sin gas. Rápidamente me sirvió un bocadillo de mortadela espolvoreado con algo que parecía ser queso grana padano. Como me debatía entre decirle ?Oye, que lo que quería era beber y, vaya maridaje rustico-pijo de bocadillo? me salió ?¿A ti también te cayo un rayo? Él me dijo que si y quedamos al día siguiente en los ponis a tomar cazallas.
Después de seis días y treinta y tres mil kilos de caquitas de poni retiradas por Olembe y un servidor, la dirección de la feria decidió enviarme, para que el olor no calase en mí, a los coches de choque. ¡Que pasada de atracción!. Mi trabajo consistía principalmente en cobrar las fichas que se usaban en los coches, poner la música ?to guapa? que se escuchaba en la pista, y lo principal, darle al botón de la sirena para que sonase el tiroriroriroriro ri ro ri, característico de estas pistas
Como lo mío no eran las matemáticas, decidí que en cuanto a la venta de fichas solo se podían comprar una o diez cada vez y por persona. Como la atracción molaba, no pareció ser un problema para nadie.
Estaba fascinado. Todas esas chispas y sin rayos alrededor. Música de la buena en casetes comprados en gasolineras de luxe. Todas aquellas chicas glamourosas vestidas con chandals y con esos peinados tan elegantes y estilosos, y que pasaban el día entero en la pista seduciendo al personal mientras mascaban chicle y palmeaban las manos.
Tenía a toda la muchachada bailando como loca y el sonidito era el clímax. Era tan grande la excitación que a un chaval le dio un ataque por subidón de adrenalina. Los servicios médicos pararon la atracción. Creí que me despedirían, pero el chaval resulto ser un tal Chimo Bayo y al final me dieron un trofeo y me contrataron de DJ para el año siguiente.
*Que sí, que existe el pueblo. Se llama Ultramort y está en Girona.
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