Llevo tres días en cama con fiebre. La casa no se ha venido abajo, pero los niños están histéricos. La mayor está triste porque ve a mamá mal. El baby no para de llorar, porque además de no poder tenerlo en brazos, me he quedado, de golpe y sopetón, sin leche. Me da manotazos en el pecho, chilla.
El padre los cuida a su manera. Con poca paciencia, y alimentándolos a base de comida de restaurante, trozos de queso, galletas, compotas.
Pero a mí, ¿quién me cuida? Desde que recuerdo soy yo la que cuida. Mi madre tenía una u otra cosa por la cual yo tenía que hacerme cargo de las cosas de casa. O simplemente decirle que se abrigue porque se iba a resfriar y tener una crisis de bronquios, uno de sus puntos débiles en los últimos años. Cuando nació la mayor me hice cargo de todo, quizás por mi necesidad de tener las cosas bajo control. Pero en el post parto, cuando llegamos a casa, no me podía levantar a cocinar, y marido demostró que la cocina no es lo suyo. "¿Cuánto aceite hay que poner para hacer la hamburguesa?", "¿A qué temperatura?". Para el segundo nacimiento le pedí a mi madre que se quedara. Por lo menos tenía la comida asegurada.
Pero he estado dos días sin comer. La primera sopa que intentó hacer el padre de las criaturas (sin instrucciones) estaba impasable. La de ayer, siguiendo lo que le decía, fue casi peor. Hoy me he tenido que levantar yo a hacerla. Y sigo mal. Voy por el tercer día de no poder ni estar sentada. Es un gripón brutal, pero además he hecho "crack", de un año y medio sin dormir más de tres horas seguidas, de varios viajes, un marido accidentado. Hice "crack", y aunque mi madre me diría que soy injusta porque mi marido sí se preocupa por mí y me cuida a su manera, necesito que alguien me cuide. Que me de un abrazo y me haga una caricia en la espalda cuando lloro de impotencia.
Eso lo escribí hace diez días. Una hora antes de que viniera el médico y me mandara a urgencias del hospital para confirmar sus sospechas: neumonía.
Me tuvieron varias horas con medicamentos de todo tipo en vena, nebulizaciones, etc. Lloré como loca cuando me dijeron que me olvidara de la lactancia, que la que importaba era yo y mi recuperación. Y me mandaron a casa, haciéndome prometer que haría reposo absolutísimo, o si no me ingresaban.
No sé si fui yo, o mis hijos, quien más lloró por la separación obligada (por riesgo de contagio, según los médicos). Sebastián pasaba delante de mi puerta a los gritos, sin entender, con sus 16 meses, por qué se había quedado sin su teta y encima no podía estar con mamá.
Chloé lloraba, de verme mal, de no poder tener a mamá celebrando su cumpleaños y de haberse quedado sin vacaciones. Supongo que papá quería llorar por eso también...
Tuvo que venir mi madre a dar una mano. Y mi marido que hacerse cargo de todo con los niños: comidas, cambios de cacas (que odia), de dormir al niño y levantarse las mil veces que este se despierta.
La casa no se vino abajo, aunque costó mantenerla en pie. Si mi madre no hubiese venido a ayudar (también en lo afectivo), no sé cómo hubiéramos hecho.
Supongo que esto es el aviso que tenía que dar mi cuerpo, y el toque que necesitaba para frenar un poco. No soy súper-woman, pero cuesta aceptarlo. Como hablaba con Chispuncita, intentamos hacer todo, llevar toda la carga encima, hasta que nuestro cuerpo dice "no más".
Sigo en el proceso de recuperación, cansada aún, pero creo que bastante mejor.
Muero de pena pensando que se nos acabó la lactancia así, de un día para el otro, aunque mucha gente me dice que 16 meses son bastante y que no me debo sentir mal.
Quisiera agradecer, de corazón, a todos los que se han interesado por mi salud. A mi grupito de "las mañanas", que me acompañaron virtualmente cuando estaba en el hospital, y a Marisa, madrestresada, que quiso venir físicamente a estar conmigo. A la Asociación criar con apego, grupo de apoyo a la lactancia de Málaga, que me recomendó María Garrido Lázaro, que me dio una mano y consejos en mis momentos de mayor duda sobre lactancia. Sois realmente maravillosas. También quiero agradecer a las mamis, avisadas a última hora, que trajeron a sus hijas a animar un poco a la mía el día de su cumpleaños. A Johanna, mamás viajeras, que estuvo presente aun estando lejos. A mi suegra, que vino a dar una mano el fin de semana. Y sobre todo a mi mamá, por estar siempre que se la necesita.
Volvemos al ruedo, a media máquina, y tratando de tomar las cosas con calma.
La foto que ilustra este post es Migrant mother, de Dorothea Lange, una de mis fotos favoritas de todos los tiempos.