Tras finalizar el contrato decidí que nunca jamás volvería a trabajar en un ambiente como aquel. Había terminado con los nervios crispados. Durísimas jornadas observando violencia injustificada por doquier. Continuas discusiones entre personas a mi alrededor y un estado de vigilancia exasperante. No, definitivamente no volvería a trabajar jamás en un parque de bolas.
Como tenía bastante tiempo libre y lo de los sudokus se me antojaba digno de Iker Jimenez, comencé a deambular sin rumbo entre las numerosas terrazas de los bares de mi barrio. Como una niña me pregunto si salía en Walking Dead, decidi sentarme a tomar un café y así fue como me di cuenta de que los sobres de azúcar tienen impresos algunos de los más bellos y sabios mensajes que había leído jamás. Uno en concreto decía "El que avisa no es traidor, es avisador" y consiguió que me hiciese un nudo en la garganta de la emoción.
Me aficioné tanto a ellos que día sí, día no, acababa hospitalizado por sobredosis de cafeína. Tras varias semanas siguiendo la misma rutina descubrí que las ambulancias me esperaban en los bares antes de que llegase y gracias a eso, alcancé a verlo claro. Mi destino me llevaba hacia la poesía. Me sentía íntimamente inspirado y decidí que sería poeta, y no un poeta cualquiera, sería el superpoeta.
Comencé a escribir un gran número de horas al día y lo que leía me gustaba, así que decidí ir preparando el terreno para que empezase a conocérseme. Para ello, comencé a expresarme solo en términos liricos. Por ejemplo cuando iba al supermercado y llegaba el momento de pagar la fruta, le espetaba a la chica de la caja
Kiwi ansiado y querido
más bello que la cajera
Si llevarte no pudiera
mi estreñimiento durara
más que el parto de una burra"
O cuando en el bar, el camarero me ofrecía una coca cola, yo le respondía diciendo
Aleja de mí ese brebaje del que manifiestamente huyo
pues cada vez que lo tomo
al escusado voy a soltar un zurullo
A algunos les conseguía emocionar ya que veía como las lágrimas caían por sus mejillas pero he de confesar que, la mayoría, aunque con una sonrisa, me enviaban a la mierda.
Tras varias semanas calentado el ambiente conseguí una audición privada en el teatro local para aficionados, y para la ocasión elegí mi poesía titulada "Por favor, una taza de Gas Mostaza". Creo que no los impresioné mucho pero uno de los presentes esbozó una sonrisa y eso sirvió para que me diesen una oportunidad de actuar en el descanso de "MacGyver trabaja en Mapfre" que era la obra que se representaba esa semana.
Cuando llegó mi momento salí al escenario y el público me recibió con aplausos. Mi poesía magnificaba las cualidades de un alimento, concretamente la mortadela. La titulé "La mortadela de la Adela". Cuando concluí recibí solo un aplauso y creo que fue alguien que intentaba matar un mosquito. Desilusionado me dirigí a despedirme del dueño, pero como había una gran cola de gente esperando para pedir sus bocadillos tuve que aguantar un rato. Cuando por fin la barra del bar quedó despejada el responsable me comunicó sorprendido que el consumo de bocadillos había experimentado un crecimiento sin igual, probablemente porque les había hablado de comida y les había estimulado quizá subliminalmente, el apetito. Me propuso que actuase en todos los descansos de las obras y yo accedí esperando mayores triunfos para mi lírica. La única condición que me impusieron fue que todas mis poesías versaran acerca de suculentas comidas, con el fin de potenciar el efecto deseo en los asistentes. Mis siguientes actuaciones versaron sobre el brécol, el solomillo, las bravas y los pepinillos en vinagre.
Aunque mi éxito poético no era el esperado por mí y en la mayoría de mis intervenciones se escuchaban sonoras risas, lo cierto era que el bar no daba a basto y el propietario decidió abrir un restaurante anexo que también se llenaba todas las noches. Seguía sin hacerme mucha gracia que no se tomaran en serio mi poesía pero me pagaban bien y me incentivaban para que cada vez hablase de comidas más sofisticadas ya que, si bien los bocatas dejaban bastante dinero en caja, aun dejaban más los platos de cocina tecnoemocional.
Un día, charlando con Abelengue que es como se llamaba el dueño, me comento que su máxima aspiración era conseguir las codiciadas estrellas Michelin para su restaurante, que su ídolo máximo era Ferran Adrià y que contaba conmigo para que no le fallase la clientela. Yo le respondí que mi máxima aspiración era no quedarme calvo y que mi ejemplo a seguir era El Pequeño Saltamontes. También le conté la anécdota de cómo me partí el dedo índice de la mano derecha apretando el botón pause en el video, pero no pareció hacerle gracia y desde entonces casi ni nos hablamos.
Esa semana la obra que se representaba era "Power Walker Texas Rangers", en el intermedio salí a escena y recité mi poema "La hamburguesa versus la esferificación de caviar de melón" para atraer a los dos tipos de clientes que el bar y el restaurante necesitaban. Cuando acabé en lugar del silencio habitual seguido de una estampida de gente corriendo para llegar al bar los primeros, escuche una voz que gritaba "recítanos acerca de chuletas a la barbacoa que para brasas ya estas tú". Aquello me dolió, pero como soy un alma pacifica que sigue las enseñanzas de Gandhi, lo localice entre el público y me abalancé sobre él golpeandolo hasta que sangró. Más tarde le pedí disculpas por haberle reventado la nariz desde el calabozo de la comisaría, aunque le dejé caer que me había quedado con su cara.
Como en el calabozo tuve tiempo de reflexionar decidí que lo de la poesía gastronómica no era lo mío. Como disponía de papel y lápiz me puse a escribir, y mientras buscaba inspiración me acorde de tus ojos, y tristemente, fui incapaz de plasmar tanta belleza en el papel. Así, cuando me dejaron salir me compré un bocadillo de panceta y busque trabajo de albañil.
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