Einn y sus locas historias: Episodio 29, Einn en el diván

Tras el accidente del alud, decidí que era hora de visitar al psiquiatra. La orden judicial que me obligaba a hacerlo también me ayudó a tomar la decisión. Últimamente pasaban cosas muy extrañas por mi cabeza. Ideas absurdas como alimentarme a base de empanadillas o ir por la calle  haciendo el robot. Lo cierto es que mi vida había sufrido un vuelco. Bueno, el vuelco lo había sufrido el camión de marisco que pasaba por mi lado y que había generado un alud de hielo "pilé" que consiguió sepultarme durante largos minutos. No conseguían reanimarme y finalmente lo consiguieron gracias a la casualidad.  Ante el tumulto que se montó una anciana desconcertada saco su Taser, (las maquinitas esas de defensa eléctrica) para protegerse, pero viendo como intentaban reanimarme, se distrajo y dejo caer el aparatito sobre el hielo. Con el impacto el Taser se activó y consiguió reanimarme, claro que como yo estaba rodeado de gente a ellos también les llegó la descarga y cayeron al suelo retorciéndose de dolor. Al parecer la anciana no estaba contenta con la potencia inicial del aparato, así que lo llevaba conectado a una batería de un pequeño barco transatlántico que llevaba en el bolso que era del tamaño de una pequeña rulot.

Tras la reanimación llegaron las absurdas explicaciones de la compañía de seguros. Algunas como  "fueron los militares" o "es que el camarero es nuevo" casi consiguen volverme a dejar impedido. El daño estaba hecho y el trauma empezaba a hacer mella en mí.

Así que como decía al principio me presenté, voluntariamente en la consulta de la psiquiatra Emilia Nazapata. Aunque no ya no era una jovencita, poseía una belleza salvaje, es más, era clavadita a un yak, lo que contribuyó a que me sintiera bastante cómodo desde un principio. Si, seguro que podría abrirle mi mente. Nada más presentarnos, me hizo tumbarme en el diván y me preguntó acerca de las ideas, aparentemente absurdas, que estaba teniendo últimamente según constaba en el dosier del seguro. Le dije que necesitaba un vaso de agua para comenzar y respondió, sonriendo (como sonríen los yaks, claro), que no le parecía una idea absurda y me consiguió el vaso. Creo que se extrañó un poco cuando sumergí dos dedos de la mano derecha y  empecé a contarle cosas que rondaban por mi mente.

Me gustan los lenguajes a base de silbidos y collejas. Disfruto llevando en la mano copas de coctel vacías durante horas. Detesto pensar que una menestra no se puede deconstruir, gastronómicamente hablando, claro está. Tengo sueños recurrentes en los que grupos de ancianos hacen el robot. Las cigüeñas me dan asco y desconozco como son las zarigüeyas, cosa que me atormenta. Me dan miedo los perfiles de las personas y más si son los de Facebook. Me encanta el Bacon y otros filósofos ingleses de su generación aunque la panceta le da mil vueltas. Beber con moderación es algo que me repugna. La única Apple buena que hay es la de los Beatles, bueno y la de la sidra, también. Me cuesta bastante escribir Tchaikovsky. Cuando digo "Allegro ma non troppo" me entran ganas de comer spaghetti. Me encantan los flequillos rollo Justin Bieber, pero para otros, concretamente para mis enemigos. Me fascina el ruido que hacen los cerdos, pero  estéticamente me gustaría más si lo hicieran los periquitos. Soy escéptico al respecto de la calvicie u alopecia. Prefiero el lanzamiento de martillo al de disco y cualquiera de los dos antes del último lanzamiento de un disco de Melendi. No me queda claro si donde le empieza el pelo a Garfunkel se sigue llamando frente. Las apariciones de ovnis me resultan creíbles excepto en las que el alienígena que dirige el platillo se peina a lo Anasagasti. Me operaría de la vista si me asegurasen que la intervención no es por vía rectal y que no la realiza un polichinela. Los súper héroes sin poderes no pueden ser personas de mi confianza. De todas las danzas existentes, solo soporto la del sambori. Siempre que veo un bodegón pintado, me enciendo?

De pronto, un gemido me interrumpió. Giré la cabeza y encontré a la doctora llorando pero, curiosamente, con cara de extrema felicidad.

¿Qué le ocurre, Emilia?

 

Es que he encontrado el santo grial de mi profesión. Usted es la persona que me lanzará al estrellato en el mundo de la psiquiatría. Tiene tantos problemas mentales que ahora mismo ni siquiera sé por dónde vamos a empezar. Escribiré libros que financiaran sus tratamientos y mi nuevo estilo de vida ¡Seremos ricos y famosos!

 

Perdone, pero puede repetírmelo, es que me he quedado ligeramente dormido y como tenía los dedos metidos en el vaso de agua me he despertado orinado hasta las rodillas. ¿El diván es de piel o de skay?

 

No se preocupe ahora de eso. Vuelva mañana a las 10 y prepárese para su nueva y maravillosa  vida?

Me marché de la consulta y al girar la esquina, otro accidente. Esta vez un camión cargado con pesas de un gimnasio volcó y me vi sepultado por un nuevo alud. Me trasladaron a un hospital, donde consiguieron reanimarme gracias a electroshocks y a una emisión de Gran Hermano VIP. Lamentablemente había perdido la memoria reciente y no me he acordado de toda esta historia hasta ayer, veintidós años después. Esta mañana he ido a visitar a la doctora al asilo donde reside actualmente. Parece reconocerme aunque no deja de llamarme Huntington. Después de hablar con ella durante cerca de una hora he decidido que el que va a escribir un libro con ideas extrañas voy a ser yo, pero inspirándome en las de ella?

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