Einn y sus locas historias: Episodio 23, Einn y la secta

Acababa de ver en la televisión un reportaje acerca de las sectas y comencé a reflexionar acerca de lo realmente ofrecen y lo que te piden. En la crónica,  comentaban que al principio las personas que entran en la secta se sienten arropadas y queridas. Como siempre había tenido carencias afectivas al haberme criado sin familia, ese punto me llevo a pensar que tal vez podría "aprovecharme" de una secta y recibir durante un tiempo los "mimos" de los integrantes y después, una vez superada esa fase, dejármelo. En principio no debía de haber ningún problema ya que dada mi naturaleza poco crédula, les iba a resultar muy difícil captarme y además, si lo conseguían, mi única posesión era un kiwi que guardaba para una gran ocasión, con lo que la perdida, aunque grande, tampoco sería una desgracia. Resolví entonces que al día siguiente comenzaría mi nueva aventura?

Al día siguiente decidí desayunarme el kiwi y despojarme así de mi única posesión. Lo encontré insípido y sobre todo áspero. Tiempo después me entere de que hay que pelarlos. Tras el desayuno me dediqué a buscar en internet posibles asociaciones que pudiesen ser sectas y me decidí por una que se llamaba "Asociación de Hermanos de la Luz Divina en Camino a la Trascendencia". Estaba claro que era una secta y vía telefónica concerté una entrevista para aquella misma mañana. Comencé a vestirme con mi mejor poncho, pero al intentar atarme los zapatos comprobé que algo en la boca del estómago me impedía agacharme. Tras una rápida inspección con los dedos deduje que se trataba del kiwi así que me puse unas sandalias tipo "Gladiator" que guardaba desde los 12 años y que me tapaban solo la mitad del pie. No estaban mal, aunque el dibujo de Spiderman no me acababa de convencer. Tras una mirada en el espejo en el que me pareció ver el reflejo de una mujer del altiplano peruano, me dirigí a las oficinas de la congregación.

Una secretaria me hizo pasar a un despacho en el que se encontraba un anciano vestido con traje que se presentó como representante de la asociación. Lo extraño era que el traje era de baño, de los que se usan para hacer travesías. Yo iba a preguntarle acerca de su vestimenta, pero viendo mi calzado prescindí de hacerlo. Después de presentarme con el nombre falso de Pedro Parker, le pregunte directamente si su organización era una secta, ocultándole el secreto ánimo de ingresar en ella.


-No. No somos una secta, nuestra intención es guiar a los mayores a alcanzar la meta de?

-Ya, pero eso suena como una secta.

-No, no de ninguna manera. En los revueltos tiempos que corren todos necesitamos un?

-Oiga, ¿seguro que no se trata de una secta?

-No. Las sectas tienen una serie de normas orientadas a modificar la personalidad de las?

-Mire, usted dirá lo que quiera pero esto suena a secta.

-No somos una secta. Somos personas que se interesan por el prójimo y nuestra intención es guiar espiritualmente a otras personas para que alcancen el?

-Vamos a ver, si parece una secta, el lenguaje que usan es de secta, funciona como una secta y huele a secta que tira para atrás es que es una secta.

-Sí, vale lo que usted quiera se trata de una secta pero por favor, le ruego que se marche y me deje tranquilo de una vez que me ha cortado el entrenamiento.

-¿Marcharme? No, si lo que yo quiero es ingresar?

ipp


Así fue como me introduje. Los primeros días acudía por las mañanas y unas personas muy mayores y amables me presentaban a otras personas muy amables y mayores. Acudíamos a talleres en los que nos enseñaban técnicas de meditación y relajación que, la verdad, me vinieron muy bien. Yo intentaba hacer cosas para que me llamasen la atención y poder conocer al líder, pero no conseguía que nadie se enfadase conmigo. En todas las pequeñas reuniones sacaba mi bocata de panceta esperando que alguien me recriminara comer carne y cosas así, pero nunca paso y además tuve que compartir los bocatas, cosa que si me molestó bastante. Allí el intolerante era yo. Empezaron a molestarme cosas como el constante olor a incienso, o las ropas holgadas que llevaba todo el mundo. Por más que preguntaba, nadie me decía quién era el Líder.  Así que en la primera gran reunión a la que acudí no lo dude, y me levanté de entre todos y pregunté.


-Vamos a ver, aquí ¿quién es el líder?


Se hizo el silencio y todos se miraban entre sí sin comprender muy bien la pregunta.


-Bueno, alguien tiene que ser el jefe. ¿Quién toma las decisiones?


De nuevo silencio y perplejidad.


-Bueno, esto es una secta y aquí ninguno puede ir por libre. Tenemos que designar a alguien, un líder supremo que nos lleve hacia nuevas y más grandes metas y que además ponga un poco de orden y prohíba algunas cosas como el olor a incienso y esas ridículas ropas?


Así es como por aclamación popular me convertí en el líder de la secta. Ahora quedaba un largo camino para conseguir convertirnos en una auténtica y poderosa secta capaz de lavarle el cerebro a cualquiera que se acerque a menos de cien metros.

Lo primero era poner alguna norma absurda que nos convirtiese en raros a los ojos de los demás. Se me ocurrieron unas cuantas pero las primeras que introduje fueron la obligación de ingerir algo con panceta cada 2 horas. También la regla de obligado cumplimiento de realizar 150 flexiones diarias acompañadas de series de pesas. También era obligatorio escuchar tres veces al día el disco de "El Misterio de las Voces Búlgaras" y uno de Camarón de la Isla para después, durante tres horas, ensayar todos juntos la fusión de estilos y  conseguir así  intimidar a otras sectas rivales. Por las noches, antes de acostarse había que ver dos películas. Una comedia destarifada tipo "Loca academia de Policía" para que los acólitos se partieran el pecho, y a continuación, siempre, todas las noches del año, "Los puentes de Madison". La idea era que se acostasen todas las noches medio traumatizados, que para algo estaban en una secta.

Tras el primer mes, viendo el ritmo de gimnasio que llevaban los abueletes, empezamos a ofertarlos con éxito como seguratas de puerta en discotecas conflictivas. Resultaron implacables. En pocas semanas adquirieron reputación  de duros y despiadados, sobre todo las ancianas.  Algunos creían que el mérito era de las horas de gimnasio, pero yo sabía que era por "Los puentes de Madison"?

Una mañana, cuando todo parecía ir de perlas, la policía me visitó. Al parecer un seguidor vegetariano se había quejado por la norma de la panceta a su médico y este me había denunciado ya que según él les estaba obligando a malnutrirse. Como ejemplo puso que su paciente había sobrepasado la simbólica cifra de mil de colesterol.

Eso y la denuncia vecinal que básicamente venía a decir que los ensayos del coro les sonaban a mil tíos imitando a Cañita Brava durante horas, consiguieron apartarme definitivamente de mi nueva familia. Días más tarde, leí en los periódicos que la "Asociación de Hermanos de la Luz Divina en Camino a la Trascendencia", no era una secta sino un club de jubilados, pero qué sabrán ellos?

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