Fachada principal de "Las Viñas".
Visto por la noche desde "Las Viñas" de Taty y Juanfran, el pequeño pueblo de Aledo, en la sierra de Murcia, parecía ciertamente un "Belén".
Al fondo, Aledo y su Torre,
visto desde
el lateral de "Las Viñas".
Las luces municipales, salpicadas por sus calles, quieren marcar un sinuoso camino hacia la parte más alta de esta antigua villa medieval, donde se encuentra una majestuosa Torre del Homenaje, que multiplica su altura por situarse en la parte más sobresaliente de una colina. A pesar de someterse al cumplimiento de los tratados sobre arquitectura militar del siglo XV, sus materiales y los arcos de sus bóvedas no olvidan su pasado islámico.
Esta Torre es capaz de ver el mar en un día claro, y, a la vez, ha visto la nieve en contadas ocasiones, no como los techos de la sierra que la contempla, repletos de algodón muchos eneros. Sería la única diferencia con los conjuntos de figuras habituales que lucimos en nuestros salones navideños.
Incluso en éste, nuestro país, internacionalmente conocido por sus muchas horas de luz, y por su intenso sol, tenemos paisajes blancos, como los que emulan los Nacimientos. Al pensar en Belén nos aparece una imagen de dulce pueblo de casas bajas, con tejados nevados y luces de candil al caer el día. Muchos son los que debaten si, cuando ocurrieron los hechos que cambiaron el mundo, el paisaje era realmente así, o por el contrario, triste y árido. Quizá la imagen del hogar contrarrestando el frío de la noche quiera inducir a la unión de los seres queridos alrededor del calor de un fuego.
Al final, la publicidad consumista o la imaginación de la niñez, nos invitan a rodearnos de paisajes con casitas de humeantes chimeneas y lazos rojos en la puerta, ya sea en papel, cartón, chocolate o... ¿bordadas?
Cada año me gusta más que mi decoración navideña sea algo más que un adorno que compré en una tienda. Quiero decorar mi salón con objetos de los que nunca sabré su precio, por su imposible cálculo. No podría equiparar con dinero el tiempo y la maestría que se reflejan en este pañito bordado en rojo a punto de cruz por mi Madre.
Cada puntada, cada giro de muñeca, cada hebra que se acaba, cada persecución del dedal por el suelo... son tantos pequeños momentos que no hay forma de reunirlos en un número. Sólo las que hemos invertido tardes y tardes en un proyecto somos capaces de ver entre los hilos su verdadero valor, y apreciarlo cuando se nos regala el resultado de todo ese esfuerzo.
Bordado con un perfecto y armónico punto de cruz, y en un intenso rojo navidad, llegó a mis emocionadas manos un tapete de generosas dimensiones, que consolida su forma gracias a que está situado sobre lienzo moreno, escondiendo su revés. Es una labor de exposición...
En este tapete se representa cuatro veces la misma imagen de casa de campo en invierno. Pero lo que yo veo son cuatro primas y una guitarra, villancicos inventados, algún manitas con un martillo, bordadoras y tejedoras, una perra blanca ladrándole al humo de un puro, un niño rubio y trece cuencos de uvas... Al bordado sólo le falta un almeriense indalo en la fachada para estar más cerca de Aledo. Soy afortunada por haber vivido unas Navidades tan diferentes.
Es el adorno hecho a medida para engalanar un arcón de mimbre, también con mucha historia... que os contaré otro día.
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