Fui con los niños y mi marido a casa de los abuelos. Tuvimos frío, muuucho frío. Nos pilló la tormenta Hércules, y cayó nieve. ¡A montones!
La nevada me hizo recordar mis inviernos de infancia allí, y aprovechamos para hacer trineo en el parque, como cuando yo era niña.
Pese al frío pudimos disfrutar de la ciudad. Comimos mucho y muy bien, paseamos, fuimos a museos, vimos pingüinos (¡en el Zoo, no en la calle!).
Me gustó volver a mi ciudad querida, y, por un microsegundo me sentí "joven" de nuevo. Reviví mi experiencia del 99 y 2001, y a ratos creía tener a mi lado a alguno de mis amigos brasileños o a los del Met. El espejismo se desvanecía de golpe cuando encontraba junto a mí al guapísimo francés que tengo por marido, empujando el cochecito con los dos niños. ¡Ouch!
Así es que en un momento me escapé de la familia y tuve un ratito de "libertad", que utilicé para hacer un tour fotográfico que me regalaron y del que quiero hablar en un post a parte. Y lo disfruté todo lo que pude. Un paseo por la ciudad haciendo fotos con un guía/profesor.
Además de eso, como decía, comimos muy rico, no sólo en casa (¡qué gusto que te cocinen!!), si no también en la calle. Fuimos al archi-reseñado Burguer Joint, y debo decir que, aunque el lugar me resultó divertido, la hamburguesa me parece absolutamente sobrevalorada. Si vas a NY y quieres comer una rica, rica, la mejor elección es BareBurguer, totalmente ecológica y buenísima: con distintos tipos de carne a elegir, etc.
Conclusiones del viaje tengo pocas, pero importantes: la primera es que mi próximo viaje allí con los niños será en primavera u otoño... eso de ponernos cuatro capas de ropa cada vez que saliamos es demasiado. La segunda es que se me hizo corto, muy corto, pese a tener ganas de estar en casa, me hubiese quedado más días allá... Y la más importante de todas...
¡Que muero por Nueva York!