En algunas ocasiones, mi osadía por iniciarme me ha conducido a un estrepitoso batacazo, pero mi próximo objetivo tenía una característica que podría camuflar mi intromisión en cuanto a técnica: la combinación de colores. Distraer la atención en un resultado más artístico podría dar lugar a un exitoso trabajo, a pesar de algún error en la realización. Y si hay una labor de hilos con aguja corta que destaque por colorista, esa es el bordado mallorquín.
Cruces de hilos, motivos geométricos y la convivencia de vivos colores en pocos centímetros son el patrón que se repite en telas de algodón, normalmente de color blanco, y en piezas más modernas, azul pavo, rosa y amarillo suave. Retorcidos zarcillos cuelgan de flores llenas de movimiento, recordando la naturaleza que los ha inspirado.
El sol del Mediterráneo se vale del mercerizado del hilo para aumentar su brillo sobre curvas y rectas intercaladas en un típico diseño de recuerdo veraniego. Destinados a ropa de hogar para baños y dormitorios, algunos cojines e impresionantes manteles, bordar estos versátiles diseños es rodearse de la luz y la alegría del sur de Europa. Aquí se justifica la forma de ser y de vivir en esta zona. Yo pertenezco a ese grupo que puede cantar fielmente "... si yo... nací en el Mediterráneo..."
Juego de servilletas adornadas con bordado mallorquín, para el ajuar de mi hermana Merche.
También es frecuente en los últimos años encontrar vestidos, faldas y pantalones adornados con tan singular bordado en sus remates, acompañado, para las más exigentes, de llamativas vainicas que sujetan el dobladillo de las prendas.
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