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Entre puntada y puntada
XXII
—Buenos días, madre.
—Uy, qué temprano se levanta la reina de la casa, como diría tu padre, quen gloria esté.
—Es que hace mucho calor. Y en to caso princesa.
—Sí, yo tampoco he descansao bien. ¿Quiés desayunar ya?
—Si, unas sopas de pan, pero no caliente usté la leche.
—Pues no se si hay y cómo estará. Voy a ver.
—Madre.
—Qué.
—Me voy a acercar a ver al Venancio.
—Hija, no me tiés que contar na que no quieras. Y deberías haberlo hecho ya, una cosa es darles cuerda y otra ahorcarlos. Y no tengas prisa en volver, hoy no toca escalera.
—Pero ayer la traje labor de doña Consuelo.
—A ver si ahora me vas a tratar como una inútil.
—Usté dinútil tié poco. Pero antes voy a ver a la Gertru.
—Pues espera un ratito, no son horas de hacer visitas, hija. Mejor a la vuelta. Sólo hay que comprar pan y un clavel, llévate dinero cuando salgas. Y yo que tú, antes me lavaba el pelo, hija. Cuando hagas la escalera tiés que ponerte algo en la cabeza, si no, te llevas to el polvo en la cresta.
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Al final, la Reme salió a media mañana, a pesar de haberse dado un madrugón. Eso sí, más limpia y lozana que una flor en primavera. A la señora Casta le dio tiempo a plancharle la blusa de los domingos. Había que verla, incluso parecía orgullosa de su cojera. Tal era la influencia que su madre y Venancio provocaban en ella.
—Hija, no sé que te da ese Venancio, pero paeces otra. Estás preciosa. Hoy no te le despegas, te lo digo yo.
—Deje, madre, que me saca usté los colores.
—Anda, la tonta. A ver si crees que yo no estao enamorá… Anda, corre, que si no te vas no os va dar tiempo a na, ni a saludaros.
—Gracias, madre.
—¡Anda!, ¿por qué?
—Por todo madre, y por ser usté como es.
—Ahora me los sacas tú a mí.
Ambas rieron y la Reme se fue al mercao para vender esperanzas y comprar amaneceres(1).
———— o O o ————
La tarde anterior, el tío Eliseo pilló in fraganti a Joselillo rebuscando entre las verduras y frutas desechadas. El jovencito mintió, dijo que tenía hambre y que buscaba algo en vez de ir a casa a por ello. Pero la mentira no le salvó de la paliza.
—Te voy a dar yo hambre, ¿qué harás? Siempre enredando. ¿No sabes queso vuelve luego como chorizos? Como te vea enredar ahí más no los pruebas, sinvergüenza. Tié questar uno en to, cojona. Desta no tescapas, zagal —el tío Eliseo, acorralaba a Joselillo según le amenazaba.
Y no se escapó porque no pudo. Pero en su interior creció con la misma fuerza que el dolor en su orgullo herido, la necesidad de no volver a recibir otra tunda. Decisión que poco después tomaría, en contra de todo su cariño. No quiso que Venancio le viera con un ojo a la virulé. Por eso no apareció por casa para cenar y esperó, sentado en el suelo frente a la ventana de su habitación, a que su hermano apagara la vela de la palmatoria.
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—¿Enciendo?
—No, Venan, con la luz de la luna veo.
—¿Dónde tabías metío, chaval?
—Me quedé dormido con la Perla.
—Lo raro es que el tío no haya dicho ni mu por tu falta en la cena.
—Mejor. Hasta mañana, Venan.
Por la mañana no pudo esconderse, aunque lo intentó, pero Venancio quiso llevarle a casa para que desayunara.
—Ahora lo entiendo, si estoy yo no te pone la mano encima, el muy…
—No quiero que madre me vea así. Se va a disgustar mucho.
—Venga, carga el carro y yo me echo algo al morral y te lo comes en el camino. Ayer ni cenaste, seguro. Me cagüen to…
—Eh, deja ahí eso, el que no se sienta a la mesa no almuerza.
—Eso lo dirá usté. Y tié suerte de que madre nos oiga.
—¿Qué tengo que oír, hijo?
—Na, madre, na. Que no quiero discutir delante usté. Ya tié bastante con lo que tié.
—Bueno, pues yablaremos. No se va a quedar aquí la cosa.
—Si usté lo quiere, así será.
—¿Mamenazas?
—No, le doy la razón. Haremos lo que usté quiera. Pero cuando volvamos. Ahora nos tenemos que ir y Joselillo tiene hambre. Hasta luego, madre.
—Y Joselillo, ¿no me da un beso?
—Luego se lo da, madre, vamos tarde. Adiós.
Ya en el camino, bajando la Cuesta de las Perdices y después de que Joselillo devorara los trozos de pan y chorizo, se usaron las palabras.
—Jo, me duele to el cuerpo, Venan.
—Hoy no haces na. Te tiras en el carro y yastá.
—Hestao dándole al magín to la noche. No me podía dormir.
—Ya te oído.
—Y lo tengo decidío.
—¿Qué tiés decidío?
—Que no vuelvo, Venan.
—¿Cómo que no vuelves?
—Que hoy me quedo en Madrí. Que zurzan al tío Eliseo.
—¿Y madre? Se va a llevar un disgusto de no te menees, José.
—Pa eso estás tú. La consuelas, pero que no vuelva no quié decir que no vaya a verla. La dices que iré a escondidas, que no se procupe por mí. Si le cuentas lo ca pasao, yo creo que lo entenderá. Y pa disgusto el que se llevaría si me viera así, molío a palos.
—¿Pero, aónde vas a vivir?
—No lo sé, pero a mi ese hombre no me pone otra vez la mano encima.
—No tiés dinero, ni na.
—No lo nesecito.
—¿Cómo que no? El dinero es necesario, José. Lo que saquemos hoy te lo quedas, luego se lo pido a madre y se lo doy al animal ese. Y mañana si tacercas te traigo más.
—No, Venan, esos dineros son pa lo que son. Pa conseguir lo qués nuestro. Entonces volveré.
—Piénsalo bien.
—Cuando más lo pienso más que seguro estoy.
—¿Y qué vas hacer?
—Lo mismo me meto a soguilla(2), ya veremos.
—¿Tú, con la pinta que tiés? Ya me dirás… Y además, a esos les llueven palos de tos laos.
—Al menos será por algo, no como ahora.
—Prométeme que vendrás a verme tos los días.
—Sí, pero tos los que pueda.
—Y si nesecitas algo y no estoy yo, ve a ver a la Reme. Ella tayudará. Hoy, si viene, se lo cuento.
—No te procupes, me dijo que sí. Además, mecho amigo de su madre, fue la que nos dio los mantecaos y los diarios.
—Sí, me se paece a madre antes denfermar. Se llama Casta, no se te olvide.
—A mí no me se olvida na.
—Eso es lo bueno y malo que tiés, José.
—Yo creía que eso era solo bueno.
—No, porque algunas veces, es mejor olvidar.
—Pos no lo entiendo.
—Pero lo entenderás, chaval… Si quieres échate atrás un rato, todavía queda un trecho.
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Mientras que Venancio era corpulento, moreno de tez y castaño de pelo, Joselillo era lo contrario. Apenas llegaba a la mitad del volumen de su hermano. No parecían de los mismos padres. En el mayor predominaban los genes paternos y en el pequeño los maternos. Delgaducho, y blanco como la leche, como su madre, sobre su piel destacaban unos ojos vivos y negros y una maraña de cabellos del mismo color. Lo único que lograba el sol era sacarle a relucir unas pecas que le aniñaban más que su tamaño y delgadez. Para verle moreno, habría que haberlo pintado. De aspecto enclenque, engañaba porque la falta de musculatura escondía una fuerza nerviosa que no se correspondía ni con su edad ni con su apariencia(3). Y esa fortaleza también era mental, no sólo física. Le gustaba correr como a las gacelas y la miel como a los osos.
———— o O o ————
Don Mauro subiría todos los días a ver a Gertru, y muchas veces lo haría solo. Pero no pudo tener una conversación a solas con ella. Bien Pepita, bien Paulita, no se moverían de la cabecera de su cama. Para ellas hubiera sido un pecado que la pareja se viera bajo su techo sin mediar una tercera persona y sin haber pasado por la vicaría. Por todo ello, don Mauro no podría hablar de todo lo que tenía pendiente con la joven. Por otra parte, la policía no interrogó a Gertru. En el parte de ingreso al hospital el médico había escrito que la causa de las heridas había sido un accidente fortuito en las escaleras de su domicilio. La policía estaba demasiado ocupada como para interesarse por el accidente de una modistilla. Si la "accidentada" hubiera sido una condesa o una marquesa, se hubiera involucrado hasta el Ministro de la Gobernación. Y contando con la candidez y el conocimiento de que doña Elvira había muerto, la Gertru tampoco interpuso denuncia alguna. Y como ella era la única persona viva que conocía los hechos, el asunto se archivó como lo que no fue, un desgraciado accidente.
La mejoría de la accidentada era evidente y eso que sólo había pasado unas horas fuera del hospital, en las que recibió las visitas de Don Mauro, la Reme, Servanda, doña Casta y, acompañada por Susana, doña Consuelo que, en la creencia de que las señoritas tenían potencial de futuras clientas, mató dos pájaros de un tiro, el de la curiosidad y el comercial. Lo que no sabía esta última era que la tercera hermana realizaba labores de encaje y costura en el jardín a la luz de la luna, para mayor gloría de Jesús y de su abuela, como a ella le gustaba decir. Por lo que las señoritas del tercero estaban bien servidas desde Villanueva del Arzobispo, donde llevaba sus hábitos la hermana Encarnación, más concretamente en el convento de Santa Ana.
De cronicasoficiales.con. Foto de J. Beato
A pesar de esa visita, la señora Consuelo estaba ávida de noticias, ya que Gertru no contó nada de su accidente, y lo que es peor, no hizo referencia siquiera al asesinato y posterior suicidio en el primero izquierda. Claro, ¿qué iba a saber ella? Esa visita sería totalmente estéril para sus intereses y para su curiosidad y posterior uso de la información. El ultimátum encubierto que diera a la Reme, se debía más a esta sed de nuevas que a su necesidad de mano de obra, aunque en realidad debería haber sido al revés, pero "ca uno es ca uno" como decía la señora Casta. ———— o O o ————
Y hubo que ir a casa de la hermana. Don Cirilo se armó de paciencia y de su bastón, el preferido de los sobrinos de doña Carmina y bajó a buscar un coche de punto para que les llevara, nada más y nada menos, que a Pozuelo, pues su mujer no aguantaba el tren; tren que les hubiera salido mucho más barato. El paseo en coche, la verdad, es que fue muy agradable. Y como el cochero no conociera la zona, tuvieron que preguntar en más de una ocasión. El Pintor miraba mucho la peseta, pero aún así le dio una buena propina al cochero, por lo que éste le preguntó si quería que les recogiera a alguna hora. Preguntada por ello doña Carmina contestó que sobre las ocho y media tenía pensado volver a Madrid. Y en eso quedaron los dos hombres.
Después de los saludos, felicitaciones y parabienes, se hicieron los grupos, los varones con los varones y las damas con las damas. Al rato apareció don Cirilo en la sala, reservada para féminas, y preguntó:
—Bueno... Vaya paliza. ¿Qué hacéis?
—Charlando de los niños. Mi hermana me está contando sus travesuras.
—Pues yo vengo cansado de jugar con ellos. Vaya vitalidad, ¿qué les dais de comer? Si no tuvieran ese jardín para desahogarse, tendríais que echarlos al monte como al ganado. No sé qué haréis en invierno...
—Tienes razón, al final de cada jornada acabas deshecho. ¿Y Salvador?
—Se ha metido en su despacho a ver no sé qué de unos sellos que le habían enviado. Y no me extraña, tendrá el hombre tan poco tiempo para sus cosas.
—Y tú te has hecho cargo de ellos, ¿no?
—Los niños, de visita, me encantan. Echo mucho de menos la infancia de mis hijos.
—Todas las noches les dormía en brazos, y cuando no pudo con ellos les leía cuentos y hasta novelas, los dejaba siempre dormidos. Claro, así han salido. Ahora devoran los todo lo escrito. Lo preguntaban todo...
—Eso lo hacen todos, Carmina. Alguno de esos fieras estará en la edad del "por qué". Lo que pasa es que corriendo y escondiéndote, poco puedes preguntar —matizó Cirilo las palabras de su mujer.
—Tienes razón, Cirilo, Andresito, el mediano, nos da la murga todo el día con el por qué. Y a Marquitos menos mal que ya se le ha pasado.
—Ves lo que te decía, Pura. Es que este hombre es un cielo.
—Sí, serías un gran abuelo.
—Deja, deja, eso son obligaciones.———— o O o ————
Pendiente estaba Venancio de la calle Trafalgar, pero quien vio primero a la Reme fue Joselillo.
—Mira quién viene, Venancio. ¿Lo ves?
—Sigue tú, anda —pidió el enamorado que dejó a medio despachar a una clienta. Se quitó el mandil y salió de detrás del puesto. Corrió al encuentro de la Reme.
—Hola, qué alegría me da verte.
—Y a mí. Es que no he podío venir antes, Venancio. La Gertru…
—¿Qué la pasao?
—Que sa caído por las escaleras abajo.
—¿Y cómo está?
—Ya bien, no te procupes.
—¿Y tú cómo estás?
—Cansá, pero bien. Hestao con ella en el hospital to el tiempo. Y aunque no he cogío la abuja en días y no hacía na, me cansaba mucho. Pero Gertru yastá en casa.
—Vaya, malegro.
Se habían acercado al puesto de verduras y la Reme reparó en el ojo morado de Joselillo.
—¿Y a ése que la pasao?
—El tío Eliseo, ques un animal.
—Probecito.
—Y lo peor es que dice que no vuelve a casa. No he sío capaz de quitárselo de la mollera.
—Es tan tartamudo como tú.
—Si lo que quiés decir es ques cabezota, sí lo es, como yo, pa eso somos hemanos, ¿no? ¿Pero por qué me llamas a mi testarudo?
—Porque te se metió en la cabezota que tenía que ser tu novia y lo has conseguío.
—O sea, ¿que somos novios?
—Tú sabrás.
—Por mí encantao.
—Y por mí —sonrió traviesa la Reme.
—Pero no tacostumbres a los besos ni a las carantonias.
—Mujer… Los novios ya se sabe… Y si lo dices es porque has pensao en el otro día. ¿A que sí?
—¿Y aónde va a vivir? —cambió de conversación la declarada novia.
—¿Quién?
—Tu hermano, ¿quién va ser?
—Ah, nidea. No ma contao na, y se lo he preguntao, eh. También le dicho que cuente contigo si… Bueno si tie poblemas.
—Has hecho bien.
—¡Venan! —gritó Joselillo.
—Qué
—¿Cuantas son nueve y ocho?
—Diecisiete —contestó Venancio—. Tengo que atender, Reme. El domingo bajo a Madri, y si quieres nos vemos.
—Y yo estoy aquí, así que nos vemos.
—¿Aquí mismo? Es cómodo pa dejar el carro y la Perla.
—Aquí mismo, entonces.
—Pero si pues venir mañana, mejor.
—Claro, mescaparé un rato, porque mañana toca escaleras.
—¿Me das un beso? —Venancio quiso sacar renta del recién noviazgo
—No.
—Bueno, mujer, como ya somos novios…
—Hasta mañana, Venancio —cortó la Reme por lo sano.
—Hasta mañana, Remedios.
—Espera —. Venancio se acercó al puesto y cogió lo primero que vio —. Toma, llévate esta sandía.
—Muchas gracias.
—Sólo pue dar muchas gracias quien tie tantas, preciosa.
La joven se giró un tanto turbada y abrazada a la sandía, y se alejó con la cadencia tan particular de sus andares.
—¡Reme! —llamó Venancio.
—¿Y ahora qué quiés, pesao?
—¡Questás mu guapa! ¡Quién fuera sandía!
Azarada y con los colores subidos, la Reme se giró y apretó el paso sin saber qué contestar, pero sí qué sentir. Llegó a casa más contenta que unas castañuelas.
—Mire, madre, qué man regalao.
—¿Y no había otra más gorda, hija?
—Yo no la helegido, ha sío el Venancio.
—Pues venga, la partimos y les subes la mitá a las señoritas y a Gertru.———— o O o ————
Cuando Reme llegó esa tarde a casa de doña Consuelo, fue Susana quien le abrió la puerta. Prácticamente, la joven, salvo dormir, hacía su vida allí, junto a su patrona. Y no sólo aprendía y cosía, también hacía los recados, vamos, que sin cobrar realizaba las funciones propias de una criada, porque también había que aprender a planchar y a tender bien la ropa.
—Hola, Susana. ¿Qué tal?
—Bien, Reme. ¿Y tú?
—Bien también, ahora mejor con la Gertru en casa.
—Me alegro, la hemos estado visitando esta mañana. Tú, habías salido. Os hemos echado de menos a las dos.
—Gracias, mujer.
—Doña Consuelo estaba muy preocupada. Qué mala suerte ha tenido Gertrudis.
—Ya.
—Hola, hija mía —se levantó doña Consuelo que soltó dos besos en las mejillas de la recién llegada—. Sienta, sienta. ¿Cómo va todo? ¿Y Gertru?
—Bien, yastá en casa.
—Bueno, en casa… —cuestionó la señora de la casa.
—Ya, no. Quería decir que yasalido del hospital y eso.
—¿Y la cuidan bien las dos hermanas? Porque tu madre, claro, con lo de la portería ya tiene bastante.
—Y yo con ayudarla y venir aquí, también.
—Hija, lo dices como si yo te obligara. Me haces sentir ruin. Mira, para que veas que esa no es mi intención, hoy cobras el jornal y no haces nada. Así descansas y si quieres te desahogas con nosotras, que no tienes con quien y también estás pasando lo tuyo. Y para olvidarnos de nuestros problemas nada mejor como hablar de los ajenos y una copita de anís. Susana, sírvenos una copita a cada una, cada vez me cuesta más levantarme, hija —tras lo cual la patrona volvió a la carga—. Menudo susto os llevaríais con lo del teniente ese y su mujer, ¿no?
—Sí.
—Tú conocías al matrimonio, ¿no?
—Sí, claro, como a tos los vecinos, de saludarlos y eso.
—Bueno, a algunos más que a otros, supongo. ¿Y fue así, de sorpresa?
—Sí.
—O sea, que nadie lo esperaba, ¿no?
—No.
—Hija, la que tiene que desahogarse eres tú, y hay que sacarte las cosas con sacacorchos. Sólo hablo yo.
—Yo, doña Consuelo, es que no tengo ganas dablar—. A Reme, aquella conversación le recordaba la declaración que le exigiera la policía aquella aciaga mañana.
—Ay, hija. Una no debe quedarse con la penas dentro, luego le entra a una la melancolía y, ya ves. Mira cómo acabó esa familia. Claro, que no me extraña. Aquel hombre, bueno, lo que quedó de él en la guerra… Verse así y luego la pérdida del hijo…
—Fue al revés.
—¿El qué?
—Que primero perdió el hijo y luego, la pierna, el ojo, y to lo demás.
—Ah, claro, claro. Era una forma de hablar. Pero bien está aclararlo. Supongo que la desesperación… Al menos, eso es lo que cuentas los diarios. Fíjate, yo creo que la mató por amor, por no dejarla sola. ¿Tú qué crees, Reme?
—Nidea. Sólo los saludaba. Pero matar de un sablerazo a alguien por amor… No sé yo.
—¿Y qué me dices del dije?
—¿Qué dije?
—El que apareció en la mano de él, y que ella llevaba siempre al cuello.
—Quera de plata, eso decía mi madre. Pero yo no entré. Mi madre abrió la puerta y entraron los vecinos, pero yo no, ya no estaba, me fui con la Gertru al hospital.
—Ah, fue tu madre quien abrió. ¿Y cómo se la ocurrió?
—No, a ella la buscaron los vecinos que oyeron el tiro, y como todos salieron a la escalera menos ellos…
—¡Ángel a María!(4).
Poco más sacaría doña Consuelo de la Reme esa tarde, a pesar de su insistencia y de no dar puntada sin hilo(5). Pero, cuando esta mujer no se hacía con información veraz, construía una historia a base de lo poco que conocía de un tema, y eso sería lo que, haciéndose rogar, contaría ese sábado a sus compañeras de pastas y té inglés. Su egotismo la obligaba a ello, en la presunción de que no hacía mal a nadie. Al fin y al cabo, aunque conocedora del octavo mandamiento, cada uno interpreta las leyes como quiere, mientras no sea juzgado por otros.
———— o O o ————
Al pasar Joselillo su primera tarde "en libertad" se ahorró la escena que tuvo lugar en su casa, horas antes de que llegara su primera noche fuera de ella. Venancio volvió de Madrid más ligero que de costumbre, lo que pagó la Perla, ansioso y afligido por contar a su madre la mala nueva.
—Madre, no se procupe, usté.
—Pero ¿cómo no voy a procuparme, hijo? Joselillo es poco más que un niño, aunque trabaje como un hombre. ¿Dónde va a vivir, Dios mío? ¿Y qué va a comer? ¿Quién le va a defender si no estás a su lao? —se quejaba Lorenza al recibir la noticia de que su hijo menor no volvería a esa casa. Venancio abrazó a su madre en un esfuerzo por consolar a quien no tenía consuelo.
—Vamos, madre —susurraba el hijo como una letanía—. Vamos, madre. Todo se arreglará. Ya verá.
—¿De quien habláis a hurtadillas? ¿Qué murmuráis como viejas comadres? —. Entró y preguntó el tío Eliseo.
—De José —contestó el sobrino al deshacer el abrazo filial y consolador, con lo que dejó a la luz la cara contraída y llorosa de Lorenza.
—¿Y qué pasa ahora con ese malandrín?
—Que no ha querío volver a esta casa.
—Por tu culpa, mal hombre —añadió Lorenza.
—¿Cómo que no ha querío volver? —desoyó Eliseo el insulto de su cuñada.
—Lo que oye —contestó cortante Venancio.
—Y supongo quentenderás porqué —apostilló la amenazante madre—. Si mi Cornelio estuviera aquí le ibas a poner tú la mano encima a uno de sus hijos… Bestia.
—¿Bestia? —por fin, el insultado no hizo oídos sordos a los insultos—. Valiente sinvergüenza están hechos tus hijos y los de mi hermano…
—Sinvergüenzas hay muchos, y no todos lo parecen a primera vista.
—No insinuarás, mozalbete, que…
—No insinúo, tío, afirmo —aun en contra de su juventud Venancio ya era diestro en manejar la gramática parda(6).
—Pos como te dije otrora no sólo seredan los campos, Venancio.
—No sé lo que dices, Eliseo —contestó Lorenza.
—Yo sí, madre. Pretende que yo maga cargo del trabajo que hacía José.
—Tú solo no. Os lo repartís entre los dos, madre e hijo. Eso o te casas, y me traes una buena jaca o una acémila trabajadora. Tú verás.
—Está usté listo. Ya le diré yo lo que le voy a traer. Ni lo uno ni lo otro, ¿sa enterao? —subió el tono Venancio.
—Mira, Venancio —Eliseo armó sus palabras de un tono chulesco— tiés dos ociones: acatar lo que yo digo o ya podéis largaros daquí, tú y tu madre.
—A nosotros no nos echa naide de nuestra casa. Es tan nuestra como suya. Usté no pué tratarnos como perros.
—Vaya que no. Y ya veremos si no os largáis daquí cuando vaya al cuartelillo.
—No tié usté redaños. Satreve con mujeres y con niños, pero ya veremos… Y si echa en falta las manos de José ya me dirá si sumamos las de madre y las mías. A ver qué vacer usté solo con la Perla, que son tal para cual, aunque yo creo ques más persona la burra que usté.
—¿Ahora me chantajeas y minsultas?
—No. Le aclaro. Porque encima de bruto y degoíasta, es usté tonto, como tos los de su calaña.
—No te consiento… —las voces de los dos hombres las debía oír Joselillo por el volumen que habían adquirido. Lorenza asistía con la boca abierta a la disputa. Seguía con las lágrimas y se temía lo peor, pero sin querer detener a su hijo, más por su estado de shock que por voluntad propia.
—¿Qué no me consiente? —vociferó Anselmo—. Intente conmigo lo que le hizo a José. Venga inténtelo.
—Venancio, hijo, por ahí no —logró articular palabra su madre.
—Deberías hacer caso a ésta.
—Sí, siempre le da la razón cuando le conviene a usté. Y mi madre no es ninguna ésta, se llama Lorenza, bien lo sabe usté.
—Eres tan bocazas como lo fue tu padre. A ver si te va a pasar lo mismo.
—¿Qué intenta decir? ¿Por qué habla de él ahora y en pasado?
—Que tu padre era un cobarde, eso es lo que tintento decir.
—Yastá bien, no hable mal de mi padre también, que le…
—Espera, Venancio —Lorenza agarró del brazo a su hijo y se dirigió a su cuñado parapetada tras el corpachón de Venancio—. Eliseo, ¿has dicho que… que sabes lo que la pasao a mi marido?
—No, yo no he dicho eso, mujer.
—¿Cómo que no? Has amenazado a Venancio diciendo que le iba a pasar lo mismo que a su padre. Y eso quiere decir que lo sabes.
—Mujer, no sabes lo que hablas. Y no te metas en las cosas de los hombres, que naide ta dao vela en el entierro.
—Sí, claro que tié vela, es más tié cirio pascual, ¿sentera? —la crispación de Venancio llegó al máximo—. Y va usté a responder a mi madre, si no…
—Si no ¿qué? —preguntó el tío al sobrino mientras se andaba en la faja y sacaba una navaja de carraca. La abrió y se oyó el ruido característico y amenazante, y la gran hoja quedó desnuda—. Si no ¿qué?, bravucón —empuñó el arma Eliseo—. ¿Me vas a hacer algo o te vas a poner a llorar como tu madre y tu padre? —volvió el tono chulesco a las palabras de Eliseo.
—¿Tú? Dios mío —gritó Lorenza al intuir la verdad.
—Sí, yo. Sí, él. No valía pa na y encima te trajo a ti, que sirves pa menos quél. Sí, yo, con esta misma navaja le maté y con estas manos lenterré en el olivar de Frascasio, junto a lacequia, pa que siguiera cazando ranas. Allí se pudre vuestro queridísimo Cornelio. Y allí os vais a pudrir vosotros también. ¡Desagradecidos! —el tío Eliseo se echó hacia delante, pero la reacción de Venancio fue instintiva y no se hizo esperar. Y fue demasiado rápida para que su tío la evitara. El botijo, colgado de un gancho, voló y se hizo añicos contra el suelo después de golpear el hombro del armado. Momento que aprovechó el joven para abalanzarse sobre él y golpearle con toda la rabia contenida. Después del tremendo puñetazo, el cuerpo golpeado quedó inerte sobre el charco de agua. Y Venancio terminó de desahogarse al asestar una patada en las costillas a aquel cuerpo caído y odiado.
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—Y esto por el José y por mi padre. ¡Asesino!
Cuando Venancio se volvió vio otro cuerpo en tierra. Su madre se había desmayado.
—¡Madre! ¡Madre! ¿Qué le pasa? —se agachó y la incorporó—. Madre —decía Venancio mientras acariciaba la cara de su madre— Madre —Venancio la dejó delicadamente en el suelo y buscó un paño. Lo encontró, lo empapó de agua dentro de la tinaja y se lo puso en la frente después de limpiarle la cara—. Madre.
Lorenza abrió los ojos y se abrazó a su hijo sollozando.
—Tu padre… Tu padre…
—Ya sé madre, ya sé… Padre no volverá nunca, pero tu Joselillo sí, ya verás.
[Continuará]
(1)José María Lizar, letra de la canción el Vendedor, cantada por Mocedades.
(2)Los soguillas eran mozos de cuerda ilegales. En fotomadrid.com podemos leer: "Una competencia tremenda la representaban los soguillas. Estos individuos así llamados se hacían pasar por mozos sin serlo. El nombre les venía por ponerse una cuerda para simular el oficio. Muchos eran ladrones y timadores que actuaban con mala fe, pero otros eran hombres sin oficio que, desesperados y no pudiendo siquiera llegar a ser mozo de cordel, intentaban ganarse algunos cuartos trabajando sin licencia. Eran un producto más de la miseria de la ciudad. Actuaban preferentemente en las inmediaciones de las estaciones de tren, siendo los forasteros sus principales clientes o víctimas, dependiendo del caso. A veces lo de la soga al hombro solo servía para llamar la atención de la gente y pedir limosna sin que hubiese la más mínima intención de llevar peso alguno".
(3)La descripción de Joselillo se la debemos a JeruVT, que así se le imagina, como apunta en su comentario del día 28 de mayo.
(4)Así escrita esta expresión, a lo mejor no se reconoce porque se pronuncia con "liason" francesa, es decir ¡Ángela María! En Rinconete de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes del 29 de junio de 1998 podemos leer: "La expresión «¡Ángela María!» no refiere originalmente a ningún nombre de pila; viene de la sorpresa de la Virgen María cuando el arcángel San Gabriel le anunció que sería Madre de Dios, sin intervención de varón, por obra del Espíritu Santo. Por tanto, sería más exacto escribir «Ángel a María».
(5)En un principio se dijo no dar puntada sin nudo: "Para coser, es necesaria tanto la aguja cuanto el hilo, pero si al hilo no se le hace el nudito típico en su extremo, se escaparía por el ojo de la aguja. Por eso, la referencia a que la persona es muy cuidadosa en su accionar. La frase sufrió la deformación no dar puntada sin «hilo»". Fuente: ciudad-real.es. El DRAE, 2014, en su entrada puntada, dice: no dar alguien ~ sin hilo, o sin nudo. 1. locs. verbs. coloqs. Obrar siempre con intención, de una manera calculada, en busca del propio beneficio o provecho.
(6)Gramática parda. Citado por Nita García en su comentario del 1/6/2015. He leído mucho sobre el origen y el significado de esta locución. También tengo mi opinión basada en lo leído en cada una de las novelas picarescas que se reconocen como tal, pero, curiosamente donde se resume perfectamente es en un blog que encontré por casualidad (www.bloglengua.com) que dice: «La expresión gramática parda significa ‘habilidad o capacidad para desenvolverse en la vida o situaciones complicadas, sin necesidad de tener cultura o conocimientos teóricos’; Este es el significado que recogen casi todos los diccionarios para las construcciones "tener o saber [mucha] gramática parda". En épocas turbulentas y de crisis siempre es conveniente manejarse un poco con la gramática parda. Otro sentido, aún no recogido en los diccionarios, equivale peyorativamente a ‘desviación o incorrección lingüística. […]». Lo que sigue es interesante y si quieres leerlo, pulsa aquí.