Esto no es un post, es una declaración de amor.
Ya te conté en Instagram que habíamos ido al Museo Ghibli y que nos había encantado. Pero no te pude explicar (y dudo que lo consiga ahora tampoco) la sensación que tuve en ese edificio, en ese momento.
Soy fan de Ghibli desde hace tiempo. Si no has visto ninguna de sus películas tienes dos opciones. Dejar de leer este post ahora mismo y pensar que soy una friki infantiloide que disfruta con pelis de dibujos con música de gusto dudoso o arriesgarte y sentarte a ver cualquiera de esas pequeñas obras maestras con la mente tan abierta como puedas.
Ya te aviso que no estamos hablando del Disney japonés. Que en estas historias no hay buenos ni malos, solo gente con matices, personajes ricos y profundos con mil y una lecturas. Que no hay moraleja aunque siempre se respira un gran respeto por la naturaleza, por las tradiciones y por la paz. Que hay folclore que no entendemos y giros argumentales que te hacen pensar muy fuerte. Que hay historias cotidianas y extraordinarias, con un ritmo sosegado y algunas veces violento. Que no se pueden describir porque son precisamente eso, historias diferentes, obras de arte.
Creo que mi primera película de Studio Ghibli fue El viaje de Chihiro. Sigue siendo una de mis favoritas. Pero también soy una fan acérrima de Totoro y de Ponyo. De la Princesa Mononoke y del Castillo ambulante. Creo que no hay película de Ghibli que me haya decepcionado, aunque algunas me gusten más que otras.
El museo... bueno, el museo en sí mismo es un mundo, uno de los lugares más mágicos que visitamos. Las exposiciones nos parecieron preciosas. Hay una sala que explica el proceso de animación de una manera muy didáctica e interesante, pero las salas en las que se explica cómo se trabaja en Ghibli, con libros llenos de fotos antiguas para inspirarse y un montón de diagramas de aviones me llegaron al alma. Pasamos una hora larga mirando las imágenes que empapelaban las paredes, los storyboards, las transparencias pintadas...
Eso los adultos, porque los niños desaparecieron desde que entramos. Yo iba muerta de miedo porque llevaba tres criaturas muy latinas al ordenado corazón de la animación japonesa, pero el museo está pensado para los niños y les da igual que corran por todas partes y se cuelen por pasadizos, escaleras y puertas diminutas. De hecho, hubo un momento en el que vi a una trabajadora del museo llamando a mis hijos y me temí lo peor... pero no, solo les estaba indicando el camino para ir al laberinto de cartón... en el que también nos animaron a entrar a nosotros (y evidentemente, lo hicimos, aunque supusiera arrastrarnos por el suelo para pasar por puertas tamaño niño).
Los tres pudieron subirse al gatobús (el friki por los pelos; al principio no quiso pero luego se animó y me alegré un montón, porque sé que algún día se iba a maldecir los huesos por no haber aprovechado la ocasión) y entramos todos a ver un cortometraje que estaba en japonés (y debía ser graciosísimo por cómo se reía la pareja de ancianos que teníamos detrás) pero que se entendía perfectamente y nos encantó a los cinco.
En fin, no puedo dejar de recomendarte la visita si pasas por Tokio. El barrio es precioso y el paseo desde el tren hasta el museo también. Puedes jugar a descubrir las pistas que te guían hasta él; hay huellas, pequeños Totoros sonrientes y carteles.
¿Y cómo es la entrada del museo? Sí, un trozo de celuloide. Los recogí con amenazas en cuanto nos los dieron en taquilla y los guardé como oro en paño hasta que volvimos a Barcelona. Porque tenía claro que había que exhibirlos en casa y fardar ante cualquiera que entrase por la puerta.
Y este es el resultado, fácil, muy fácil de hacer y precioso. Si no tienes entradas de Ghibli puedes hacerlo con... no sé... ¿negativos de fotos? ¿El perfil de tu gato recortado en cartulina negra? En fin, no sé. No sé si esta idea te va a servir si no tienes entradas de Ghibli, pero la comparto contigo igualmente por si se te ocurre algo más para aprovecharla (o para que te veas obligado a montarte en un avión y entrar al museo en busca de tus propias entradas).
Usé:
-Dos marcos de fotos de esos gruesos con mucho espacio por detrás (de Ikea)
-Papel de seda
-Guirnalda de luces LED
No podría ser más fácil. Coloqué las entradas con cuidado sobre el cristal de uno de los marcos de fotos (aunque ahora veo que no están totalmente rectas y sé que lo voy a notar cada vez que las mire y que tendré que moverlas) y encima les puse una hoja de papel de seda cortada del mismo tamaño que el cristal y el cristal del segundo marco.
Fije el bocadillo de entradas y cristal en uno de los marcos de fotos (el otro lo guardé para alguna otra manualidad, quizás un telar) y por detrás pegué la guirnalda de luces al marco, rodeándolo. La sujeté con washi, pero puedes hacerlo con celo normal.
Y ya está. Las cuelgas de la pared y las enciendes siempre que tengas la ocasión.
Y corres a ver una de Ghibli. O a volver a ver tu favorita si ya eres fan. Eso sí, cuéntame cuál es y por qué te gusta.
(Por cierto, no hay fotos del museo porque está prohibido sacarlas. Y aunque me fastidia no poder mostraros nada, creo que es una buena decisión, porque te metes dentro, te olvidas de la cámara y del móvil y te pones a disfrutar.)