En febrero soy yo la anfitriona de los #12pequeñoscambios. Y estoy nerviosa, nerviosa. ¿Estaré a la altura?
Porque este mes toca un tema para el que tengo sentimientos encontrados: los químicos en casa.
Y es que, por un lado, como buena friki que soy, amo la química y los productos químicos y me encanta que existan y que reaccionen y que seamos capaces de sintetizar otras cosas y bla, bla, bla. Me imagino con una bata blanca y con unas gafas de laboratorio (me encantan las gafas de laboratorio) mezclando potingues y riéndome porque voy a dominar el mundo. Hace unos años, por ejemplo, hicimos blandiblub (o slime, como se dice ahora) con los pompones y compré alcohol polivinílico como si no hubiera mañana.
Peeeero... a la vez detesto los productos químicos. Detesto que me los cuelen por todas partes, porque son baratos y a las empresas les sale genial meter un detergente industrial en lugar de un jabón natural.
Es decir, muchos productos químicos son baratos y fáciles de crear (¡como el plástico!) y las empresas los meten en sus procesos de fabricación para abaratar costes. O para alargar la vida del producto. Y ahí es donde me cabreo.
Mi manía por detectar los químicos en los productos cotidianos empezó cuando tuve a los pompones. Y es que los tres, sí, sí, los tres, tienen problemas de piel. Todos han tenido siempre la piel atópica con brotes tremendos en todas partes del cuerpo. Y dos de ellos, además, tienen alergias.
Total que, como buena madre histérica que soy, empecé a leer y a investigar sobre los químicos en el hogar. Y, evidentemente, se me pusieron los pelos como escarpias.
Ya te he dicho muchas veces que yo no soy particularmente sospechosa de ser una abrazaárboles, ni una hippie, ni nada por el estilo. Pero sí que me gusta que lo que haya en casa sea natural. O lo más natural posible.
No solo eso, sino que otra de las cosas que me revientan profundamente es la poca información que tenemos. ¿Alguna vez has pensado qué te pones sobre la piel alegremente? ¿Qué contiene esa loción, ese jabón, ese perfume? ¿Qué son todos esos ingredientes rarísimos que aparecen como componentes?
No hay mucha información sobre nada. De hecho, si miras las primeras entradas que te aparecen tras una búsqueda rápida sobre cualquiera de los productos que contiene el jabón que tienes en el baño, verás que parece que sea lo mejor sobre la faz de la tierra. Un producto inocuo y maravilloso que hidrata y nutre. Buf. Me pongo furiosa.
La verdad es que si rascas un poco más irás encontrando otra información. Por ejemplo, averiguarás que casi todos los productos de higiene y limpieza tienen detergentes baratísimos que hacen mucha espuma, o grasas que espesan, o cosas similares que no tienen nada que ver con la función del producto en sí, pero mucho que ver con nuestra percepción del mismo.
Y verás que muchos de los problemas que tenemos nos los causan los propios productos de limpieza e higiene.
En casa tuvimos que dejar el suavizante de ropa porque nos irritaba la piel. Cambiamos poco a poco todos los jabones y champús por versiones ecológicas o, todavía mejor, por jabones de toda la vida. Eso, en particular, fue un gamechanger para la piel de mis retoños. Nunca han estado tan sanos como desde que hay barras de jabón natural de aceite en la ducha.
Yo también he ido comprando poco a poco maquillaje y cremas naturales. Para lo que yo me maquillo (nunca) con tres o cuatro cosas me vale.
En fin, que el lavabo lo tengo maqueado, pero todavía tengo dos asignaturas pendientes.
Una, los productos de limpieza. ¿No te parece un poco raro que nos dé pánico que nuestros hijos se beban el detergente para platos pero luego lo usemos todos los días para fregarlos? El que tengo ahora en la cocina dice bien claro: "Mantener fuera del alcance de los niños" y también me cuenta que produce irritación ocular muy grave y que es nocivo para los organismos acuáticos. Pero friego los platos todos los días del mundo con eso. Los platos donde ponemos la comida que luego nos comemos.
Dos, los químicos que nos comemos directamente. Esos Doritos radiactivos con la salsa de queso que tiene todo menos queso que al pompón friki le encanta. Esas galletas que tienen más ingredientes que yo madejas de lana. Esa Coca-Cola que me tomo para despertarme con la excusa de que no bebo café.
Y me preocupa. No porque crea que nos estamos intoxicando o envenenando, pero sí porque creo que estamos hinchando nuestro cuerpo de productos que no le sientan bien ni le convienen.
Así que, mi reto de este mes es... doble.
Por un lado, quiero hacer un repaso de todos los productos de la casa. Todos. Ya miro las etiquetas cuando voy al súper, pero quiero hacerlo más. Y cuando algo se gaste (como el jabón de los platos) buscar una alternativa más sana.
Pero el reto de verdad es... Dejar de COMER químicos. Voy a intentar que este mes no haya químicos en la mesa. Eso me va a implicar más planificación y sustitución de algunos alimentos por otros mejores (el fuet que no me lo quite nadie, pero que sea natural). Y también va a suponer tener que hacer esfuerzos supremos por no pillar cualquier cosa para picar cuando haya partido de fútbol.
Aclaro, no es dejar de comer procesados, sino dejar de comer cosas que lleven productos químicos raros que yo no sepa pronunciar. Pero voy a seguir comprando congelados y galletas... solo los que tengan ingredientes naturales y ningún químico extra.
Después de la experiencia positiva del primer mes, estoy convencida de que puedo ir introduciendo cambios pequeños en nuestro consumo de químicos que nos ayuden a vivir mejor.
¿Qué vas a hacer tú? ¿Por dónde quieres empezar? ¿Quieres que te cuente qué marcas de productos naturales de higiene usamos en casa? ¿Que te dé pistas para comprar jabones naturales? ¡Pide por esa boquita y lo hablamos!