En casa todo era doble, mis cosas a la derecha y las suyas a la izquierda, como buena zurda. Quién le iba a decir que seguiría con esa costumbre al tener un hijo zurdo.
Recuerdo tardes jugando y lo poco que le gustaba recoger los juguetes. Recuerdo que se comía mis chucherías, pero me ayudaba gritando las dos a la vez desde la cama para que alguien encendiera la luz del pasillo y poder ir al baño. No dudaba en defenderla en el colegio, será porque siempre le he sacado un palmo. Qué palizas nos dábamos con el elástico. Nos sabíamos todas las canciones y los bailes que las acompañaban. Ella era la artista y yo el público. El equipo perfecto hasta que quise grabar en una cassette mi adivinanza y me pisaba el final. Y lo que quedó grabado fue un inolvidable "¿Te quiés callá, Meche?" con mi pequeña voz ronca. Ella era la estrella del festival de fin de curso del colegio, y a mí me horrorizaba subir al escenario a recoger el premio por un breve cuento que había escrito.
No necesitamos nunca terminar un chiste para que la otra se riera. Hemos sido "gamberras", ya no tan niñas, hasta en el dentista, fingiendo que no nos conocíamos y peleándonos por una revista que a mí, la verdad, no me interesaba. Lo que no hemos roto de pequeñas lo rompimos de mayores con un balón. ¡Pero qué cisne de porcelana más feo! Compinchadas con una mirada, adivinando lo que le pasaba por la cabeza a la otra, como siamesas. Con los dni consecutivos, ella primero, por supuesto. Sólo le gané el liderazgo en el carnet de conducir, inolvidable heroicidad. Nunca hemos necesitado un motivo para que, de repente, haya fiesta. Lo que nos costó bailar sevillanas juntas en la misa rociera de la patrona del colegio, ¡pero queríamos! Llevábamos la alegría con nosotras. Casi quemamos el timbre de la casa de nuestros abuelos. Volvimos loco al gato que tuvimos. Y me extraña que nuestra Madre no desesperara con nuestras diferencias, porque diferentes lo éramos y lo somos, y mucho. Harta de nuestras historias, su primer impulso fue poner las camas en dormitorios separados, y su segundo impulso, volvernos a juntar. La guerra por la ropa del armario parecía no acabar nunca. Y, aunque ella nació un año antes, ya hemos quedado que la hija mayor soy yo, pero siempre con la idea de que teníamos la misma edad, sin ser conscientes de qué edad era.
Qué fácil era terminar la discusión manchándote las gafas con los dedos de saliva, aunque no creo que nos quede una verdad que decirnos a la cara. Quizá por la distancia que piensas que nos separa hemos bajado la intensidad del fuego. Yo no creo que exista esa distancia, y no necesito llenar la casa de fotos que me lo recuerden. Y si las llamadas de más de cuatro minutos te aburren, te aguantas y esperas a que termine de decirlo todo; no disimules fingiendo que no te importa para chincharme.
Eres la única que se olvida de las palabras cuando te preguntan por mí, capaz de esconder mis innumerables defectos en un cajón, y nombrarme como parte de la solución a tus problemas. Soy la carta que falta en tu baraja para empezar a jugar, y estás pensando, igual que yo, en la sota de bastos.
Mis cosas siguen a la derecha, porque vivo con un zurdo otra vez, y sigo pensando doble. De hecho, compré los materiales para hacerte este chal a la vez que los del mío. ¿Cómo voy a tener yo uno y tú no? Y aquí lo tienes...
¡¡CUMPLEAÑOS FELIZ!!
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