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Entre puntada y puntada
XXIV
Venancio exigió a la Perla todo lo que ésta pudo darle, y la borrica respondió como pudo a sus prisas. Llegaron al cuartelillo, uno muy excitado y la otra empapada en sudor. La burra agradeció con un rebuzno que su amo descabalgara. Lo confirmó con un subir y bajar de cuello tras una sacudida que le recorrió todo el cuerpo.
1890. De guadiavicil.es.
—¡Señor sargento, señor sargento!
—¿Qué quiés, mozo? Y no me llames sargento, no ves —se señaló el guardia la bocamanga—, sólo llego a cabo.
—Que ya sé quien mató a nuestro padre.
—¿Vaya, y cómo tas enterao? —ironizó medio en broma el cabo que tomó a Venancio por un venado.
—Nos lo ha contao mi tío.
—Vamos a ver, desde el principio. ¿Quién eres? Identifícate —adoptó ya una postura profesional el guardia civil.
—Soy Venancio, hijo del Cornelio el Rana y Lorenza la Lavandera —Venancio se pisaba las palabras que le salían a borbotones.
—Tranquilízate, zagal. Más despacio. ¿Dónde vives?
—Semos de Pozuelo, de ahí riba. Y vivimos en la casa de la Huerta Baja, junto al arroyo, al final del camino de las huertas.
—Vale, sigue.
—Que mi padre salió de casa payudar a un vecino en su huerto y nunca volvió. Yo era pequeño, y mi hermano José más. Y mi madre y mi tío Eliseo se lo dijeron a ustedes.
—A mí no, yo estoy aquí desde el año pasao. ¿Lo denunciaron, quiés dicir?
—Sí, eso. Y el Ayuntamiento nos dijo que andaba desparecido. Y que no se podía heredar ni na. Entonces nos quedamos los tres en ca del tío Eliseo, que también era de mi padre. Y hoy hemos tenido un enganchón de los fuertes y ha sacao una navaja grande y nos ha dicho que labía matao con ella y adonde labía enterrao y to. Yo le tirao un botijo y le amarrao y he dejao a madre acostá.
—Haber empezao por ahí —. El cabo se levantó y ordenó a Venancio que aguardara mientras desaparecía por una puerta. Al rato apareció acompañado del que parecía el jefe de puesto por los galones que lucía.
—Hola, Venancio. No, no se levante. Soy el teniente Salmerón, jefe de puesto. Ya me ha puesto al corriente el cabo. Así que, acompáñenos a su casa y veremos qué ha pasado. Cabo.
—Sí, mi teniente.
—Organice una partida, dos hombres. Yo voy con ellos. Usted quédese al mando y espere noticias mías aquí.
—A sus órdenes.
El cabo, abrió una puerta y dio un grito. Enseguida apareció una pareja de números y el subalterno ordenó que sacaran y ensillaran tres animales y que esperaran al teniente. Cuando salió al patio y vio a la Perla, junto a Venancio, pidió un caballo más.
—Éste pollino ha echao el bofe, mozo. Mejor será que le dejes aquí pa que se reponga. Tú, Justino, sácale agua y media ración de cebada al burro.
—A la orden, mi cabo.
———— o O o ————
Con la tranquilidad del que se siente acreedor, don Mauro entró en la alcoba de Gertru mientras las dos hermanas permanecían en la sala de recibir. La paciencia con la que había gestionado sus sentimientos hacia la joven reforzaba esa seguridad y esa tranquilidad.
—Hola, Gertru.
—Buenos días don Mauro.
—¿Qué, cómo te encuentras hoy?
—Bien, mucho mejor.
—Me alegro, pero mi pregunta no es un formalismo. No te lo pregunto por preguntar o por educación.
—Ya lo sé, don Mauro. Estoy segura de que sinteresa por mi salú.
—¿Y crees que estás en condiciones para seguir la conversación que empezamos cuando volvimos de la verbena?
A Gertru le sorprendió la forma tan directa con la que su valedor abordó el asunto, aunque no la pregunta en sí, por eso contestó afirmativa y directamente.
—Sí, don Mauro.
—Habíamos quedado, si no recuerdo mal, en tutearnos —reprendió cariñosamente a la joven—. Así fue como comprendiste que un pobre hombre aburrido y con un hijo a cuestas se había enamorado de una mujer como tú.
—Tiene… Tienes, razón.
—Mauro —invitó éste.
—Ma… Mauro.
—Bien, Gertru. ¿No es tan difícil, verdad?
—Con usté… Contigo, to es fácil, Mauro.
—Pero quiero que no te engañes en este sentido. No debes confundir el agradecimiento con el amor. Por ejemplo, aunque nuestras vidas tomaran caminos diferentes, yo siempre te estaría agradecido por haber hecho que encontrara otra vez la ilusión, que me hayas acercado a mi hijo, y que renacieran mis ganas de vivir después de que mi mujer nos abandonara. Yo sólo te pido que me des una oportunidad para que puedas enamorarte de mí, como yo lo estoy de ti. Me valdría con la décima parte. Bien es verdad que hay matrimonios de conveniencia que han terminado por ser felices. Pero, después de compartir un retazo, el más feliz de mi vida, con Adela, no podría hacerlo de nuevo con otra persona a la que no quisiera. Por lo tanto, entendería que tú hicieras lo mismo. ¿Me entiendes tú, Gertru?
—Sí, pero yo na más que soy una paleta que no sabe na. Seguro que taría pasar vergüenzas delante de tus conocimientos y amigos. No tengo ropa adecuá, ni sé vestir. No sé guisar, ni nunca he sío madre. Faltó poco, pero doña Elvira no lo quiso —Gertru se emocionó y se echó las manos a la cara.
Apunto estuvo don Mauro de abrazar a Gertru, pero recordó a tiempo a las dos señoritas que esperaban fuera y se controló, aunque sí tomó nota mental del comentario que le había traído los sollozos a Gertru.
—Gertru, los peros de los que hablas, todos, incluido el último, tienen arreglo. Y, aunque no lo tuvieran, no nos harían falta para ser felices. Nos podríamos ir a vivir a tu pueblo, eso sí, con Juanín y Servanda, cualquiera la deja aquí —se sonrió don Mauro e hizo sonreír a la lacrimosa Gertru. Además estaría encantada de volver a su tierra. Fíjate qué fácil solución tienen tus peros.
—No sé… No te creas que no he pensado en lo que me dijiste. Aquella noche Reme y yo hablamos mucho tiempo… Hicimos planes juntas, pero para cada una. Y quiero que sepas que no me pué parecer mal andar contigo de paseo o jugar con Juanín. Pero ca uno en su sitio.
—Tu sitio está a mi lado, y el mío junto a ti, Gertru. Eso es lo que sueño todas las noches cuando me acuesto. Tú y yo, y cualquiera… Todos somos iguales, aunque esta sociedad caduca y cabizbaja se refugie en lo contrario para olvidar sus derrotas.
—Eso no lo entiendo.
—Mira, Gertru. Los poderosos, los adinerados, como tú dirías, los que mandan han perdido tres guerras y sus ínfulas, Filipinas, Cuba y el Rif. De allí sacaban sus riquezas y su soberbia. Ahora las tienen que sacar de otro sitio, y sin reconocer su fracaso. ¿Y de quién crees que van a sacar todo eso?
—Nidea.
—Pues de la gente como tú, como Reme, como Venancio, como tu familia. Si quieren mantener su errónea supremacía moral y material, no les queda otro remedio, porque al poder no van a renunciar. Por eso, y otras razones, no está bien visto, ni siquiera por ti, que un hombre con recursos y educación, se mezcle con los que llaman lumpen. O lo contrario, que una mujer de alcurnia se case con un don nadie aunque se amen.
—No entiendo mucho de lo que me dices, pero lo que entiendo me gusta, aunque yo nunca lo haya pensao. Estoy deseando que don Luis me deje salir a la calle y pasear contigo.
—Ese día no te importará que sea cualquiera el que te acompañe, estoy seguro. Tienes que estar harta de tu encierro. Pero, cuando todo se normalice y hayas sanado te lo recordaré.
—Una cosa.
—Dime.
—¿Cómo es que tan dejao entrar solo las señoritas?
—Porque me han visto enamorado. Y algo habrán visto también en ti.
—Pos, por eso mestraña más.
—La verdad es que también soy muy cabezón.
La franca y amplia sonrisa de la joven hizo presagiar a don Mauro un futuro agradable y acorde con sus deseos.
———— o O o ————
—¡Mi cabo, mi cabo! —gritó el guardia civil aún sin descabalgar, cosa que no haría.
—¿Qué pasa, Justino?
—Que dice el teniente que llame usté a comandancia y pida refuerzos y no sé qué de una orden de busca para Eliseo Lázaro García, vecino de Pozuelo. Yo me vuelvo, son las órdenes del teniente.
—Espera, hombre. ¿Qué ha pasao?
—Luego se lo cuento, mi cabo, ma dicho el teniente que no pierda ni un segundo. A sus órdenes, mi cabo.
—Cagüen diez. Nunca mentero de na, leches. Refuerzos, ¿pa qué? En fin, habrá que llamar —. El cabo giró con rapidez la manivela del teléfono de la pared y espero—. La que sa líao por un muerto de hace yo que sé el tiempo… Si, sí, perdón, con la comandancia, por favor —. El cabo apoyó la mano libre y sudorosa en la pared, allí donde el tono de la cal era más bien negro, y esperó—. ¿Sí? ¿Hablo con la comandancia…? Aquí el cabo Galindo, del cuartelillo de Aravaca. El teniente Salmerón ma pedido que le manden refuerzos a Pozuelo de Alarcón, parece que sa pergeñao un asesinato… Sí, sí, a Pozuelo de Alarcón, aquí al lao. Y otra cosa, quiere quemitan una orden de caza y captura para un tal… Espere que macuerde, ha sío to mu rápido…. Sí, a nombre de Eliseo Lázaro García … Eso es… A sus órdenes, mi sargento —el cabo no colgó el auricular, sino que con la mano libre dejó de apoyarse en la renegrida pared y pulso durante un momento la horquilla. Después volvió a girar con energía la manivela y pidió al telefonista que le diera línea. Una vez escuchado el tono, se sacó la cartera del bolsillo de la guerrera, buscó una tarjeta, marcó un número y espero. —Sí, señorita. Quería hablar con Hipólito Flores… De un amigo… Gracias… ¿Hipólito…? Vete pa Pozuelo, muchacho. Algo gordo ha pasao… No, lo único que sé es casío al final del camino de las huertas, en una casa de labor… Pero allí verás a mis compañeros, seguro. Luego te pasas por aquí. No se te olvide, no pase lo que la última vez, eh… De nada, venga hasta luego, y que no se te olvide la cartera. Así saldamos cuentas.
———— o O o ————
—¿Vas a venir conmigo mañana al hospital?
—¿Te pasa algo, Carmina? —preguntó don Cirilo preocupado.
—No, tonto, tengo que ir a visitar a una a...
—Sí, ¿por qué lo preguntas?
—Porque como nunca me acompañas a ningún sitio...
—Un poquito obsesiva sí que eres, ¿eh?. Por uno o dos días que no me apetecía ir contigo, y no por ti, sino por quien ibas a ver, me has sambenitado(1), y punto, ya no hay marcha atrás. ¿No entiendes que tus amigos o amigas son tuyos, y los míos míos, y que no deberíamos imponérnoslos uno al otro? Que ya es hora, porque llevamos un rato largo juntos.
—Ya, ya, obsesiva y sambenitera. Pues nunca me dices que me quieres, y no te lo recuerdo tan a menudo. Y me deberías querer como yo quiero que me quieras.
—Eso es imposible, mujer. Yo te quiero como sé. Ni a mí, ni creo que a nadie, nos han enseñado a amar. Y la razón, para estos casos, está secuestrada por los sentimientos. Aunque tienes razón, deberíamos tener en cuenta ciertos aspectos de la personalidad del amado o amada, pero al final prevalece la forma de ser, y sabes que yo soy parco en todo. Y no quiero disculparme, sino entendernos. Yo te demuestro, te digo, con las caricias y cuando me arrimo a ti en la cama eso que tanto me cuesta expresar con palabras. Tú, por el contrario, necesitas oírlo de viva voz y continuamente. Esa es la pega al convivir. Piénsalo.
—Sí, para pensar estoy yo con todo lo que tengo que hacer hoy. Menos mal que soy como soy, y que todo lo veo de color rosa.
—Pero es que todo no es de ese color, Carmina. Por ejemplo, hay muchos grises en la vida, como en las sombras y en la pintura.
—¡Ya estamos! Don perfecto.
—Yo nunca he dicho que lo fuera.
—Pero lo piensas, que es peor.
—O sea, que tú sabes incluso lo que pienso, ¿y me llamas a mí perfecto?
—No lo sé, pero me lo imagino.
—Muy bien. No puedes pensar por las prisas, pero sí imaginar.
—Que yo no soy tonta, Cirilo.
—Yo nunca he dicho que lo fueras, sino más bien lo contrario.
—Y, además, prefiero ser tonta y feliz, que lista y una cenaoscuras, como otros que yo me sé.
—En definitiva, que todos deberíamos ser como tú.
—Mejor nos iría.
—¿Y con quién te ibas a comparar entonces?
—Ya me encargaría yo de buscar a alguien, no te preocupes. Hasta eso lo ves negro.
—En el fondo es lo que ocurre, Carmina.
—Claro, que lo ves todo como el azabache, ¿no? Menos cuando estás embelesado con uno de tus libros, entonces, el Siglo de Oro se convierte en un referente para todo. Lo que es históricamente una etapa de crisis como la que vivimos, tú la ves rosa.
—Pero no habíamos quedado en que lo veo todo negro, y "nunca jamás" rosa —don Cirilo hizo hincapié en el nunca jamás.
—Yo soy Géminis y puedo cambiar de opinión cuando quiera. Faltaría más. Y ahora voy a bordar un poquito. Y tú deberías arreglar la cerradura de la puerta, no abre bien, al menos con mi llave. Y, hablando de puertas, acostúmbrate a cerrar la de tu leonera. Huele toda la casa a pintura y a aceite de linaza.
Los problemas de la clase media eran otros. Ganada la batalla contra la miseria, pero sin poder hacer alarde de lujos, la pareja del segundo izquierda se planteaba entre sí las ventajas y desventajas de vivir en pareja durante una vida. El dinero no hace la felicidad, pero ayuda a no tener problemas básicos, sino secundarios a la hora de sobrevivir.
———— o O o ————
—Hija, no he podío venir hasta ahora.
—No importa, Reme. Ha estao tu madre, Mauro…
—¿Mauro?
—Sí. Y baja la voz —pidió en un susurro Gertru—. Sí, Mauro, ya nos .
—Mía tú qué bien. Ya os tuteláis. Hacéis pogresos.
—Ma vuelto a decir questá enamorao de mí.
—¿Y tú qué las contestao?
—Que me pué acompañar a los paseos. Claro, cuando yo pueda pasear.
—Pero qué pánfila eres, Gertru.
—¿Y qué iba a decirle?
—Pues lo que le dijeras a ese animal de Anselmo cuando te pidió que fueras su novia.
—A mí el Anselmo nunca me preguntó na. Él se lo decía to.
—Pero ¿no ibas con él?
—Dos veces sólo fui. En cuanto le calé sacabó lo que se daba.
—Anda, pos yo creía…
—Como to el mundo, pero naranjas de la china(2). Fue él quien chuleaba de ser mi novio. ¿Y qué quieres que yo liciese?
—Bueno, deja a ese sinvergüenza. Y qué más.
—Ha sío mu comprensivo y cariñoso.
—¿Ta hecho zalalmerías?
—No, mujer. Ha entrao sólo, pero sa comportao, como siempre.
—La verdá es ques to un caballero. Y guapo como él solo.
—No sigas que se lo cuento al Venan.
—Uy la celosona.
Mientras reían entró la señorita Paulita con la cena en una bandeja.
—Como me gusta la alegría que dais a esta casa, hijas. Hoy, un gazpachito y una tortilla a la francesa. Y de postre, para celebrarlo, una buena ra¡ción de arroz con leche que ha hecho Pepita para ti.
—¿Y qué celebramos? —preguntó Gertru.
—Reme, Pepita y yo, nada. Tú seguro que algo tienes que celebrar, eh, pillina. Un hombre así…
—¿Usté nunca sanemarao?
—Sí, hija, pero Ese está muy solicitado, aunque hablo todos los días con él, eso sí. Mira, no había caído nunca, pero mi marido y el de tu madre son tocayos. Allá andarán juntos —. Y miró hacia el crucifijo que presidía la alcoba.
Cuando la señorita Paulita salió, las jóvenes se miraron y rieron con sordina.
—¿Tú sabías questaba casada?
—Yo no. Macabo denterar de quel marío se llama Jesús. Aunque me parece questá muerto.
—Pos yo, aparte mi padre, no conocía a ningún Jesús por aquí.
—¿Y por qué la llamamos señorita si está casá?
———— o O o ————
Al ganar el otero que dominaba el pequeño valle, la partida divisó una figura que parecía arrodillada bajo un olivo. Al verlo, el teniente advirtió al mozo que no hiciera tonterías y que al llegar junto a él, ni siquiera descabalgara. Se acercaron al galope. El primero en llegar junto a la figura y saltar a tierra, se echó la mano a la pistola, porque vio que aquel hombre empuñaba una gran navaja de muelles con la que apuñalaba la tierra y hablaba a gritos como si siguiera solo en el olivar.
—¡Siempre fuiste un cabrón, un buen cabrón! ¡Tú tiés la culpa de to, Cornelio! ¡Tú me robaste a Lorenza, cabrón! ¡Y ella teligió a ti! ¡Pos yastáis juntos para siempre!
Con la última puñalada la navaja quedó clavada en el suelo. Y el teniente en un rápido movimiento lanzó una brutal patada a tío Eliseo. Éste cayó hecho un ovillo y el número se abalanzó sobre él y le esposó.
—Supongo que éste es tu tío, ¿no?
—Sí —susurró Venancio desde la grupa del caballo con lágrimas en los ojos.
—Venga, mozo —el teniente montó y se acercó—. Ánimo, muchas personas no tienen el consuelo de ver preso al asesino de sus padres.
Efectivamente, Venancio cometió un error de omisión que una persona en su sano juicio y ajena a los sentimientos que le embargaban cuando salió hacia el cuartelillo, no hubiera cometido. Sí, es verdad que ató con fuerza a su tío, pero se olvidó de la navaja que yacía debajo de la mesa de la cocina. Eso jamás lo olvidaría. Siempre se lo recordaría el sentimiento de culpa que le atenazó el corazón y le martilleó la mente durante toda su vida. Es fácil suponer lo que ocurrió, sobre todo, después de ver el cuerpo acostado y ensangrentado de Lorenza. El olvido de Venancio posibilitó que el asesino, por partida doble, se librara de sus ataduras y llevara a cabo la amenaza que hiciera a mitad de la última discusión. Lorenza, sorprendida, al ver a su cuñado en el umbral de su dormitorio, no reaccionó para defenderse, sino para entender la muerte de su marido.
—¿Por qué, Eliseo, por qué?
El preguntado, con la cara crispada y la mirada perdida hundió la navaja repetidas veces en el cuerpo que antaño deseara tanto. Después, salió como un loco a rematar, según él, su venganza, a contar a su hermano Cornelio lo que acababa de hacer. "Pa que te jodas". De vuelta al cuartelillo, la primera partida se encontró con los refuerzos que llegaban de Madrid junto con el mensajero, y el teniente ordenó que se acercaran a casa de Venancio y esperaran allí a que apareciera el juez.
—Y no toquen nada —les ordenó.
—A sus órdenes, mi teniente.
—Yo también voy con ellos —susurró Venancio.
—No, tú te vienes conmigo al cuartelillo. Tienes que hacer una declaración.
—Pero mi madre…
—Tu madre, ahora no te necesita, y nosotros sí. Así que tira para Aravaca. Y vosotros a Pozuelo.
———— o O o ————
La plaza del Campillo del Mundo Nuevo hacia 1900. De flickr.com/photos/nicolas1056
Joselillo, después de descansar frente a la fábrica de tabacos en la Ronda de Toledo, cayó en la cuenta de que no sabía donde estaba. Su continua deambular le había llevado allí como le podía haber llevado a otro sitio. Se rascó la cabeza y miró hacia un lado y otro de la ronda. Si hubiera tomado la dirección contraria a la que tomó, se hubiera encontrado con la estación de Atocha, allí donde estuviera su hermano de verbena, pero vislumbró una edificación curiosa y hacia ella se dirigió. Antes de llegar, a la derecha se abrió una plaza en la que distinguió un gran almacén que también le llamó la atención, pero las piernas le advirtieron que ya estaba bien, así que cruzó la plaza del Campillo del Mundo Nuevo(3) y siguió. Cuando llegó a una gran plaza observó la puerta con tres vanos por la que entraba en ese momento una piara de cerdos, acompañada de una manada de pavos con su pavera tras ellos. El joven labrantín siguió con la vista a los animales y volvió a rascarse la cabeza, con lo que sus pelos ya no obedecían a peinado alguno.
Puerta de Toledo, finales Siglo XIX.
Mariano Moreno García (Miraflores de
Archivo Moreno. Fototeca del Patrimonio Histórico. Ministerio de Cultura.
De esa guisa tomó por la calle de Toledo sin darse cuenta de que la misma descendía en el sentido inverso a su marcha. Al poco se dio cuenta de ello, pero tras dudarlo, prosiguió la ascensión porque la calle se iba animando según subía. Su estómago ya había olvidado los churros y se lo recordaba. Pero las chinas en la alpargata no molestaban casi, y se buscó la vida como el de Tormes. Se metió la camisa por dentro de los pantalones, heredados de Venancio, y se apretó la cuerda que los sujetaba, después se desabrochó otro botón de la camisa y se la abombó. Se acercó a una frutería que mostraba sus productos en cajas en la vía pública. Eligió las manzanas porque estaban justo en el extremo más cercano a él. Así que se apoyó de espaldas a la pared y pisó la misma quedando a la pata coja y apoyado. Esperó a que pasara una mujer con mantón o toquilla. "Ahí viene una". En el momento que pasaba junto a la caja de manzanas, Joselillo agarró el pico del mantón y sin soltarle tiró la caja de manzanas. La mujer que sintió el tirón gritó un "Dios mío" y se volvió, pero tardó el tiempo suficiente para que Joselillo soltara el mantón y la caja y se metiera una manzana por el escote. La pobre mujer se le quedó mirando y Joselillo se echó las manos a la cabeza y se sorprendió con un "Madre mía". A los gritos y el ruido, salió el frutero, que al ver el desaguisado quiso saber lo que había pasado con un "¿Y esto?", que fue respondido por la mujer con chulería: "Que menganchao en la caja. A ver, si no las pusiera en mitá la calle… No se pué ni circular por la cera. Y rece usté porque no maya roto el mantón".
Calle Toledo Principios Siglo XX. De josesanpepe.blogspot.com.es
Joselillo, con el fin de que no se le notara el volumen artificial de la camisa en su cintura, se agachó y empezó a recoger las manzanas, y a echarlas en la caja caída. El frutero, que no estaba por la labor, dejó hacer al muchacho, mientras la señora se alejaba muy digna y se colocaba el mantón no sin garbo, después de comprobar que no estaba desgarrado. Joselillo, cuando acabó, y sin levantarse, miró al frutero con cara de no haber roto un plato en su vida. El frutero, en jarras y agradecido, le pagó los servicios con un "Coje una si quieres". Y desde el suelo, Joselillo le contestó con un "Mejor dos, ¿no?", pregunta que acompañó con un gesto convincente asiendo una manzana con cada mano, y a la espera de la confirmación que llegó con un "Vale, venga, arrea, antes de que me arrepienta". Se metió las dos manzanas por el escote, se levantó y corrió hacia la plaza de la Constitución(4) sin saberlo. De camino a la plaza, lavó las manzanas en la Fuentecilla de la calle Atocha, y se las comió sentado en el suelo, a la sombra de los soportales, y maravillado por lo que veían sus ojos. Se quedó adormilado y terminó en el suelo. Le despertó un perro que le olisqueaba la cara.
—Eh, chucho…
Plaza de la Constitución y plaza de la Puerta del Sol, inicios siglo XX. De viejo-madrid.es
Después de dar dos vueltas al ruedo con saludo desde el centro de la plaza, junto a Felipe III, el muchacho salió por el arco que da salida a la calle de ese rey que le llevó a la calle Mayor. Y acabó por entrar en la plaza de la Puerta del Sol. Una vez allí, y después de varios giros de cuello, vio que al arrancar los tranvías alguno jóvenes y mayores, todos hombres, se subían en la parte trasera, por fuera de la jardinera. Se plantó junto a una parada, y parecía acompañar a un hombre al que preguntó curioso.
—¿Y esos?
—Esos no pagan, chaval, pero les tiran tierra.
—Ah —Joselillo tardó poco en enhebrar la aguja—. ¿Y sabe usté si alguno desos trastos pasa por el mercao dolavide?
—Creo que el que pasa más cerca es el quince.
—¿El quince, y ese qué número es?
—Conoces el uno.
—Sí, ese sí, un palote.
—¿Y el cinco?
—También, claro. Es así —Joselillo dibujó una especie de serpiente retorcida en el aire.
—Muy bien —el castizo se sonrió—. Bien, pues cuando veas el palote y eso —repitió el gesto de Joselillo— al lao, ese es el que buscas, el quince. Y si escuhas gritos de Chamberí por Fuencarral, mejor. Hay un par dellos que atraviesan la plaza dolavide. Si preguntas al cobrador te lo dirá, no sé que letra es.
—A mi me pasa igual, no me sé las letras, gracias, señor.
Aquel amable madrileño se quedó con ganas de decir al labrantín que él sí sabía leer, pero "qué más da, lo importante es que encuentrara el quince".
[Continuará]
(1)DRE, 2014, sambenitar: 2. tr. Infamar, desacreditar. Viene de sambenito, de colgarle a alguien el sambenito. Aunque en un principio, este hábito lo usaron los primeros cristianos para su penitencia. Más tarde con la Inquisición pasó a ser el atuendo de los reos condenados que se cumplimentaba con un capirote, todo muy llamativo para ser reconocidos por el pueblo. Si bien no difiero del DRAE, yo creo que hay una tercera acepción, la más usada actualmente para mí, que se refiere a "etiquetar" a una persona de forma negativa y errónea. Por ejemplo: Me habéis (sambenitado) colgado el sambenito de tacaño y ahora no me lo quito ni con asperón. No reconozco ninguna fuente en particular porque lo tengo leído de siempre, y muchas veces, y no recuerdo dónde. No obstante es muy conocido, pero como suelo comentar el origen de los refranes y dichos proberviales aquí queda.
(2)Antiguamente la gente no creía que fuera posible traer naranjas en buen estado desde un país tan lejano como China (aunque aquella región sea, de hecho, de donde proceden originariamente las distintas especies de cítricos que cultivamos en nuestras tierras, como es el caso de nuestra querida naranja). Por ello, cuando algún frutero afirmaba que las naranjas que vendía procedían de aquel remoto país, la gente se lo tomaba como una invención, fruto de la fantasía y del afán comercial del individuo, pero algo evidentemente imposible (para los medios de transporte de aquella época, claro). Fuente: Del hecho al dicho, Gregorio Doval, ed. Del Prado, 1995.
(3)Cuentan y escriben los madrileños que en esta plaza había una gran roca. Era tan alta que si uno se situaba en la cima (en-cima) se podía ver hasta el "mundo nuevo". De ahí su nombre. Hoy es una plaza que muchos muchachos han pisado con sus padres en busca del último cromo de la colección. Fuente: varias páginas de Internet.
(4)Hoy Plaza Mayor.