Si entraseis en mi casa hoy mismo, no diríais jamás que somos una familia minimalista. Y puede que para el concepto básico de minimalismo, ese que tenemos todos en la cabeza, nosotros seamos unos absolutos herejes. Prácticamente no hay ni una sola superficie limpia y vacía en toda la casa. Hay libros apilados en varios rincones. Y los armarios están cerrados a presión. Tenemos un montón de cosas.
Y sin embargo... Sin embargo puedo asegurar que hoy hay en casa muchísimas menos cosas que hace un par de años. Muchísimas menos.
No es que nos hayamos vuelto ascetas y empecemos a renegar de nuestras posesiones materiales, ni mucho menos. Nos gusta tener cosas. Nos gusta darnos un capricho alguna vez y comprarnos algo bonito o algo que teníamos muchas ganas de tener. Pero poco a poco hemos aprendido a darle a las cosas el valor que tienen y a entender que realmente tenemos lo que necesitamos. Y mucho más.
En este caso el plural es mayestático, porque la que tenía un problema grave de acumulación era yours truly. Y hasta cierto punto se lo estaba inculcando a mi descendencia de escarabajos peloteros.
Durante toda mi vida lo he acumulado todo. ¿Apuntes de literatura del instituto? Oh, yeah, guardaditos en una carpeta, por si las moscas. ¿Libros de formulación orgánica de 3º de BUP? La duda ofende. ¿Todas las cartas que me han escrito desde que tenía seis años? Por supuesto. ¿Unos pantalones que pintamos mis amigas Kaja, Linnea y yo con rotuladores cuando teníamos diez años? Pues sí. Habían viajado a través de tres mudanzas y casi treinta años. Pensad la ridiculez más absoluta que alguien puede guardar. Seguro que estaba en alguno de mis cajones.
El que es acumulador lo es y punto. Guarda las entradas de cine para recordar qué película vio qué día y con quién. Tiene una angustia existencial de olvidarse de las cosas y le produce una sensación de seguridad saber que en alguna caja, en algún rincón, tiene guardado todo lo que necesita para recordar los buenos y malos momentos de su vida.
Pero un acumulador también tiene un problema: el espacio. En la última mudanza que hicimos mientras vivía con mis padres, casi la mitad de las cajas eran mías. Es decir: mi madre, su marido y mis dos hermanos JUNTOS tenían tantas cajas como yo. Mis libros, mis apuntes, mis hojas manuscritas, mis colecciones de papeles decorados y vaya a saber uno qué más, ocupaban la mitad del camión de mudanzas. Lo leo y se me pone la carne de gallina.
No sé lo que les pasa a los demás acumuladores del mundo (estoy con vosotros, hermanos) pero a mí llegó un momento en el que todo se me empezó a caer encima. No me daban las neuronas para acordarme de todo lo que tenía y de dónde lo tenía. Los montones de papeles me deprimían y la cantidad inhumana de libros, revistas, artículos y apuntes que quería leer, repasar, subrayar o recuperar me paralizaba, porque era una tarea que solo podía abarcar un titán.
Las cosas que tenía me agobiaban. Ni más ni menos.
Empecé a leer cosas sobre minimalismo y sinceramente, lo primero que pensé fue: "Esta gente está como una cabra. ¿Vivir con 30 prendas de ropa? Me voy a pasar la vida poniendo lavadoras. ¿No tener libros en casa? ¿Tener solo 5 platos y 5 vasos? Anda y que os den."
Es decir, que por muy fascinante que me pareciera el tema, la reacción era un rechazo total, absoluto y tajante. Porque sinceramente, ese minimalismo no es para mí. A mi familia y a mí eso no nos va. Queremos tener cojines para hacer guerras y platos y vasos para que vengan un montón de niños a merendar. Nos gusta tener máquina para hacer helados y gofres, y libros para leer por la noche, tumbados en el sofá. No, gracias, pasamos de vivir con tres perchas, dos revistas y un bonsái.
Pero con el tiempo, esas ideas extremas fueron encontrando un espacio en mi cerebro de acumuladora. Y fueron mutando y convirtiéndose en otra cosa. Minimalismo Mutante (cualquier concepto al que le añadas mutante o zombi gana mil puntos).
Nuestro minimalismo no se parece al de las revistas o los blogs. No hay habitaciones con solo un sofá y el ruido de la lluvia de fondo, ni jarrones de cerámica con una flor solitaria. Nuestro minimalismo es como nosotros: ruidoso, excesivo, desordenado y feliz. Pero es minimalismo al fin y al cabo.
Así que hoy quiero daros unos consejos para cambiar el caos y el desorden de la abundancia por otro caos y otro desorden más minimalista. Al estilo Casa Pompón.
1. Haz que el concepto funcione para ti
El minimalismo no es ni tiene por qué ser un concepto universal e inamovible. Piensa qué significa para ti y cómo quieres aplicarlo. Ya habréis oído la famosa frase que dice que no tengas nada en tu casa que no te parezca bonito o útil, y básicamente ese es el concepto que nos ayuda a definir cómo queremos nuestro minimalismo. Vamos, que tienes que encontrar tu propio concepto. Yo, por ejemplo, no renuncio a mis materiales para manualidades, bricolaje y cocina. Son las cosas que me chiflan. El pomelo no renuncia a su material de triatlón. Pero todo lo demás es debatible... Busca lo que es básico para ti y piensa qué puedes hacer con todo lo demás para racionalizar un poco el uso de tu espacio.
2. No te obsesiones: es un proceso continuo
No, no te vas a levantar un día y va a estar todo hecho. Aunque reserves un fin de semana o una semana de vacaciones para limpiar, tirar, recoger y organizar, el trabajo no va a terminarse sin más. Es un trabajo continuo. Vas a tener que planteártelo todos los días. Yo llevo casi dos años intentando convertirme en minimalista y cada vez me cuesta menos y tengo que pensarlo menos. En este tiempo he sacado de mi casa (y no exagero) más de treinta bolsas de basura industriales de "cosas". Al principio me costaba un montón y me pasaba todo el día mirando y volviendo a mirar las cosas, intentando decidir si las tiraba o no... ahora ni lo pienso, las miro y enseguida decido si me las quedo o se van fuera. Es un proceso, hay que aprender y hay que tener claro que van a ser decisiones que vamos a tener que tomar el resto de nuestra vida. Así que no te obsesiones, que el camino es largo.
3. Deshazte de una cosa cada día
Es la manera más fácil de empezar. Todos los días del mundo recoge algo que esté medio roto, que ya no te guste, que no te quede bien, que lleves tiempo pensando en tirar, que simplemente ya no uses... lo que sea. Regálaselo a alguien, tíralo, dónalo, recíclalo... da igual lo que hagas, pero sácalo de ahí. Y al día siguiente escoge otra cosa. Es la mejor manera de empezar a coger el ritmo.
4. No te desanimes
Ya hemos dicho que es un proceso. Y hay momentos de subidón en los que limpias, ordenas y organizas un montón y momentos de los que solo tienes ganas de tumbarte en el sofá y comer Nutella directamente del bote con una cuchara mientras miras capítulos viejos de Fringe o Castle (¿lo he dicho en voz alta?). Si siempre fuésemos una caña de ordenados y organizados no tendríamos el problema de la acumulación. Así que si te apetece salir a pasear con tus amigos, ver una peli o tejer una bufanda en lugar de organizar, adelante.
5. Pon un freno momentáneo a las colecciones
En casa hacemos manualidades, así que hay cajones llenos de botes de cristal, tubos de papel higiénico, cajas de cartón, tapones de botellas... Y también tengo tendencia a comprar libros y revistas. Por el momento está todo en pausa. Si estoy intentando organizar y sigo añadiendo cosas a mi colección, me frustro. Así que las colecciones de la casa están en standby. No significa que no vaya a acumular nunca más, pero por ahora hay que hacer sitio.
6. Usa las cosas
Habréis leído un montón de textos de esos que la gente te envía o cuelga en FB sobre la importancia de llevar la ropa bonita todos los días y de usar los platos de la abuela en lugar de dejarlos en un rincón cogiendo polvo. Aunque detesto el tono lacrimógeno de esos textos, tengo que reconocer que tienen toda la razón. ¿De qué sirve acumular las cosas si luego no las vas a disfrutar? Ponte como objetivo usar las cosas que tienes, a lo mejor descubres que hay cosas que guardas por guardar, pero que realmente no tienen ningún uso.
7. Comparte las cosas
Cuando hablamos de los libros os conté que tengo unas amigas con las que compramos libros en comunidad y los hacemos circular. Así cada una de nosotras guarda una tercera o una cuarta parte de los libros que acumularía. Pues lo mismo aplica a todo lo demás. Nosotros tenemos una tienda de campaña para cinco personas y la usamos, con suerte, una vez al año. Pero no somos los únicos que la usamos, todos nuestros amigos saben que está disponible y que solo tienen que pasar a buscarla. Yo no tengo raclette, pero mi amiga Ruth sí, así que si una noche me apetece, paso por su casa a buscarla. Y ella sabe que si quiere coser algo, puede pasar a usar mi máquina de coser (o mis servicios, porque ella, ni un botón ;^)). En fin, ya lo pilláis, se trata de que cada uno tenga cosas a las que le da cierto uso y de que los demás puedan usarlas de vez en cuando. No hace falta que todos tengamos de todo.
8. Piensa bien lo que metes en casa
Intenta que las cosas ya no pasen por la puerta. Clasifica el correo antes de entrar a casa, por ejemplo. No cojas revistas, periódicos o flyers por la calle. No aceptes cualquier tipo de regalo. Ten mucho cuidado con lo que compras. Parece mentira, pero con el tiempo me he ido dando cuenta de la cantidad de cosas que entraban en mi casa sin que yo me diese cuenta. Folletos de una u otra tienda que me metía en el bolso para leer luego, chorraditas que recogía si íbamos de excursión, tíquets de compra que pensaba ordenar y clasificar cuando llegara a casa... Por no hablar de compras casi compulsivas o tan pequeñitas que no me parecían ni compras. Ahora me lo pienso todo muchísimo. Si voy a comprar algo lo miro y lo remiro y pienso si tengo sitio para ponerlo, si lo voy a usar y si no tengo algo similar.
9. Encuentra tu sistema
Todos los libros que he leído sobre el tema hablan de hacer tres cajas, una para donar, otra para vender y otra para tirar. Parece que esa sea la única manera de funcionar. Pues la verdad es que a mí no me va bien. Al principio me frustraba mucho intentarlo, hasta que entendí que podía hacerlo como me diera la gana, que no había recetas mágicas. Yo lleno grandes bolsas de plástico y las dejo alineadas junto a la puerta para ver lo mucho que he avanzado. Lo tiro prácticamente todo, aunque sí que lleno bolsas de ropa para dar a amigas con hijos más pequeños o de juguetes o libros para llevar al cole de los pompones o a la biblioteca. No vendo casi nada, porque en este país no tenemos tanta cultura de segunda mano como en otros sitios. En esos libros dice también que vayas habitación por habitación y armario por armario. Yo no puedo. Me desespero. Me aburro. Así que ahora me ocupo de varias cosas a la vez y voy saltando de tarea en tarea. Me pongo metas muy pequeñas y concretas. Lo que te quiero decir es que lo hagas como te dé la gana. Que no sigas recetas mágicas, porque no las hay. Que empieces a lo grande o a pequeña escala, da igual, la cuestión es que empieces. Busca lo que te funcione a ti según tu manera de ser y tu espacio.
10. Libera un rincón
Hazte un pequeño bastión, un rincón de la casa que te guste particularmente, que te haga sentir bien y que esté ultra organizado. Yo tengo esta pequeña estantería colgada en el estudio y es lo que miro siempre que el resto de la casa es un caos. Es bonita, es pequeña, está ordenada... me tranquiliza y me da energía para intentar que el resto de la casa quede igual.
Y ya está. Si me hubieseis visto ayer tirar mis catálogos del Festival de Sitges (15 años ininterrumpidos) entenderíais que hay esperanza para cualquiera. Cualquiera. Y que aunque mi casa siga siendo ese desorden interminable, ese caos lleno de cosas, ahora hay muchas cosas menos que antes y casi todo lo que tenemos nos encanta y nos entusiasma.
Espero que os sirvan estas pistas y que si tenéis otras las compartáis con nosotros. ¿Vosotros sois más escarabajos peloteros o minimalistas de 30 prendas de ropa?