Las historias de Einn, episodio 6: “Palmera’s dream, y Heinenken’s dream”

Einn en palmeras dream y heineken dream
Si tras envidiar la semana pasada la profunda amistad entre Einn y Josete, quedaba alguien pensando el personaje de Mr. Pángala sufría el azote de la mala suerte, ojo al paraíso en el que se encuentra hoy:

Las locas historias de Einn. Episodio 6:

Einn en el Caribe (Palmera´s dream).

Por fin la suerte se alío conmigo. Gané un concurso de radio en el que vía telefónica había que aguantar la respiración lo máximo posible. Fingí que tardaba 14 minutos en coger aire de nuevo y funcionó, aunque como me reí en el minuto 11 hubo concursantes que hablaron de tongo. ¿El premio?: un viaje con los gastos pagados a Santo Domingo.

No lo podía creer, yo, Einn en el Caribe. Era maravilloso. Me sentía embargado por aquellas sensaciones, la luz, el olor característico del mar cuando las olas rompen en la playa, el viento moviendo las copas de las palmeras y las alegres bachatas sonando sin cesar. También estaban aquellas jóvenes que me alegraban la vista tomando el sol en la playa, rodeadas de finísima arena blanca y de un mar claro de tonalidades azuladas. Eran tan agradables esas sensaciones que realmente me quedé hecho polvo cuando desperté. Apague el walkman con la cinta de Juan Luís Guerra con la que me había quedado dormido y me puse a escribir acerca de los efectos que produce la contaminación en los seres vivos, pero tras releer el texto me di cuenta que realmente había escrito acerca de los efectos que producen las patas del despertador sobre la mesilla de noche y me reí. Después me acordé de los rayos que a lo largo de la vida me habían atacado, y deje de reírme.

Ya en la calle, pisé una boñiga de reno que me produjo tanto asco y desesperación que el médico me auguro una vida sin descendencia y una alimentación a base de legumbres, aunque cuando recordé la historia de Ludovico, el hombre que había estado toda su vida a la sombra de su madre y que aunque era lo que más ansiaba en la vida nunca se atrevió a decir Mississippi, me volví a reír, aunque de nuevo recordé los rayos?

Heineken´s dream.

Llaman a la puerta. Es Matilde, la vecina de arriba. Me cuenta que su hijo se arrancó ayer una pierna de cuajo tras haber pisado descalzo una gota de Loctite, como si no supiéramos todos en la finca que el pobre chaval nació sin pierna. La intento consolar pero no me salen las palabras y me sorprendo diciéndole, ?no gracias, ya tengo aspirador?. Tras cerrar la puerta y pensando en lo ocurrido, aparece claro en mi mente el sueño de la pasada noche: Einn en El Caribe. Un sueño realmente extraño. Formo parte de un coro homenajeando a Georgie Dann. Este se encuentra en un palco decorado a modo de chiringuito con barbacoa. Georgie pide un whisky para él y otro para su padre que es negro. El camarero le dice sonriendo que el negro no puede, y como compensación les ofrece unos chorizos parrilleros con pan Bimbo y les anima a bailar con Makumba todos juntos.

Los del coro estamos cantando ?Eres tú? de Mocedades, pero en el estribillo, cuando llega el momento de cantar ?uh uh uh uuu? de mi boca solo sale ?Por favor, una Heineken? aunque yo realmente he cantado el estribillo ?uh uh uh uuu?. El coro para de golpe y salgo corriendo del local sin poderme explicar lo sucedido.

Todavía conmocionado, observo con extrañeza que un hombre bajito, de aproximadamente la altura de una lavadora Jata, está pinchando con una navaja las ruedas de todos los coches aparcados en la calle. Casualmente cerca de mí hay una pareja de la Guardia Civil. Les cuento que están pinchado las ruedas a los coches y me contestan ?nosotros somos guardias civiles, y ni podemos ni queremos darle una Heineken, váyase usted a un bar?. Desesperado por mi aparente y temporal, -eso esperaba-, falta de comunicación, decido intentar tranquilizarme dando un paseo y esperar que esto cambie.

Tras un rato caminando decido parar al caer en la cuenta de que un cercano edificio se encuentra en llamas. La gente fuera del edificio, sentados en sillas de playa, se encuentra muy animada, los veo comer beber, y con cada explosión o cada vez que alguien saltaba por el balcón para huir del fuego, se reían y daban palmas. Horrorizado por el dantesco espectáculo me acerco a increparles y decirles lo que pienso de ellos, a lo que responden dejándome un sitio y dándome una Heineken.

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INVITACION A EINN


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