Jorge es mi sobrino, un rubio travieso y juguetón que siempre ha preferido los juegos de construcción sobre todos los demás. Cuando era muy pequeño, solía distraerse con piezas para encajar de tamaño grande, son los más adecuados, ya que no se pueden meter en la boca.
Cuando cumplió los tres años y su actitud indicaba que ya no se metía cosas en la boca, comenzamos a regalarle juguetes de piezas más pequeñas. También comenzó a jugar con los de su hermana mayor, concretamente con un juego de enganches magnéticos que le atraía mucho. De estos en los que se unen bolitas de acero mediante imanes.
Una noche, mientras su padre preparaba la cena, Jorge se asomó a la cocina con la boca abierta y con su lengua de trapo habló con su padre:
- Papá, la bolita se ha ido
- ¿Te la has tragado, Jorge?
- No, se ha ido por allí (señalando el fondo de la boca)Así que su padre dejó la cena a medias, cogió a Jorge de la mano y con la bolita como tema de conversación, se fueron juntos al hospital.
Una radiografía reveló que la bolita se había deslizado sin problemas hasta el estómago. Según el médico, el problema más grave es que se puede quedar atascada antes de llegar allí. Sólo quedaba esperar unos días dándole alimentos ricos en fibra (espárragos, muchos espárragos) para facilitar el arrastre y volver si en una semana no había salido.
Os imagináis esa semana, ¿verdad? Cada vez que el peque iba al baño, papá y mamá le llevaban un orinal para poder observar posteriormente si la bolita había salido. Un buen día, mientras Jorge estaba sentado en su orinal haciendo sus cositas, se oyó un "cloc" que sonó a música... ¡por fín la bolita estaba fuera!
Os cuento esta historia para que tengáis en cuenta que es importante dar a los niños juguetes adecuados a su edad. Si aún así os encontráis con percances de este tipo, recordad que hay que mantener la templanza y acudir de inmediato al médico, él os aconsejará de que manera hay que actuar.