Cuando decidieron que trabajase para ellos, me dijeron que el contrato solo podía durar una semana, pero me lo habían renovado por un mes. Me extraño bastante ya que, antes de contratarme me explicaron que la normativa europea solo permitía que se estuviese dentro de un túnel saturado de trafico contando camiones durante unos días, pero mi nueva jefa dijo que yo parecía un joven saludable y que me iban a prolongar el contrato, eso sí, en este debía constar que realmente el trabajo se desarrollaría en un entorno abierto, concretamente en un parque. No me importó, aunque me incomodó algo firmar un contrato redactado solo en chino. Me daba la impresión de que le había gustado, y no solo como trabajador a Mei Ling, así se llamaba mi jefa. Mientras firmaba el contrato, ella me había estado observando y juraría haber visto ciertos destellos pícaros en su mirada, independientemente de su acervado estrabismo.
El trabajo era simple, ya que solo tenía que apretar un botón cada vez que pasaba por delante de mí un camión o transporte pesado, pero era muy duro ya que me pasaba 10 horas al día dentro de un túnel y aproximadamente pasaban 150 camiones cada hora. Llevaba una semana en eso y ya había tenido que llamar al fontanero para desatascarme el inodoro debido a dos expectoraciones complicadas.
Una cosa curiosa que me ocurría era que cuando me sonaba, el pañuelo se llenaba completamente de una especie de pasta negra, que como comprobé por accidente, tardaba horas en apagarse en caso de prenderle fuego. Cuando me di cuenta de que sucedía esto, decidí guardar los pañuelos para utilizarlos como combustible de hoguera cuando fuese de acampada o para calentar sopa si me quedaba sin butano. Por el contrario, me había percatado que cuando tenía que hacer pis, la orina era día a día más clarita ¡qué curioso!
¡Mei Ling! Me sorprendí otra vez pensando en ella. Siempre me han atraído las mujeres capaces de mirar a dos sitios a la vez. Seguramente tendría que invitarla a salir. En ese momento caí en que podría tratarse de un malentendido por mi parte. Si, casi seguro que se trataba de eso. En mi vida los malentendidos habían sido constantes. Recuerdo cuando Pierre me pregunto a que me dedicaba y le dije que era tenista. A los pocos días me llamo para invitarme a un partido con la esperanza de ganar una apuesta. ¡Qué decepción cuando le aclare que lo que quería decir realmente era que vendía Tena Lady por las casas a las señoras con ligeras pérdidas! Otro malentendido con el que pasé mucha vergüenza fue cuando leí en el periódico que el hotel Millón ET ofrecía una jornada gastronómica gratuita para graduados sociales. Como el restaurante del hotel tiene muy buena fama, me presenté allí y cuando me preguntaron si era graduado social dije que sí. Me pidieron que lo acreditara y yo saque mis gafas y dije que tenía una dioptría en cada ojo y que me las habían graduado en la seguridad social. Amablemente me explicaron a que se referían y me regalaron una cuajada y un sobre de azúcar. Otro ridículo para la posteridad fue cuando pregunté en el programa de televisión "Pregúntale al presidente? si estas caliente" si era de recibo que a los detectives privados les dejaran conducir mientras que a mí me habían quitado todos los puntos por tomarme dos cervecitas. Aún recuerdo la cara que puso el presidente cuando me lo explicó. Me quede tan avergonzado que no pude terminarme el bocata de panceta que estaba comiéndome. En fin, que después de todo aquello, decidí no invitar a Mei Ling y como ya era hora de volver al túnel pagué la cerveza y como el camarero debió verme algo abatido se despidió de mí diciéndome "animo, que el trabajo dignifica al hombre".
Mientras estaba en mi silla playera en medio del túnel recordé las palabras del camarero y me dije a mi mismo que el trabajo dignifica al hombre, pero debe de haber alguna otra cosa que también lo haga porque todos mis jefes siempre han sido muy dignos y nunca he visto a uno que trabajara. El tiempo fue pasando hasta que cuando fui a mirar el reloj para ver cuánto faltaba para terminar, me percaté de que no podía ver ni la esfera de esté, debido a la cantidad de carboncillo que tenía en el cuerpo. Mis manos eran negras, mis brazos también y no podía alcanzar a ver ninguna parte de mi cuerpo que no fuese de ese color. De pronto escuche un estruendo en la lejanía que identifiqué con un trueno. ¡Estará lloviendo ahí fuera!, pensé, y mi impresión se vio confirmada cuando los coches que pasaban por delante de mí, en el túnel, comenzaron a utilizar los limpiaparabrisas a toda velocidad, salpicándome de tal manera que como no podía esconderme en ningún sitio acabe empapado de pies a cabeza. Al parecer la tormenta fue intensa pero corta ya que a los pocos minutos los vehículos comenzaron a circular normalmente y yo me sumí nuevamente en mis pensamientos. No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando intenté comprobar la hora, me di cuenta de que no podía moverme. ¿Qué estaba pasando? Por más que lo intentaba no conseguía mover ni un dedo. Intenté gritar pero ni siquiera conseguí abrir la boca. No me dolía nada así que deduje que la carbonilla en contacto con el agua y el barro, había producido una pasta que al secarse se había endurecido y me había convertido en una estatua humana absolutamente negra que era casi imposible de distinguir dentro de la oscuridad del túnel. Pensé que iba a morir sin que nadie se diera cuenta. Para contrarrestar estas ideas, intente llenar mi mente de pensamientos positivos, como que al menos estaba sentado, para así evitar el pánico pero fue imposible y entré en shock.
Según me contaron, dos días más tarde, el servicio de limpieza de carreteras, se percató de que había una especie de estatua negra sentada en una silla de playa dentro del túnel, y cuando uno de los operarios iba a llevársela para ponerla al lado de una fuente en su chalet, otro trabajador se dio cuenta de lo que realmente era, es decir, yo.
Estuve bastantes días hospitalizado y me hicieron pruebas de todo tipo. Había estado expuesto tanto externa como internamente a unas increíbles dosis de carbonilla procedentes del tráfico de vehículos. Al final, me expidieron un certificado homologado valedero durante un año, que me acreditaba como Brita humano, es decir, que cuando orinaba el líquido resultante se podía consumir como agua perfectamente, así que cuando salí del hospital decidí montar una pequeña empresa embotelladora de agua, aunque como no me parecía bien que la gente fuera bebiéndose mi agüita transparente, reduje mi área comercial a agua para el planchado. También dejé dicho que tras mi muerte, mis pulmones fueran donados a un conocido spa para que fuesen usados como filtros de agua ecológicos para sus piscinas.
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