En enero siempre me pasa lo mismo. Le veo tantísimas posibilidades al año nuevo y tengo tantas ganas de hacer cosas que me ahogo un poco en mi propia emoción y ando de aquí para allá, sin mucho orden, empezando todos los proyectos que quiero hacer.
No me malinterpretéis, es un momento que me encanta. Me siento llena de energía, tengo una palabra que guía mi año y se me ocurren miles de ideas que quiero llevar a cabo. Estoy pletórica, contenta, animada e inspirada.
Pero, por otro lado... tengo el lavabo grande a medio pintar (si queda bien habrá fotos, post y explicación. Pero en este momento está horroroso.) y medio inutilizado, el armario del lavabo en el pasillo, una funda de cojín de punto a medio hacer y el cojín triste, solo y desnudo en el sofá. Los dos armarios/agujeros negros de la casa están abiertos y a medio ordenar y en el comedor hay un montón de recetas recortadas y desperdigadas a la espera de acabar formando parte del menú semanal. En mi habitación hay una pila de pantalones pomponiles que necesitan remiendos en las rodillas y un par de proyectos de costura que tengo a medias porque todavía no he conseguido ordenar el rincón de costura lo suficiente para ponerme a coser.
Vamos, que aunque estoy siguiendo a rajatabla mi palabra del año, ACTUAR, creo que tengo que primero tengo que volver al año pasado y recuperar la palabra SIMPLIFICAR y a su amiga, la palabra ORGANIZAR.
¿Y qué mejor para ogranizar que un bote de cristal?
En diciembre ya os conté que soy adicta a los botes de cristal y que los guardo todos. Al principio los usaba para las conservas y para guardar cosas en la nevera, pero desde hace algún tiempo nos están colonizando cual pequeños alienígenas transparentes y han ido ocupando casi todas las habitaciones de la casa.
En el baño guardan los exfoliantes y las cremitas caseras (pronto os cuento!), en el armario del bricolaje (supongo que no dudabais que eso existía en mi casa) guardan brocas, tornillos y tuercas, y cada vez más, en las habitaciones, guardan lápices, tijeras y pequeños tesoros.
Pero aunque el bote sea muy bonito, puede quedar todavía mejor si le hacemos una fundita de ganchillo. La funda, de hecho, cumple bastantes funciones:
1 - Es bonita.
2 - Si el bote se cae al suelo hay menos posibilidades de que se rompa
3 - Si el bote está lleno de algo feo, no se ve
4 - Si en el bote se guarda un tesoro que no queremos que nadie vea, no se ve
5 - Si los botes chocan en el carrito azul de IKEA (sé que sabéis cuál es) no se rompen
6 - Se gasta alijo lanero, especialmente los ovillos chiquitines que no sabemos de dónde han salido
7 - ¿He dicho ya que es bonita?
En fin, todo son ventajas con una funda de ganchillo. Aunque seguro que eso ya lo sabíais.
Y lo mejor de todo es que son súper fáciles y súper rápidas de hacer. Que yo tengo una capacidad de atención limitada y los proyectos largos se me atragantan (hola, funda del cojín).
¿Que no sabéis cómo se hace? No os preocupéis, que yo os lo explico. Y os pongo fotos y todo...
Necesitáis cualquier ovillito de algodón que tengáis dando vueltas, una aguja de ganchillo y un bote de cristal. Y tenéis que saber hacer cadeneta y punto bajo.
La lana de algodón se suele tejer con agujas de entre el 2 y el 4, según su grosor. A mí me gusta hacer las fundas con una aguja pequeña (2,5-3) o al menos medio número más pequeña de lo que nos pide la lana. Así el punto queda más apretado y la funda tiene más estructura.
Pues empecemos. Haced cuatro cadenetas.
Haced un punto enano en la primera cadeneta que habéis hecho. Tendréis un círculo.
Haced una cadeneta (cuenta como primer punto) y cinco puntos bajos dentro del círculo que habéis hecho. No cerréis la vuelta, tejemos en espiral. Tendréis un total de seis puntos.
Haced dos puntos en cada punto. 12 puntos en total.
Vamos a ir ampliando nuestra base y va a ir cogiendo una forma hexagonal. No os preocupéis, que es exactamente como debe ser.
Haced dos puntos en el primer punto y uno en el segundo. Repetid cinco veces más. 18 puntos en total.
Haced dos puntos en el primer punto y uno en cada uno de los dos siguientes. Repetid cinco veces más. 24 puntos en total.
Haced dos puntos en el primer punto y uno en cada uno de los tres siguientes. Repetid cinco veces más. 30 puntos en total.
Ya veis cómo funciona, se hacen siempre dos puntos en el primer punto y luego se hace un punto en cada punto, añadiendo en cada vuelta un punto más.
Nuestra base irá creciendo seis puntos en cada vuelta (vais a repasar las tablas de multiplicar cosa fina).
Id probando a ponerle el bote encima, para ver cuándo tenéis que parar. La base tiene que sobresalir un poco de la base del bote, pero no mucho. Si vuestro bote no tiene parte redondeada en la base, es mejor que la base que tejéis no sobresalga nada. ¿Me explico? Es que he escrito tantas veces la palabra "base" que estoy hecha un lío...
A partir de ahí, ya solo nos queda hacer un punto bajo en cada punto. Aquí empieza la parte un poco más aburrida, porque no hay que fijarse en nada, solo tejer y tejer sin parar. Si queréis, podéis contar las vueltas, si no, podéis poner un marcador, o simplemente olvidaros de contar y tejer compulsivamente.
Normalmente, las bases de mis botes (os recuerdo que con una aguja del 2,5 o 3) tienen entre 48 y 66 puntos. Para que os hagáis una idea.
A medida que vayáis haciendo vueltas, podéis irle probando la funda a vuestro bote.
Podéis forrarlo hasta media altura o podéis forrarlo hasta arriba del todo. Si queréis hacerle la forma del cuello, tenéis que reducir puntos, de la misma manera que los estábamos aumentando, es decir, seis puntos en cada vuelta. Para ello tejeréis dos puntos juntos y luego un punto bajo en cada uno de los puntos siguientes.
Os pongo un ejemplo. Si he hecho una base de 60 puntos y quiero hacer la forma del cuello, de los 60 tengo que pasar a 54. Tejeré los dos primeros puntos juntos y los ocho siguientes con un punto bajo en cada punto.
Cuando ya lo tengáis, solo tenéis que hacer un par de puntos enanos en los dos puntos siguientes y rematar. Podéis esconder el hilo que sobra en los puntos de dentro del bote.
Ya tenéis vuestro bote forrado. Y lo mejor es que se le pueden hacer mil cosas. Los podéis hacer de rayas, los podéis hacer lisos, los podéis hacer de cuello alto o con escote generoso. ¡Y después los podéis tunear! Les podéis hacer caritas, pegarles o coserles trozos de fieltro... ¡E incluso les podéis hacer una tapa! Lo que sea para que nuestros lápices y nuestros tesoros estén abrigaditos, escondidos y ordenados, ¿no?
Y ahora, perdonadme, pero os dejo. Tengo un lavabo que pintar.