No os voy a engañar, sabía que la escritora canadiense había ganado el Premio Nobel de Literatura en 2013, sabía que escribía cuentos, y sabía que el ambiente canadiense que representaba era único… A pesar de todo, Mi vida querida es un libro que escogí por su portada. Puede que internet haya influido mucho. No sabía apenas nada del libro pero no paraba de ver una ilustración sencilla de una chica con mi peinado favorito (una trenza lateral) y un jersey de flores por la red y tuve que conseguirlo.
Gracias a él vuelvo a la sección Qué leer con muchas ganas de recomendar lo que, desde ya, debería ser una lectura obligada. Mi vida querida de Alice Munro es una recopilación de cuentos con protagonistas diversos pero que, para mí, mantienen cierta conexión (ya me contarás que te parece). Munro nos abre una ventana a la cotidianidad de vidas sencillas, simples, comunes, con personajes que no destacan por sus excentricidades pero en los que reconoces a un vecino, un familiar, a ti mismo…
Es una lectura fácil sin tramas complicadas o personajes confusos. La aparente simplicidad del texto es su punto fuerte. Además los cuentos son independientes y puedes alternar la obra con cualquier otro libro. Pero es muy posible que su estilo te cautive y no puedas parar de leer esos fragmentos de vidas anónimas que Munro nos relata. Las cuatro últimas piezas, dice Munro: “no son exactamente cuentos. Forman una unidad distinta, que es autobiográfica de sentimiento aunque a veces no llegue a serlo del todo. Creo que es lo primero y lo último -y lo más íntimo- de cuanto tengo que decir sobre mi propia vida“. ¿Qué más se puede pedir?
Género: Colección de cuentos.
Ficción contemporánea
País: Canadá
Número de páginas: 336
Año: 2013
Apto para: Adultos
Editorial: Lumen
En cuanto le subió la maleta al compartimento, Peter pareció ansioso por quitarse del paso. No es que estuviera impaciente por irse, dijo que solo le preocupaba que el tren se pusiera en marcha. Se quedó en el andén mirando hacia la ventanilla, despidiéndose con la mano. Saludaba, sonriendo. A Katy la miraba con una sonrisa franca, resplandeciente, inequívoca, como si creyera que la niña siempre sería un prodigio para él, y él para ella. A su mujer, en cambio, le sonreía con optimismo y confianza, pero con cierta determinación. Algo que no era fácil expresar con palabras, que nunca lo sería. Si Greta lo hubiera mencionado, Peter le habría dicho: no digas tonterías. Y ella le habría dado la razón, pues no le parecía natural que personas que se veían a diario, a todas horas, tuvieran que andarse con explicaciones de ninguna clase.”