Cuando Frida Kahlo contaba sólo con seis años de edad, se vio aquejada de poliomelitis. Si bien pudo sobreponerse a la enfermedad, le quedó como secuela una cojera en la pierna derecha. Con todo, pudo recuperar la movilidad y las ganas de vivir. En 1925 sufrió un accidente que cambió su vida por completo. En el choque entre un ómnibus y un tranvía, una de las barandillas de metal atravesó el vientre de la joven colegiala y fue poco menos que un milagro que sobreviviera. Diecisiete fracturas óseas, así como diversas lesiones internas de columna y un pie destrozado la ataron durante meses a una cama.
Para escapar de la angustia durante su convalecencia decidió aprender a pintar. Inició así una terapia personal: componía autorretratos con los que sublimaba sobre el lienzo su sufrimiento físico y mental. Se le facilitó para ello un caballete especial y se instalo un espejo en el techo. Posteriormente tuvo que someterse a numerosas operaciones, sufrió varios abortos e incluso fue necesario practicarle una amputación.
Uno de los cuadros más conocidos de Frida Kahlo, La columna rota, resulta tan sorprendente como conmovedor. En el momento en que lo pintó, su estado de salud había empeorado y se veía obligada a llevar diversas fajas ortopédicas. La imagen muestra a una Frida de torso abierto, en cuyo interior se ve una agrietada columna jónica, símbolo de su maltrecha espina dorsal. Su torso, desnudo salvo por el corsé, está salpicado de clavos.
Su figura se enmarca en un espacio árido y montañoso, desierto y ralo. Los atentos ojos, sobre los que extienden unas cejas espesas y redondeadas unidas en el entrecejo, observan al espectador con gran seriedad. Las comisuras de sus labios insinúan una velada tristeza casi irrepetible.
El cuadro despierta de inmediato el recuerdo de las incontables estampas del martirio de San Sebastián. Sin embargo, la sorpresa generada por la brutal percepción del cuerpo abierto en canal y la columna, cuyo capitel alcanza la barbilla de la artista y sostiene así erecta su cabeza, no se detiene aquí. Puede que la presentación sin ambages de una lesión corporal sea algo habitual en los manuales de medicina; en el arte, sin embargo, se procura suavizar estéticamente esta intención, cuando no presentarla de manera indirecta. Una exhibición tan descarnada del sufrimiento es radicalmente nueva. la fantasía nace del sobresalto que se apodera del espectador al contemplar el cuadro. Y sin embargo es precisamente esta objetividad naturalista expuesta a la vista de todos la que le afecta de manera subjetiva, y a la que nadie puede sustraerse.
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