Me gustan los días feos como hoy. Sí, sí, me encanta que llueva, que truene, que se abra el cielo y caiga hasta piedra. Me chifla.
Es verdad, no me insultéis más, es cierto, yo no salgo de casa y trabajo en pijama, y esos días ese es un placer que no se puede comprar con dinero. El pomelo lleva a los pompones al cole y yo no me visto, me echo una mantita por encima, en todo caso, y desayuno en el sofá mirando cómo cae agua y más agua.
De las cosas buenas que tiene la autonomía, esa es la mejor. Quedarte en casa mirando cómo llueve, o salir al balcón a disfrutar del sol de la mañana, o quedarte cinco minutos más en la cama porque puedes. O hacer punto en medio de una reunión porque nadie te ve. Por eso ya no sé si podría adaptarme a un trabajo con horarios y lejos de casa, porque me encanta, me apasiona estar en mi casa y disfrutar del día tal y como se presenta.
De hecho, esa es una de las cosas que por fin estoy dispuesta a aceptar. Y me ha costado un montón. Esperad, que voy a salir del armario... Soy una maruja. Lo repito: Soy una maruja.
Me gusta mi casa, me gusta ordenarla, organizarla, decorarla. Me gusta cocinar, hacer conservas y, hasta cierto punto, casi incluso me gusta limpiar (aunque si el follón es muy grande es una tarea que siempre recae en el pomelo, que para eso es pinche). Me gusta coser, hacer punto y el ganchillo. Me gusta el bricolaje, me gusta la jardinería, me gusta la fotografía. Me gusta hacer cosas sin salir de mi casa.
No soy una maleni porque en lugar de cupcakes y té prefiero un margarita y unos nachos, pero especialidades culinarias al margen, soy una maruja.
Ya está, ya lo he dicho y no ha sido muy doloroso.
Mi idea de un fin de semana ideal es quedarme en casa y hacer cosas. Pintar, plantar, envasar, preparar, recoger, organizar. Me gusta. Me gusta salir también, pero menos. Si me dais a elegir entre salir al parque a jugar al fútbol y quedarme en casa a ver una peli y a hacer punto o jugar a un juego de mesa... Lo tengo clarísimo.
Y supongo que de ahí viene mi amor por los días lluviosos... porque prácticamente no hay discusión: si llueve, lo normal es quedarse en casa.
Este fin de semana no ha llovido, pero ha sido uno de esos en los que se alinean los planetas y no tienes planes. Ni uno. Hubo partido de baloncesto infantil (y ganaron!), hubo carrera popular, pero no hubo nada más. Ni comidas, ni cenas, ni ver el partido con amigos. Nada de nada.
Así que me dediqué en cuerpo y alma a lo que más me gusta hacer. Y sí, el lavabo ya va por buen camino y pronto os muestro el primer paso del spa privado que me estoy montando. Y sí, como os mostramos en Instagram, plantamos bulbos de tulipanes y narcisos. Y también montamos esta mini estantería que me ha hecho feliz como pocas cosas en el mundo.
Ya lo hablamos el día de la organización mental: un espacio ordenado te ayuda a pensar mejor. Parece una tontería, pero es cierto. El día que tengo la mesa ordenada, las ideas fluyen, escribo rápido y trabajo a toda velocidad. El día que tengo pilas de papeles por todas partes, me estreso en cuanto me siento.
Y sí, el módem me causaba un cierto estrés. Porque como mi casa es alargada y la entrada de la fibra está en la otra punta, además de un módem que ejerce de punto inalámbrico, necesitaba un amplificador de señal. A mí no me preguntéis mucho, yo solo me quedo con las palabras para hacerme la interesante. El técnico vino, me lo instaló todo y funciona.
Total, que desde que todos estos aparatos pasaron a formar parte de mi paisaje cotidiano, vengo pensando cómo deshacerme de ellos.
Pensé en la balda por debajo de la mesa y me pase un par de meses buscando la manera de sujetarla. Pero nada me convencía, ni era lo bastante alto ni nada de nada. Hasta que se me ocurrió el concepto columpio.
¿Qué se necesita?
Un tablón de madera (yo lo corté con caladora, ahora os cuento, pero podéis pedirlo a medida)
Lija
Un taladro
Nogalina, betún de Judea o cualquier otro tinte
Barniz o tapaporos
Cuerda gruesa (un poco más pequeña que la broca del taladro)
Tornillos... de esos que tienen un gancho... Mmm... No tengo ni idea de cómo se llaman.
Para empezar, yo tomé las medidas del hueco que tenía para mi estantería. La quería entre las patas de la mesa, así que tenía medidas muy claras.
Las trasladé a mi tablón de madera y lo sujeté con unos sargentos (que me acabo de comprar y me hacen muy feliz) a la mesa.
Corté el tablón con la caladora. Tuve que hacerlo dos veces porque todavía no le tengo pillado el truco y se me va para cualquier sitio.
Os podéis saltar este paso si compráis vuestro tablón directamente del tamaño que lo necesitéis.
Lijé bien el tablón, no solo en el corte, sino por todas partes, para eliminar posibles astillas.
Luego volví a sujetar el tablón a la mesa con los sargentos e hice un agujero en cada esquina con el taladro y una broca de madera.
Volví a lijar con paciencia para retirar todas las astillas.
Pasé un paño suave para eliminar todo el polvo del lijado y teñí.
Para teñir podéis usar cualquier cosa. Por ejemplo, el preparado con vinagre del que ya hablamos aquí. O nogalina o betún de Judea. Yo quería oscurecer un poco la madera, pero que se siguiera viendo la veta, así que rebajé la nogalina con agua y con una gasa (también se puede hacer con mecha de algodón) teñí el tablón.
Un consejo que he aprendido en mi clase de restauración de muebles: mojad la gasa en la nogalina y teñid con un movimiento largo que cubra toda la madera. No frotéis, porque tendréis diferencias de color. Solo se hacen pasadas largas para cubrir y no se repasa hasta haber terminado. Le podéis dar tantas capas como queráis, en función del acabado que os guste, pero siempre de esta manera, haciendo capas completas y sin pasar más de una vez por el mismo sitio.
Lo dejé secar. Cuando estuvo seco, barnicé.
Luego solo me quedó cortar cuatro trozos de cuerda iguales. Como mi cuerda era sintética, quemé los extremos para que no se deshilachara. Hice un nudo en un extremo y pasé la cuerda por el agujero.
Coloqué los cuatro tornillos en la parte de abajo de la mesa con ayuda de unos alicates y con otro nudo colgué finalmente mi estantería en su sitio.
Ahora tengo la mesa más despejada, para llenarla mejor de papeles. Ay, no. Para subir al nirvana de los trabajadores por cuenta propia. O algo.
Ya solo me queda inventarme algo para los cables. Odio los cables. ¿Tenéis algún truco infalible?
¿Os gustan los días feos? ¿Os hacen felices chorradas como esconder el módem? ¿Sois marujones como yo? Aunque digáis que no, os voy a querer igual.