¿Sabéis esa sensación de que uno puede con todo cuando abrís la primera página de una libreta nueva, o cuando os sentáis a trabajar ante una mesa limpia y ordenada, o cuando empezáis a cocinar con todos los ingredientes a mano y bien cortaditos? Pues esa sensación tengo yo hoy. Todavía hay flecos que cortar, un poco de polvo que limpiar y algún armario cerrado a presión que me da miedo abrir, pero en general, el nuevo aspecto del blog me causa un profundo sosiego. Sigue sin ser exactamente lo que quiero, pero como ni yo misma tengo muy claro qué es lo que quiero, por el momento estoy encantada con este aspecto más ordenado y limpio.
Pero hoy os quiero presentar a Nuri:
La foto no es tan bonita como me gustaría, pero es que se la saqué a traición con el teléfono del pomelo y esto fue lo que salió. Pero aunque la foto no es perfecta, sí que retrata a la Nuri a la perfección: una mujer activa, charlatana y encantadora, con unas manos increíbles.
Nuri tiene 82 años y es "la Nuri de la Pesca". Su casa fue durante más de 50 años la tienda de ultramarinos del centro del pueblo. En el comedor cuelga la balanza que usaba para pesar el pescado salado hace tantísimos años, aunque de la tienda apenas queda una placa en la puerta de la casa, porque ella ya hace años que se jubiló.
La conocí el sábado por casualidad. Bueno, quizás no por casualidad, porque fue en la fiesta de cumpleaños de mis suegros, pero lo que sí fue casual fue que en la sobremesa yo sacara el ganchillo y que entre los montones de personas que éramos, ella se fijara y me preguntase inocentemente si me gustaban las labores. Ahí nos liamos a hablar y supe que ella es la artífice de muchas de las cosas hechas a mano que mi suegra tiene repartidas por la casa. Y cuando le dije que un día de estos me pasaba para que me mostrara las cosas que hace, me contestó enseguida: "Si quieres te las muestro ahora".
Ella dice que lo suyo no es bordado, que ella apenas hace punto de cadeneta, pero a la que empezamos a hablar y a abrir cajones salieron vainicas increíbles y me empezó a contar historias de cada pieza bordada.
Llegó un punto en el que yo no podía abrir más la boca de la sorpresa y creo que mi única frase en la conversación era "me encanta" a cada nueva pieza que Nuri me enseñaba, un poco como si tal cosa, como si no tuviera ningún mérito crear las cosas hermosas que crea.
Más hermoso aún es ver que detrás de cada pequeño paño, de cada tapete, hay un vestido que se rompió y se reaprovechó, unos bolsillos que se descosieron, unas sobras de una cortina o de una sábana vieja. Y que esos trocitos de tela le han llegado de diferentes sitios y diferentes personas. Y que siguen su camino, puesto que Nuri me regaló (sin necesidad de insistir demasiado) varias piezas que pienso guardar como oro en paño.
Os vais a reír de mí, pero una de las cosas que siempre me ha dolido de haber cambiado de país es precisamente esa: no poder tener esos tesoros antiguos que casi todo el mundo tiene. No tengo muebles de mi abuela, ni la caja de costura de una tía, ni nada de nada. Tengo apenas LA bufanda de la que os hablé hace un tiempo y alguna cosa de mi suegra o de la madre de mi padrastro, que me llenan de alegría y me ponen el corazón tierno. Y me gusta comprar alguna cosilla en un mercadillo de vez en cuando, pero no es lo mismo. No es lo mismo que saber las manos por las que ha pasado y sentirte cerca de las personas que la han usado.
Por eso estos regalos de la Nuri tienen un lugar privilegiado para siempre en mi vida, porque la persona que los ha hecho es excepcional y porque cada pedacito de tela que decora mi casa ha tenido una vida previa que noto e imagino cuando lo recorro con las manos.
¡Mil gracias, Nuri!