¡Buenos días de lunes! Ha sido un fin de semana perfecto. Sí, sí, bastante perfecto. Y a diferencia del pasado, no porque hayamos salido de paseo y hayamos ido a ver rincones que no conocíamos. Sino por todo lo contrario.La pompona lleva cinco (eternos) días enferma y el domingo yo misma me levanté como una sopa y con dolor de garganta. Así que salvo escaparnos el sábado a comer a casa de mi suegra (sin el pomelo, porque mi suegra es guay) no hemos hecho nada más que estar en casa, desconectar y ponernos al día.
No, no es una contradicción. Por un lado, ha habido desconexión total, particularmente por mi parte. Estoy aprendiendo a no abrir el correo electrónico durante el fin de semana. Para nada. Ya lo hablaremos en un post de "organización para desorganizados", pero vamos a ser sinceros: leer el correo antes de tiempo no te da ninguna ventaja. Todo lo contrario. Si lees el correo y sabes lo que te espera el lunes, lo más probable es que te pases todo el fin de semana agobiado, y no vale la pena.
Y no es solo que no valga la pena ese ansiedad preventiva... es que estar pegado al correo nos resta calidad de vida y no nos deja espacio para pensar en otras cosas.
A veces miro el móvil y pienso que, igual que pasó con la incorporación de la mujer al trabajo, con la tecnología nos han timado. (Cuidado, empieza el momento viejuno.) Antes alguien te llamaba por teléfono y si no contestabas, no pasaba nada, volvía a intentarlo al cabo de un par de horas. Ahora te llaman y ya está: tienes una perdida, sabes quién te ha llamado, tienes que devolver la llamada (y si es de trabajo esperan que la devuelvas inmediatamente) y no tienes ninguna excusa para no hacerlo. Y si te envían un correo electrónico, pasa más o menos lo mismo: la gente quiere que contestes, que lo hagas rápido, que les respondas las preguntas o que hagas lo que te piden inmediatamente.
Y como ya os conté la semana pasada, a mí todo eso me agota. Yo intento mantener mi correo a raya, pero no puedo evitarlo, a veces me supera y soy incapaz de hacer frente a todo lo que se acumula en mi bandeja de entrada. Hay veces que es porque estoy muy liada haciendo otras cosas (por ejemplo, trabajando), pero hay otras que es por puro agotamiento y porque necesito tener un momento tranquilo para contestar a los mensajes con calma y largo y tendido como se merecen.
Todo eso me genera estrés, para qué os voy a engañar, así que desde ahora mismo los fines de semana (y las noches a partir de las 8) empiezan a ser en mi casa momentos sin correo. Prefiero tener un rato tranquilo que poder dedicar a otras cosas, a otros proyectos.
Y ahí es donde viene la segunda parte: nos hemos estado poniendo al día. Hemos ordenado cosas pendientes, hemos vuelto a tirar cosas, hemos hecho las últimas páginas de los cuadernos de vacaciones e incluso hemos vaciado la nevera. Esto os lo cuento otro día, porque estoy súper orgullosa de lo mucho que hemos aprovechado hasta la última zanahoria pocha.
Y también le he hecho fotos a un proyecto que hacía muchos días que tenía ganas de mostraros. Uno de esos proyectos que te ponen de buen humor porque te solucionan un problema.
Entre las cosas que hemos hecho en las #reformasenCasaPompon, ha habido una puesta a punto del balcón. El balcón no es particularmente grande, aunque es bonito, da a un patio interior y tenía problemas tanto de acumulación de agua cuando llovía, como de desgaste del cemento de los muros. Long story short tenemos muros, suelos y baldosas nuevos. Y hemos colocado coquetamente en ambos extremos unos bancos de IKEA que me regaló mi madre en un cumpleaños y que usamos para guardar el material de jardinería y las herramientas de bricolaje.
El problema es que los bancos son de madera y tienen huecos entre los tablones. Quedan preciosos, pero cada vez que llueve se me arruinan las semillas o las lijas, porque el agua entra bastante a raudales.
Así que se me ocurrió que lo más práctico podía ser hacerles unos cojines con tela impermeable, de esa que parece plastificada, como un hule para la mesa.
Y dicho y hecho.
No podría ser más feliz con mis cojines: mi balcón está precioso, los bancos son infinitamente más cómodos que cuando nos sentábamos directamente sobre la madera y no se me ha vuelto a mojar nada (con lo que he podido guardar muchas más cosas que antes me daba pánico meter ahí).
Así que os cuento cómo lo hice por si alguien quiere probarlo también!
Necesitáis: Espuma de alta densidad (yo la compré aquí), un par de metros de tela plastificada, una cremallera (lo suficientemente larga para el tamaño de vuestro cojín, en mi caso, 60 cm.), elástico grueso.
Lo primero que necesitáis es medir vuestro cojín. Yo compré una plancha enorme de espuma (tengo medio metro de sobras, si alguien lo necesita) y lo que hice fue poner la tapa del mueble encima y marcarla con un rotulador.
Cortad la espuma con cuidado y con ayuda de un cuchillo del pan. Probé con un cúter, pero no hay color, el cuchillo del pan va de muerte.
Luego hay que marcar la tela. Necesitáis dos piezas del mismo tamaño que la tapa y la espuma, más un centímetro a cada lado, que será vuestro margen de costura.
Medid el diámetro del cojín. Y ojo, que aquí hay que hacer mates.
En mi caso, el diámetro era de unos 240 centímetros. Como mi cremallera era de 60, corté una tira de tela de 180 centímetros más dos de margen de costura, por la altura, en mi caso 10 más 2 de margen de costura.
Por otro lado, corté dos piezas para poner a cada lado de la cremallera. Ambas tenían 7 centímetros (5 más 2 de margen de costura).
Empezamos por coser la cremallera a estas dos últimas telas. Doblad el centímetro de margen de costura del lado de la cremallera y cosed con un pie para cremalleras. Repetid al otro lado.
Cuando ya tengáis la pieza de la cremallera lista, cosedla a la otra pieza larga para hacer el contorno de vuestro cojín. Ojo, porque tenéis la cremallera puesta. Tenéis que coser la pieza larga lo más cerca posible del inicio/fin de la cremallera. En mi caso, la cremallera era reciclada y pasé por encima de ella en la parte inferior.
Probádselo a la espuma para aseguraros de que cabe bien.
Llega el momento de coser la parte de arriba. Tened muchísima paciencia porque por muy bien que se os hayan dado las mates y por muy bien que hayáis cortado, lo más probable es que tengáis que ajustar un poco la tela para que os quede bien (yo descosí como unas cuatro veces). Unid con alfileres la parte superior a la lateral, con muuuuchos alfileres. Cosedlo con mucha calma.
Probádselo a vuestro cojín.
Abrid la cremallera. Medid el elástico grueso que tenéis que poner en la parte de abajo para sujetar el cojín. Recordad que es mejor que quede un poco tenso. Podéis cortarlo del mismo ancho que tiene vuestro mueble.
Fijad la parte de abajo a la parte lateral con muchos alfileres y sujetad también los elásticos. Recordad que os tienen que quedar dentro de la funda, porque estáis cosiendo por el revés de la tela.
Cosed con paciencia infinita otra vez y cuando ya lo tengáis, dadle la vuelta a la funda por la abertura de la cremallera.
¡Ya lo tenéis! Un cojín para adornar cualquier rincón y que podéis adaptar a vuestro mueble y a vuestro espacio (vamos, que si lo queréis para interior no hace falta que la tela sea plastificada, por ejemplo).
Apenas puedo expresar lo muuuuy feliz que me hacen estos bancos. Son el sitio perfectísimo para sentarse con un margarita a disfrutar del aire de la tarde ahora que todavía hace calor. O para leer el periódico y comerte un croissant un domingo por la mañana. O para tomarte el aperitivo de una cena con amigos. Y toooodo lo que guardo dentro está súper protegido (no más semillas de lechuga medio germinadas y medio podridas tras una tormenta eléctrica). Life is good.
Espero que tengáis una muy buena semana llena de cosas tontas como estas, que te hacen feliz porque sí.