Siempre he querido tener uno y este verano me he decidido a comprarlo.
Me acerqué a la cesteria de toda la vida del Casco viejo de Bilbao y compré el más grande que había. (Si quiero que entre lo de cuatro personas tiene que ser muuuy grande)
Cuando llegué con él a casa y lo vi, así, tan desnudito, cómo un lienzo en blanco, pensé que tenía que hacerle algo de mi cosecha, darle un toque especial.
Ya, ya sé que lo que se lleva ahora es pintarlos con Chalk Paint, pero aunque me gustan, me da la sensación de estar ya muy vistos. Así que decidí hacerle algo sencillo y casi de quita y pon.
Compré lanas de colores fluorescentes y con ellas hice unas borlas. Las adorné con cuentas de madera que tenía en casa. Las até a una argolla de llavero y de esta manera, si me canso de ellas puedo quitarlas sin problema.
Cuando fui a la mercería a por material para hacerme las sandalias, vi una tira de madroños de colores flúor que me encantó. Así que simplemente con el pegamento de tela lo pegué en todo el borde del cesto.
El resultado, sencillo pero alegre y llamativo. Colores brillantes para el verano y para la playa.
Y si, cabe todo perfectamente. Estoy encantada con la adquisición y la verdad es que minimiza bastante la cantidad de bultos que llevabamos antes a la playa.
Espero que os animeis a volver a la tradición de los cestos. Además contribuimos a que este tipo de artesanía siga viva.
¡¡Hasta pronto!!