Sobre lo cool y lo castizo



Lo reconozco, soy la primera a la que le gustan las cafeterías cool, me encantan los sitios con decoraciones cuidadas y si tienen un sofá Chester y ladrillo visto soy capaz de recorrer varias manzanas para ir allí a tomar un café, desayuno o merienda :-). Y eso bien lo saben mi familia y mi amiga Cristina que me han seguido callejeando hasta llegar al "mejor brunch/desayuno/café/loquesea de Madrid".

Pero como casi en todo en este país, tanto bonitismos se nos está yendo de las manos, y ya lo decía mi amigo Antonio (y mi marido también) que en nada volveríamos a recuperar el gusto por los bares castizos. Que no digo yo que no tengan su encanto, pero entre las sofás Chester y las barras con cáscaras de cacahuetes en el suelo tiene que haber un punto medio....

Pero no lo hay, este es un país de extremos si se se lleva lo cool, todos a por lo cool, ¿carteles de pizarra?, todos a por los carteles de pizarra, ¿pastel de zanahoria en un portatartas?, pues todos con pastel de zanahoria en un portatartas. A priori parece estupendo, pero llega un momento en que te das cuenta de que no... de que hemos colocado locales en el top por encima de nuestras posibilidades, claramente.

Y ese momento fue hace un par de semanas. Os pongo en situación: fin de semana en el centro buscando un sitio para desayunar (tres niñas, cuatro adultos) y pasamos por uno de estos locales. Uno no, el top de los top más top de Madrid, seguramente el más blogueable, instagrameable y compartible por redes sociales que pueda haber en la ciudad. Tan top, que en dos años que llevo en la Madrid nunca hemos conseguido mesa. Pero ese domingo, voilá, mesa para seis (había una chica que intentó ocuparla ella sola, error.... prácticamente la miraron como una loca de la vida, ¿una mesa para seis? ¿una chica sola?...). Ahí debimos empezar a sospechar, pero no..., inocentemente nos sentamos allí tan ricamente pensando la grandísima suerte de haber encontrado sitio en ese local tan ecofriendly, kidsfriendly, dogfriendly, veganofriendly y todo lo friendly que se pueda ser (menos para la chica sola a la que mandaron sin piedad a la cola de la entrada).

Empezamos, la carta, sí, la carta. Tan hipster, tan de diseño, con tantas cosas con apellido (mermelada de arandanos de los bosques de Finlandia recogida por un ermitaño de sombrero azul que sale una vez al año para recolectar...) que hacía falta media hora para leerla. A mí, que me gustan los sitios monos, pero leer, lo que se dice leer, me reservo para la literatura, los menús tan extensos me agotan, qué queréis que os diga, al tercer sandwich club ya he desistido de seguir leyendo ingredientes y me he pasado al café con curasán... soy así de simple.

Después de un rato enormemente largo apareció el camarero (vale, llamarle camarero no es correcto, porque en realidad en este tipo de locales abundan los "no camareros", vestidos de "no camareros", con actitud de "no camareros", más bien de "te voy a perdonar la vida por venir a mi local porque lo último que me apetece en el mundo es traerte el desayuno que yo soy neohippy, hipster, vegano y en mis ratos libres practico yoga mientras horneo pan con masa madre."). Bien, nuestro camarero/no camarero nos pide que pidamos. Niña uno: "zumo de naranja..." mal, muy mal, el camarero/no camarero muestra su total desaprobación con la mirada. Yo, que soy medio idiota y enseguida detecto las susceptibilidades ajenas insisto "cariño, hay muchos zumos diferentes en la carta, ¿no quieres probar otro? que el de naranja lo tomas siempre". "No, quiero zumo de naranja". Mal empezamos... Niña dos: "Cola Cao con tostadas con mermelada". Otra caída de ojos del camarero/no camarero.... "¿pan integral, de nueces, de sal de rosas del Tibet..??"; "no, no, no, pan normal".... Niña tres: "yo tostadas con aceite y tomate" Ahí nuestro camarero/no camarero nos miró por primera vez a los ojos y sentenció "Aquí no tenemos tomate". Que sólo le faltó decir, "vamos a ver, que yo no me he currado una carta con peras ecológicas en almibar y mermelada de arce, para que vengáis aquí en plan Paco Martinez Soria a pedirme unas tostadas con tomate"

En fin, después de seguir cometiendo errores en cada comanda, mi amiga Cristina que es todavía más sensible que yo a las susceptibilidades ajenas, se pidió unas tortitas de centeno con mermelada de pera y jarabe de arce y hasta un café con leche de soja por eso de no ser la peor mesa de todo aquel local tan kidsfriendly.

Como nuestra mesa fue la última en ocuparse, mientras nos traían los desayunos (lo cual llevó más tiempo del razonable) se fue creando una cola en la entrada del local detrás de la ya conocida como "chica sola". Así que empezamos a desayunar con un montón de ojos escrutando nuestra mesa y cada uno de nuestros bocados calculando cuantos más necesitaríamos para dejarla libre. Tener una fila de gente al lado vigilando tu desayuno no es muy friendly que digamos, si además esa fila de gente se entretiene hablando cada vez más alto porque entre las conversaciones de los que ya estábamos sentados y los ladridos de algún perro que se empeñaba en recordarnos así lo animalfriendly que era ese sitio, el ruido se hacía cada vez más insoportable, y un local ruidoso a mí deja de parecerme cool al minuto uno.

Así que en cuanto acabamos, pedimos la cuenta. Error, mal, muy mal, nuestro camarero/ no camarero nos miró de nuevo con condescendencia (creo que incluso suspiró, pero igual estoy dramatizando..) para decirnos que él no llevaba las cuentas a las mesas, que se pagaba en caja y le faltó añadir que si queríamos un camarero de verdad, de los que traen el ticket a la mesa y sirven tostadas con tomate nos fuésemos directos al "Mesón del Jamón" o al taberna castiza más cercana de la que nunca deberíamos haber salido. Y créanme, ganas no nos faltaron :-)

En fin, en medio del desayuno mi amiga Cristina y yo nos dimos cuenta de que no habíamos hecho foto para Instagram (horror...), ¿el único día que habíamos conseguido mesa en el guró de los brunch de Madrid y no íbamos a contárselo al mundo?? Así que improvisamos la foto que ilustra este post, con un montón de ojos calculando el tiempo que eso ralentizaría nuestra mesa, y claro, con tanta censura alrededor así salió, una cutre foto, que refleja la verdad, que ese sitio no era el nuestro y que ni las tortitas de centeno iban a hacer el menor esfuerzo por parecer cool para nuestro Instagram.

A pesar de todo esto, seguiré yendo a sitios cool, aunque no pienso volver a este, de verdad que no, no sé qué verían en él las personas que hacían cola (¿cola por un desayuno??? ¿en serio?), supongo que llegaron allí después de leer alguno de los mil millones de post donde lo recomiendan. Y no digo yo que esté mal, la verdad, todo estaba bueno. Y está claro que debíamos habernos decantado por un brunch en condiciones (los de las mesas de al lado tenían una pintaza), que al fin y al cabo las tostadas se pueden pedir en cualquier sitio, pero hay sitios igual o mucho más estupendos, donde también saben que ser realmente cool implica que la personas se sientan cómodas y bien atendidas, por unas simples tostadas con aceite que pidan.

Fuente: este post proviene de So Sunny, donde puedes consultar el contenido original.
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