Podemos comprar este producto en almacenes de suministros para joyería. Nos entregarán dos componentes, esmalte y catalizador, que deben mezclarse con toda exactitud. Los acabados con esmalte son verdaderamente extraordinarios, y vamos a enseñaros paso a paso la forma de trabajar el producto realizando un bonito servilletero.
Para confeccionar el servilletero hemos recopilado una pequeña bandeja, dos peinecillos de plástico y las cuentas de un collar roto. Los dos primeros elementos son los que irán tratados con esmalte. Dicha técnica requiere combinar en proporciones exactas el esmalte propiamente dicho y el catalizador que lo hará endurecer por acción de los rayos infrarrojos. Para medir bien, utilizamos jeringuillas de farmacia, y una vez extraída la cantidad necesaria de esmalte deducimos el volumen correspondiente del catalizador.
La proporción es de 100 mililitros de esmalte por 55 de catalizador. Si la mezcla varía, el producto resultante no solidificará bajo ningún concepto.
El secreto al elaborar un producto de dos componentes es mezclarlos a la perfección. Tendremos en cuenta el tiempo válido de la preparación estipulado por el fabricante, para distribuirlo entre el mezclado y la aplicación, dejando un margen razonable. Removemos bien el producto con un palito en un recipiente de tamaño adecuado para el volumen de la mezcla; en este caso aprovechamos la tapa de un bote de mermelada.
Elaborada la mezcla, aplicamos la sustancia con un pincel por el borde estriado de la bandeja, generosamente, haciendo que resbale de forma aleatoria hasta la base plana, creando un interesante y bonito cráter de lóbulos en color cereza. El mercado ofrece dos tipos de esmalte: los opacos, con una carta de colores aceptablemente extensa, y los transparentes, cuya gama de color es mucho más restringida. Los diferentes tonos pueden fusionarse obteniendo nuevos colores, aunque inicialmente la amplia variedad disponible nos ahorra hacerlo.
A continuación pintamos los peinecillos, después de eliminar las púas con un alicate de corte. El esmalte se ha ido espesando, y adquiere la viscosidad idónea para quedar alojado en los huecos de la filigrana dejando ligeramente teñida la superficie. Cuando el producto endurezca, consigamos ese efecto de relieve vitrificado en dos tonos, que hace tan atractivas las piezas con calados o ranuras.
Una vez tratados los peinecillos y la bandeja, las ponemos bajo una bombilla infrarroja, que se compra en cualquier tienda de electricidad y se monta en un flexo común. Estas lámparas tienen infinidad de usos, por ejemplo se emplean en las granjas avícolas para proporcionar calor a los pollitos, y sirven también como perfecto sustituto del clásico brasero debajo de la mesa. Ponemos la luz a unos 30 cm sobre los objetos esmaltados, dejándola encendida varias horas, hasta notar palpando suavemente que el esmalte ha solidificado por completo.
Apagamos la bombilla, dejamos enfriar las piezas y procedemos al montaje final. Ahora soldamos a la bandeja con pegamento termoadhesivo los dos peinecillos, sujetando con firmeza unos segundos hasta que se produzca la unión. Si no tenemos experiencia manejando la pistola térmica, nos pondremos guantes de protección: aunque el adhesivo se enfría con rapidez, las quemaduras son dolorosas.
Llega el turno de los pequeños adornos procedentes del collar. Empleando el mismo utensilio, haremos surgir una mágica floración de cerezas, plátanos, mazorcas y uvas. Con un poco de habilidad, conseguiremos que cada gota de adhesivo quede oculta bajo la pequeña fruta, obteniendo un acabado de mayor calidad para nuestro diseño.
De esta forma tan sencilla completamos el ornamento de nuestro servilletero. Ese mismo día podremos colocarlo en la mesa. Al tiempo que reciclamos varios objetos que llevaban largo tiempo abandonados en un cajón, hemos aprendido el fundamento del esmalte en frío. El éxito nos invitará a aprovechar la técnica, abordando diseños personales y más ambiciosos.