En mi ajuar, los paños de cocina son el textil más abundante. Tía Carmen también ayudó a esta situación.
Mi Madre parecía querer especializarse en bordar a punto de cruz la franja de esterilla de los paños de algodón portugueses.
Sobre el algodón beige, quedaban casi "pintados" distintos accesorios de cocina y alimentos, en vivos colores cuidadosamente combinados.
A veces dulce, a veces salado, cada pañito parecía estar destinado a un momento preciso de la comida. Reflejando incluso la temperatura del objeto, quedarían expuestos con orgullo en el tirador del horno de la propietaria, ya fuera mi hermana, yo, o alguna prima que, al verlo, no habría podido evitar pedirlo.
Contrastados colores que se disputan el protagonismo en escenas tan realistas y tan incluídas en su ambiente, en el que les es imposible camuflarse. Son el centro de una ordenada e impoluta cocina de dudoso uso, casi de exposición murciana. Consideradas por las entendidas como piezas de muy esmerada realización e ingenio, con una gran personalidad a la hora de delimitar los contornos.
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