Buscaba entrar en este mundo hace tiempo y, poco a poco, abrí su puerta. Empezaba a impregnarme de una jerga nueva, de un silencio entre hilos, concentrada. Largas tiras de puntillas torcidas atestiguan mi tesón. La primera puntilla presentable fue secuestrada por mi Madre que, orgullosa, la situó coronando su tela favorita : el lienzo moreno.
Al principio realizaba formas sencillas: punto entero, medio punto, arañas simples y filigranas de torchón. La labor avanzaba rápido y el resultado se veía pronto, para satisfacción propia y de alguien más. Mi Madre remataba el trabajo añadiendo el minúsculo trocito de tela en el centro.
Para hacer pañitos cuadrados lo mejor es utilizar una torta de bolillos redonda, y hacerla girar para confeccionar cada cuarterón del pañito.
Al avanzar en el conocimiento de esta técnica, tú misma vas pidiendo sensaciones nuevas, conocer otros puntos. Y fue cuando me atreví con este pañito:
Llegaron los guipures, las trenzas, el punto entero con separación... La labor parecía interminable. Al aumentar su complejidad se volvió un trabajo lento, pero a la vez, más satisfactorio. Se convirtió en un encaje apreciado, valorado por su elaborado desarrollo, poniendo a prueba la paciencia de la encajera. Sin embargo, llamó mi atención y consiguió enamorarme más de este tipo de encajes.
Y todavía hoy, sigo en ello...
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