Estos tres insignes personajes eran los encargados de hacer la Navidad muy larga y llena de emoción durante muchos años y a varias generaciones de niños y niñas entre los que me encuentro. No teníamos tradición de Papá Noél y ni de Santa Claus.
Dedicado a este insigne trío y a mi noche de Reyes de cuando era niña, en la que apenas dormía de la emoción, he escrito este poema-cuento. Espero que os guste.
Los tres Reyes atravesaron el mar del desierto,
embozados y protegidos por sus lujosos mantos.
La tormenta de arena, terrible, eterna,
les había retrasado.
Acostumbrados a viajar durante milenios,
trepando dunas, montañas y cerros,
la aventura corría por sus venas
con resortes de vida plena.
Las estrellas guiaban su destino,
y la más brillante, la de la estela blanca,
los resucitaba del olvido
cuando el frío arreciaba.
Su caravana de camellos,
cargados de mil presentes,
se movía entre las arenas del tiempo,
cual descomunal serpiente.
Y en la noche santa,
velarían el sueño de los niños,
dormitando en sus camitas blancas,
dejando en sus zapatos
los juguetes ansiados .
Melchor, cansado de sus muchos años,
de sus luengas barbas, de tanta caravana,
entornó los ojos al alba y halló la señal buscada.
La vio destellar en la pradera de lava:
la primera rosa malva, la avispa,
la de la trompetilla blanca con chispas.
Melchor curvó sus labios en sonrisas,
gritó a Baltasar y Gaspar
que dormían en sus sillas de brisa:
“La noche nos llama,
la rosa de Sanón habla,
visitemos a los niños
en sus sueños de plata”.
Y así los tres Reyes de Oriente,
dejaron su estela dorada
al abrigo del tiempo, entre algodones de infancia,
de camellos, mazapán, de carbón dulce y esperanza. (Teresa Echeverría Sánchez)
Felices Reyes, que vuestros sueños se cumplan.