Las Navidades estaban a punto de terminar. Los mayores te volvían a hablar del colegio, que si querías ir de nuevo. ¿Es que podía elegir? Pero faltaba uno de los días grandes, el más grande para un niño: el Día de Reyes.
En todas las poblaciones hay una Cabalgata, más o menos numerosa, pero siempre llena de ilusiones, de caritas con ojillos chispeantes... Si se portan bien, tendrán muchos juguetes.
"¡Hoy a la cama bien pronto!" Es el grito de guerra de todas las Madres. Ellas también están emocionadas: esa noche se adelanta la hora de dormir. Pero acostarse pronto es un arma de doble filo...
Yo soy muy muy dormilona, siempre me falta un poco, pero en la noche de Reyes los nervios actúan. Cuando ya había dormido bastante, la intranquilidad me despertó. Solía llamar cuando me ocurría, sin embargo, esta vez no lo hice. Mi hermana soñaba con sus regalos en la cama de enfrente. Decidí ir a contar que me había despertado, por si mi osadía se castigaba con la ausencia de juguetes. Si conozco el lugar, no necesito luz para caminar por él, así que avancé por el pasillo hacia el dormitorio de mis padres. Llegando a su puerta, escuché ruidos en el salón. El pasillo giraba hasta la puerta de la calle, y después volvía a girar hacia el salón. Había luz, y se podía ver la entrada porque la puerta del salón tenía un gran cristal traslúcido que así lo permitía. Pero esa puerta solía estar abierta. Encontrarla cerrada aumentó mi curiosidad. Ya podía acceder al pomo si alargaba el brazo cuando a través del cristal pude ver pasar una figura muy alta vestida de azul claro, que, con rápido movimiento, transportaba objetos de colores en sus brazos. Debía ser alguien importante porque le seguía, movida por el viento, una capa color carmesí.
Nunca más he tenido los ojos tan grandes. Ni perseguida por mi hermana hubiera girado tan deprisa las curvas de ese pasillo. Puede que no volviera a respirar hasta que alcancé la cama de nuevo. Sin embargo, Merche seguía con su armónico sueño. Tenía que volver a dormirme, una tarea complicada cuando la sangre se mueve tan rápido. Pero, poco a poco, mi tendencia por ser la más Bella Durmiente me valió para evitar ser descubierta.
Por la mañana, como siempre, les costó despertarme. Mis pequeños pasitos contrastaban con la última travesía por ese pasillo. Las dudas no me dejaban avanzar con mi pequeña bata azul. Y, al final, la puerta del salón, abierta, como siempre estaba. Y al entrar en el salón, me paralizó la sopresa: no quedaba un sitio libre. Las más pequeñas de treinta primos recibíamos regalos de media España, señalados con carteles.
Las muñecas de moda, una cocinita, mis primeras labores en bolsas bordadas, la mesa roja que pidió Merche para tomar café conmigo y que tuvo que pintar un paje... El paraiso más deseado para un niño. Y el mejor de los regalos: ¡nadie sabía que yo había estado tan cerca!
Bolsa de labores confeccionada y bordada por mi abuela Josefina.
Merche y Cristina descubren que los Reyes les han dejado regalos. Años 70.
Entre juego y juego me acordaba de mi excursión nocturna, sin comentar nada, en mi habitual silencio.
Aquella visión me acompañó durante un tiempo, cabilando si debía comentar lo que había ocurrido o era mejor callar... ¡por si me quedaba sin los juguetes!
Hoy lo recuerdo todo con una sonrisa, la sonrisa del primer recuerdo de mi vida...
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