Jabón de naranja













Atardecía.

Un filo de luz entraba en vertical en la cocina.

ELLA entró y cogió una naranja. Se sentó en el pequeño balcón donde aún calentaban los rayos de sol de aquel día caluroso de primavera. Distraídamente empezó a quitarle la piel mientras miraba la calle que en esos días de Semana Santa era un hervidero de gente.

Cortó la cáscara en trozos medianos y la dividió en dos partes. La mitad la metió en un cazo, lo llenó de agua y lo puso a hervir. En pocos minutos el olor a infusión de naranja inundó toda la casa.

ELLA cerró los ojos e inspiró profundamente.

Después se levantó y buscó entre algunos recipientes uno de cristal de tamaño mediano. Metió el resto de los trozos de corteza y lo cubrió de aceite de oliva. Lo tapó y lo dejó al calor del sol.

Después se comió la naranja.

De ese ritual de aromas y aceites nació este jabón, con un intenso olor a naranjo, a azahar y a primavera.

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