Buscando una manera diferente de comer el pollo y por mi gran amor a las hamburguesas, ayudada del conocimiento que mi padre me comparte sobre los embutidos, intenté inventar una hamburguesa de pollo que recordara a la morcilla (por las especias, no el color) y que alimentara el alma pero no los michelines.
Estoy muuuy contentísima con el resultado, ya que si evidentemente el sabor no es el de la morcilla, sí se le queda un sabor especiado no demasiado fuerte muy agradable.
Ingredientes (salieron 3 hamburguesas):
500 g de pechuga de pollo picada (yo la piqué a mano y quedó una textura genial)
150 g de cebolla
Una punta de cucharilla de clavo
Una punta de cucharilla de pimienta
2 cucharaditas colmadas de orégano
3 cucharadas de pan rallado
1 huevo
1 cucharilla rasa de sal
Aceite
Cantidad aproximada de clavo en cucharilla de café
Al lío:
Picar la cebolla muy pequeña y dorarla en una sartén con aceite y un poco de sal.
Mezlar la cebolla dorada en un recipiente con el resto de ingredientes (menos el aceite)
Formar las hamburguesas (cuesta un poco ya que la textura en crudo es blanda, así que al ponerla en la sartén se le puede dar la forma con la espátula sin problemas)
Es mejor si se deja reposar en la nevera.
Cocinarlas en una sartén caliente con un pelín de aceite (solo para que no se quede pegada, no para que se fría).