Pero cuando lo tengo terminado y se lo voy a dar, me dice que no le gusta. Que las burbujas son de gorro de niña. Y ahí me dejó el gorro abandonado. Ni siquiera se lo probó. Me dijo que ya compraría uno en Primark.
Según él, cuando le enseñé el patrón se refería a que le gustaban las orejeras, pero no esperaba que le hiciera las burbujas. Me cagué en todos sus muertos y me quedé yo el gorro. Por lo menos no había tenido que comprar lana para hacérselo.
El año pasado usé todos los días mi gorro ahora perdido, pero este invierno sí me lo he puesto. Aunque antes le hice algún cambio:
Al contrario que a él, las orejeras que no me gustaban, así que se las saqué. Juro que fue más difícil descoserlas que tejerlas: en vez de con una hebra, terminé con un montón de hilitos, cortando un montón de nudos y viéndomelas negras para encontrar las hebras que había escondido.
Pero este invierno me lo puse bastante. Es un poco más pesado que mi gorro perdido, pero se ajusta mejor que el que hice para sustituirlo, por lo que me fío más de él para los días de viento. Y la Top Merino lo hace calentito y suave, aunque le haya cogido algo de manía al tacto del merino.
Si os suenan las fotos, es porque aproveché las fotos del KAL Raw Honey para sacarle también fotos al gorro. En esas fotos, sobre todo en la parte de los hombros, me veo gorda. Luego recuerdo toda la ropa que llevo por debajo del jersey, ya gordo de por sí, y se me pasa. No sé qué me pasa, que cada invierno tengo más frío, y no dejo de ponerme ropa, una encima de otra, y es raro el día que llego a entrar en calor de verdad.
Para eso, este gorro y la bufanda que llevo, me han venido muy bien.
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