Desde que era una niña, su sueño más preciado había sido poseer un restaurante. Atrás habían quedado los años de duro y pesado trabajo en la fábrica de papel. Se miró las manos y pudo observar las cicatrices dibujadas profundamente entre sus dedos, en el dorso y en las palmas, con relieves de montañas, valles y lechos secos de ríos, igual que un mapa, el de una azarosa vida.
La cizalla a punto había estado de amputarle varios dedos un día, en la cadena de montaje. Pero eso ya había pasado, quizá en otra vida.
A través de la ventana, divisó el huerto que se hallaba en todo su esplendor. No era muy grande, pero sí suficiente para recolectar cada día varios de los ingredientes con los que hacía el menú. Vio algunos tomates, ya rojos y brillantes, esperando pacientemente a ser cosechados. Echó un último vistazo al comedor, antes
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