El sábado fuimos a cenar los cinco para celebrar mi cumple, que fue el domingo. Normalmente es una cena romántica, el pomelo y yo solos, pero no conseguimos canguro (huy, eso es tope catalán, ¿no? Niñera o como le queráis decir) y decidimos salir en familia. Fuimos a cenar japonés, que es mi comida favorita del mundo y los pompones disfrutaron como enanos. No paraban de decir que era el mejor restaurante del universo y zamparon tempura como si se acabara el mundo.
La cuestión fue que al final estuvimos discutiendo sobre los postres. El pompón friki quería comer algo japonés, pero yo ya me veía con un montón de pastelitos sin tocar, porque la repostería japonesa es, digamos, peculiar. Así que les ofrecimos ir a tomarnos un helado.
Fuimos hasta la Barceloneta, donde siempre hay heladerías abiertas y justo al salir del aparcamiento, nos dimos de narices con Eyescream and friends. Hacía muchísimo tiempo que quería llevar a los niños ahí, estaba convencida de que les iba a encantar.
Mientras mirábamos qué queríamos tomar, la dependienta atendía a un par de extranjeros en inglés. Y de repente me di cuenta de que hablaban de nosotros.
El chico que estaba pagando... quería invitarnos a nuestros helados. Le fastidié un poco el detalle, porque entendí lo que decía y él quería que no nos enterásemos, pero... nos invitó al postre. Porque sí. Por amabilidad. Porque estaba contento, porque estaba de vacaciones, porque quería compartir todo ese buen rollo con nosotros. Y porque mis pompones son espectacularmente monos y nunca hay que menospreciar the cute factor.
Total, que ante nuestra sorpresa absoluta y nuestros millones de protestas, el chico sonrió, nos dijo que esperaba que disfrutásemos de nuestro helado y se marchó.
Ya os he hablado otras veces de los Random Acts of Kindness y de cómo estoy intentando hacérselos entender a los pompones. Ese chico les dio una clase magistral en dos segundos. El friki no se lo acababa de creer.
El pomelo acabó la noche diciéndome que deberíamos haberle pedido los datos al chaval o habernos ofrecido a hacer algo por él... pero yo creo que no. Fue un momento precioso, casual, y él no quería que fuese un gran acontecimiento. Así que le he propuesto al pomelo otra cosa: hacer lo mismo la próxima vez que salgamos e invitar a la mesa de al lado. También sin que lo sepan.
Y mientras pensaba en eso e intentaba digerir que un perfecto desconocido hubiese tenido un gesto tan amable con nosotros, me acordé de mi amigo Iván.
Iván es una buena persona. Podría definirlo con mil adjetivos más y contaros si es alto o bajo, rubio o moreno, si es padre o no, si es abogado o maestro, pero al final todo eso da igual. Iván es buena persona. Hace unos meses lanzó su nuevo proyecto, The Social Coin. Un proyecto que funciona exactamente así, como una cadena de favores o de buenas obras sin ningún objetivo más que ayudar a otra persona.
Se empieza con una moneda que pasa de mano en mano a través de toda la cadena de favores hasta que al final, cuando ha terminado su ciclo, se planta y se convierte en un árbol. Visitad la página y veréis qué bonito que es el proyecto y cómo ha ido creciendo!
Una acción amable puede alegrarle el día a alguien o solucionarle un problema de verdad. No hace falta gran cosa, no tenéis por qué invitar a alguien a un helado. Podéis quedaros los niños de alguien una tarde, pasear un perro, llevar un pastel al parque para merendar, dejarle una nota amable a alguien en un lugar público o una flor o un sobre de té como hace esta danesa que me tiene el corazón robado. Para mí fue el mejor helado de mi vida (sí, además estaba súper rico!) porque estuvo acompañado de una historia que creo que hasta mis nietos van a oír más de una vez.
No subestiméis nunca el valor de una palabra amable, de una sonrisa o de un detallito con otra persona, aunque sea un completo desconocido. ¿No os arranca una sonrisa esa pintada optimista, ese niño que os saluda con la mano, esa persona que en la calle os da los buenos días o incluso que venga vuestro gato a frotarse contra vuestras piernas? Si a nosotros esas cosas nos hinchan un poco el corazón, ¿por qué no hacerlas con los demás? (Menos lo de frotarse contra las piernas, que sería muy raro.)
Thank you, stranger, you really made my night!