Buenos días! Es un decir, porque volver a casa y a trabajar después de tres semanas de calor y relajación hacen la entrada a la rutina cualquier cosa menos buena. Así que aquí estoy, resfriada, con dolor de cabeza y espalda y alguna molestia en las articulaciones, cosa que augura la típica gripe de enero. ¿Soy yo la única que la sufre? Seguro que no, seguro que nos pasa a todos después de tanto exceso navideño.
En fin, que hemos vuelto. Estamos aquí, listos para empezar un nuevo año con muchas, muchas ganas de aventura. Esperamos que vosotros tengáis las pilas cargadas también después del parón.
Habrá crónica interminable llena de fotos, lo prometo, pero por el momento solo quiero dejaros una lista de cosas que he aprendido de este viaje, uno de los mejores que he hecho, que he disfrutado al máximo.
En el asiento trasero de un coche SIEMPRE cabe una persona más.
Hay familia-familia y hay familia que no es familia, pero como si lo fuera. La quieres igual, la echas de menos igual y te la comerías a besos igual.
Mis primos tienen un gusto excelente para elegir pareja.
Un beso y un abrazo son la mejor manera de saludar a alguien: te sientes muy querido.
Las horas y los minutos son un concepto elástico para los ríoplatenses. Nunca quedes a una hora determinada con ellos. (O cómo a la fiesta del pomelo llegaron todos una hora después que el sorprendido.)
Existen calles llamadas Porongos y Blandengues. No tengo fotos para documentarlo, por desgracia, pero podéis consultar Google Maps.
El sonido de los tambores estalla dentro del pecho y te calienta el alma. No sé explicarlo con palabras.
Con una parrillada de carne para dos personas comen cinco. No pidáis nunca dos o alimentaréis al perro con morcillas dulces.
El español neutro no existe y además es una porquería. Ver CSI doblado con ese invento causa urticarias varias en diversas zonas del cuerpo.
Los bizcochos de membrillo deberían ser patrimonio de la humanidad. Los alfajores también. Y el bife de chorizo necesita un monumento. Pero mi plato favorito FOREVER son las empanadas.
La gente entra y sale de las casas. De todas, la suya también. Hay reuniones improvisadas en cualquier momento de la tarde. El mejor lugar para hacerlas: un par de sillas en la calle. Solo hace falta un mate para que la felicidad sea completa.
El hielo hace un ruido impresionante al romperse y caer al agua. Ya sé que lo dice todo el mundo, pero es bastante curioso.
En la Patagonia no existe el verano. Y después de oír el viento en El Chaltén no pienso volver a quejarme de nuestras "brisas" mediterráneas.
Aunque nos digan que el español y el uruguayo son la misma lengua, son idiomas diferentes. Los chupacirios que están en el horno con un porongo en la mano lo confirmarían sin dudarlo.
Las calles montevideanas mantienen el nombre aunque cambien de dirección varias veces. Por eso puedes caminar el línea recta y cruzar la misma calle hasta tres veces.
Pasan cuatro años o diez, pero es como si no pasara ninguno. No sé si eso es cariño verdadero o poca memoria, pero es de lo más bonito que he vivido.
El agua de los glaciares se tiene que mirar con gafas de sol. Nunca vi un color tan turquesa, ninguna foto puede hacerle justicia.
Hay catalanes en todas partes, incluso viviendo en el culo del mundo. Eso sí, como los catalanes somos como somos, no nos decimos nada aunque nos oigamos hablar el mismo idioma, no vaya a ser que nos molestemos.
La mostaza blanca de La Pasiva es insuperable.
Por favor, que alguna marca de refrescos saque algún pomelo. Me puse hasta el culo de bebidas de pomelo y vi hasta tres tipos diferentes de fruta en el mercado. El paraíso de los buenos pomeleros.
Las olas del Atlántico-Río de la Plata las carga el diablo. Y esto lo he metido aquí porque tenía que restregaros de algún modo que he estado en la playa. Y que mi rojo gamba se ha convertido en algo parecido a un bronceado si me miráis de refilón.
La lana uruguaya es la mejor del mundo y la más bonita. He visto montones de madejas y de bobinas que me han hecho desear poder traerme 100 kilos en la maleta en lugar de 23.
Montevideo es un catálogo callejero de arquitectura. Paseando por todos los barrios descubres casa (y digo casas porque es lo que hay en general en la ciudad) de cualquier estilo del siglo XX y te quedas con la boca abierta.
Whatsapp hace pequeño el mundo, así que pienso aprovecharlo al máximo a partir de ahora. Avisados estáis.
Poco más puedo decir hoy, que todavía estoy de resaca y de jet lag. Lo más bonito de este viaje no ha sido el glaciar, ni el desierto, ni ver guanacos saltando o ñandús corriendo, no han sido los tambores ni las vedettes encima de sus tacones infinitos, no. Ha sido ver a toda la gente que quiero, que queremos mucho y que echamos de menos todos los días. Ha sido sentarme sin nada más que hacer a jugar a un juego de mesa con mis tíos y mis primos, o a compartir unos bizcochos y unos mates una tarde de lluvia. Ha sido vivir unos días una vida cotidiana diferente, hermosa, que voy a atesorar en la mente y en el alma toda la vida. Ha sido compartir las fiestas con la otra parte de la familia, conocer a mis sobrinos (que me han robado el corazón para siempre) y vivir lo bueno y lo malo que no podemos vivir todos los días.
En fin, ha sido un viaje mágico. Así que va a costar reajustarse a la realidad (especialmente a la realidad que implica levantarse pronto y sentarse a trabajar) pero le vamos a poner ganas. Porque nos estamos preparando para alguna visita que llegará el año que viene...
Venga, vamos a pillar el ritmo, ¿no? ¿Qué me contáis vosotros? ¿Qué habéis hecho estos días?