Creo que no lo he comentado nunca, así que no lo sabréis, pero el pomelo es comercial, y aunque ha ido variando un poco el perfil de las empresas que ha llevado, siempre han estado relacionadas en mayor o menor medida con la madera.
Así que desde hace casi 16 años (que son los que celebraremos en breve) mi mundo se ha visto inundado por palabras y conceptos que yo no sabía ni que existían (ni falta que me hacía). Es más, el trabajo de terminología que tuvimos que hacer durante la carrera lo dedicamos al parquet porque el pomelo nos facilitó la vida a mi compañero (hola, Carlos!) y a mí.
Una de las primeras cosas que aprendí fue que la madera está viva. Dejad de reíros de mí. La madera, pese a que la hemos asesinado vilmente y la hemos arrancado del árbol en el que vivía feliz, sigue reaccionando a los estímulos. Encoge con el frío, se expande con el calor, se rompe con la humedad y cambia de color con la luz.
Si tenéis parquet en casa y no es sintético (sí, es casi imposible) lo notaréis enseguida. En las casas de montaña los suelos y los techos se agrietan porque el frío hace que la madera encoja. Los muebles de madera en los que hay un tapete o un adorno que nunca se mueve, o incluso la tele, se oscurecen por todas partes menos ahí donde estaba el objeto que los tapaba.
¿Qué os decía? La madera está viva. (It"s aliveeee! dicho con voz gutural, como si de repente fuera a levantarse cual zombi y a devorarnos los sesos.)
Y como está viva, sufre mucho. Por eso normalmente enceramos el parquet o la mesa (y ahora mismo, como soy viejuna, pienso en "Tú pasa el Pronto, yo el paño", ¿quién se acuerda?) y lijamos y barnizamos a conciencia cualquier mueble.
Pero, ¿qué pasa con la madera pequeñita que usamos todos los días?
Ya lo sabemos: no se puede meter en el lavaplatos (JA JA JA!) y hay que lavarla rápidamente con un paño, sin empaparla, después de haberla usado. Pero... si sois como nosotros seguro que no hacéis nada de eso. Si sois como nosotros lo metéis TODO en el lavaplatos, seguramente apelotonado y de cualquier manera, porque creéis (inocentes) que el lavaplatos lo cura todo. Y si no sois como nosotros (hola, Ruth) dejadnos en paz y hacednos creer que sí, Don o Doña Perfectos :^P
En fin, que cuando leí por ahí que la madera de uso diario había que nutrirla, me pareció lo más lógico del mundo. ¿Cómo no se me había ocurrido? Claro que sí. Que está viva y seca, la pobre. Y hace varios meses probé una receta. No estaba mal, me gustó, pero los efectos me pareció que duraban poquito, el olor era fuerte y era mucho trabajo para tan poco resultado.
Y entonces probé esta otra.
Amor completo y absoluto. Huele súper bien, es fácil de usar y el efecto es más duradero (aunque como todo, lo que más se necesita es constancia y hacerlo cuando vuestra madera no esté ya casi muerta). Y solo necesitáis dos ingredientes:
-Aceite de coco (100 ml, más o menos)
-Cera de abejas (10 g más o menos)
Calentáis las dos cosas al baño maría, removéis bien y lo ponéis en un bote bonito. Ya está.
Como el aceite de coco es bastante sólido a temperatura ambiente, le ponemos poca cera que nos ayuda a darle un poquito más de estructura.
Lo dejáis enfriar y cuando esté frío y sólido, ya podéis usarlo, como si se tratara de betún para los zapatos: cogéis un poquito con un trapo y lo frotáis bien por la madera. Dejáis reposar varias horas, hacéis una segunda capa y dejáis reposar varias horas más (yo lo dejo toda la noche la primera vez y la segunda 4-5 horas). Laváis con agua y jabón suave y ya está, ya tenéis vuestra madera... iba a decir como nueva, pero no nos engañemos tampoco.
Entre estas fotos tenéis mi tabla de cortar favorita, que me regalaron mis tíos Tato y Lili hace un montón de años (diría que 10!). Y la pareja de cucharas que nos regalaron Anna y David tras un viaje a África. ¿Cómo no va a estar viva la madera si tiene tantas historias detrás? ¿No es estupendo tener este tipo de cosas que te hacen pensar todos los días en la gente a la que quieres?