Sin embargo, no siempre es tan sencillo dar el paso hacia una experiencia diferente. Cambiar de opinión, de trabajo, de pareja, de ciudad... o simplemente cambiar un hábito, como pasar de usar una libreta a un ordenador. El cambio en sí mismo es un reto al que no todo el mundo quiere enfrentarse.
Por qué los cambios no nos gustan? Porque cambiar requiere tiempo, ese que no tenemos. Tiempo para analizar las ventajas, planificar cómo actuaremos ante los inconvenientes, asumir que lo que dejamos atrás no era tan estupendo como pensábamos... Supone un gran esfuerzo reconocer que hemos podido estar equivocados todo este tiempo. Nos da miedo la incertidumbre, lo desconocido, no saber qué va a pasar. Para que ese miedo no nos paralice, necesitamos tener la mente abierta, dar una oportunidad a otros puntos de vista, abandonar las verdades absolutas y permitirnos crecer.
Cambiar no es otra cosa que eso, crecer, caminar, experimentar, enriquecerse. No hacerlo es quedarse estanco en un punto fijo. Es como si al viajar, no saliéramos de la oficina de información. Cuando nos damos permiso para cambiar, aprendemos y reforzamos nuestra autoestima, nos empoderamos. Esa sensación de haber hecho algo por primera vez y sentirse satisfecho con el resultado.
Es ahí, y solo ahí, cuando se ven las bondades del cambio y cuanto más se hace, más se disfruta y más fácil resulta. En un mundo cambiante, es una habilidad que merece la pena dominar.
Qué opináis?
Un abrazo y feliz vuelta a la rutina ;)
Fotos: Sara González Carrasco