El fieltro es un material muy singular. No está tejido, sino que se obtiene prensando fibras amasadas con un aglutinante bajo fuerte calor. Por ello, no se deshilacha, y a diferencia de las telas se puede cortar en cualquier dirección sin necesidad de hacerle remates ni costuras. De ahí que ofrezca excelentes aptitudes para las pequeñas manualidades, como los ratoncillos de Sukaldea. !Veamos el arte de nuestra amiga!
Ahora perfila el borde, y en los ángulos abre picos (pequeños cortes), para que encajen sin arrugas al darle la vuelta al saquito.
Nuestra amiga Sukaldea da comienzo al trabajo recortando dos piezas iguales de fieltro. Seguidamente las cose por el contorno, dejando el extremo sin cerrar. Ha escogido un fieltro de color marrón clarito, muy adecuado y ratonil.
Para pintarlo, Sukaldea utiliza lápices de colores, mezclando en el fieltro dos clases de rosa, tres de naranja y un marrón oscuro. “Se pinta súper fácil, basta manejarte un poco con las sombras. Imagino que con las pinturas de telas quedarán preciosos, pero así tienen un aire muy infantil”.
Siguiente paso: pespunteamos alrededor en el cuerpo y en el bolsillo, con hilos bien contrastados. De esa forma señalaremos bien las orejas, rasgo muy importante de todo ratón que se precie.
Rellenamos con guata el cuerpecillo de fieltro, y cerramos la costura con puntada escondida.
Una vez cosida, volvemos la pieza como un calcetín. A la derecha vemos lo que será el bolsillo ventral del ratoncito: Sukaldea le ha recortado las esquinas, también para evitar frunces al volverlo.
A continuación, coseremos los ojos con un hilo oscuro que haga marcado contraste, para resaltar la mirada despierta y sagaz de nuestro ratoncito.
Aquí vemos el cordel que recomienda nuestra habilidosa amiga para los bigotes y la colita. Lo encontraremos en muchas tiendas, y su aire campesino da un toque travieso a la figurilla.
“Ponéis el patrón encima del Pérez, marcáis los dos agujeritos del hocico, y empezáis a pasar hilo (yo lo paso doble), estirando, para que quede como arrugadito el hocico”.
Mientras cosemos a puntada escondida el bolsillo, Sukaldea nos explica que “hay diferentes clases de fieltro: unos muy gordos, que se usan para tapetes de cartas, otros tan finos que parecen papel, y éste, el intermedio, que se trabaja bien y es muy agradable al tacto. Y no le salen bolas”.
Poco a poco el Ratoncito Pérez va adquiriendo su graciosa fisonomía. Agregamos otro elemento fundamental, los bigotitos, que Sukaldea fijará con pegamento de tela.
Seguimos las simpáticas instrucciones de Sukaldea: “Aquí estamos con el moflete. Ya sabéis, esto es como pintar, marcas los pliegues con diferentes sombras. ¡Divertíos!”
Como era de esperar, la niña quedó tan feliz que mostró la regocijante figurilla a parientes, amigas y vecinos. Sukaldea recibió infinidad de ruegos, viéndose obligada a confeccionar un nutrido clan de ratones, que amablemente posaron para nosotros. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
“Hacemos el botoncito de la nariz, frunciendo la semicircunferencia (para eso hemos pasado un pespunte pequeñito todo alrededor). Lo llenamos de guata, recortamos el sobrante, y lo pegamos encima del bigote”.
“La colita no tiene mucho misterio: girar y vuelta, girar y vuelta, acabando con un nudo en cada extremo. La colocamos con pegamento, manteniendo un ratillo la presión”.
Y ahora, anuncia Sukaldea, “cuando lo tengáis así, viene lo divertido, empezad a decorarlo como más os guste: fieltro, lacitos, lentejuelas, ¡imaginación al poder!”.
Y así de genial, simpático, vivo y chafardero quedó el Ratoncito Pérez que Sukaldea puso bajo la almohada, para acompañar el menudo dientecillo de su hija.