Este año llegó, ya en su primer mes, con una circunstancia de esas que te cambian la vida, que te ponen patas arriba o patas abajo, creo que, en mi caso, me pusieron totalmente del revés. Después llegaron otras más, como empeñándose en ponernos a prueba. Cambios que te llegan sin previo aviso, justo cuando crees que dominas tu vida y que todo es y está como tenía que ser, como siempre habías soñado y que, justo por eso, se viven como catástrofes emocionales que descolocan y resultan difíciles de asimilar.
Me ha llevado algún tiempo aceptar las emociones de estos últimos meses, entender que soy más de lo que me está sucediendo en estos momentos. He tenido que parar, olvidarme de proyectos, reajustar mis ilusiones...y ante todo, entender que tengo que aprender a aceptar los cambios que me trae la vida porque en ella, en realidad, nada es permanente. Voy despacio... pero ando.
Hoy, la vida me ha regalado uno de esos instantes mágicos que te llenan el corazón de una emoción intensa y sanadora. Ha nacido una niña. Es una niña más de las que nacen en el mundo y que, además, lo hacen en unas condiciones inhumanas e inimaginables para los que solo conocemos la comodidad de este lado del mundo. Ha nacido fuerte para gritarle al desierto saharaui que ni el calor ni las condiciones de pobreza en las que va a crecer, podrán hacerla infeliz. Ha llegado a una familia en la que los niños son su mayor tesoro, así que será una niña querida y cuidada como la que más.
Esta pequeña, desde hace unas horas, es un miembro más de mi familia saharaui, con la que tengo verdaderos lazos de cariño y amistad desde hace muchos años. Hoy, me han hecho un regalo precioso, de esos que dan abrigo al corazón: se llama Charo como yo y es la primera saharaui con ese nombre.
La he conocido a través de esta foto, recién nacida y, aunque sé que tardaré algún tiempo en poder cogerla y abrazarla, ya me siento unida a ella.
Gracias familia por este regalo, por hacerme sentir especial y por todo el cariño que me tenéis.