Y lo más probable es que llegase a casa en una de las dos excursiones que hicimos a Francia en el instituto mi hermano y yo. El caso es que me dio mucha pena verla porque estaba muy oxidada y fea, mi primer impulso fue tirarla a la basura como tantas y tantas cosas de las que me estoy deshaciendo (por cierto, tengo un blog con mi hermano en el que hablamos de esto, si quieres verlo pincha aquí) pero por alguna razón no lo hice.
Pasaron un par de días y casualmente llegó a mi esta imagen de publicidad gráfica de los 60, está claro que fue una señal divina... ¡manos a la obra!
Después de limpiarla bien con un producto especial para metales llegó el momento de pintarla de rosa con spray (tened cuidado, hacerlo siempre en un lugar que se pueda ventilar bien y dentro de una caja para proteger todo y no liarla), fueron necesarias unas cuantas capas.
Y así como ha quedado mi pequeña Torre Eiffel rosa, a veces las segundas oportunidades son preciosas.
¡Hasta pronto!