Mr. Pángala + Pángala, una colaboración en forma de breves relatos.
Comienza la saga de Ein, el personaje Mr. Pangálico.
CAPITULO 1
Infancia. Mis primeros recuerdos.
Mi nombre es Hermógenes Gorgonio Wachi Nao. Al presentarme, todo el mundo exclamaba, -¿einn?, y así fue como acabo esto convirtiéndose en mi nombre, atiendo al nombre de Einn, Einn Wachi Nao.
Crecí sin mis padres, según me han contado siendo yo muy niño los abandoné.
Mis primeros recuerdos son bastante agradables, lo único que los empaña es cuando me miré por primera vez en un espejo. ¿Quién le pone a un niño de 5 años un diente de oro?
No me trataban mal en la mina de carbón. ¡Que tiempos!, comida hasta una vez al día, agua en abundancia, aun recuerdo mi primera ducha a los doce años, ¡que sensación!, alcancé la felicidad absoluta, llegué incluso a olvidar por unos segundos que hacía unos días me había caído un rayo mientras orinaba y, mirándolo fríamente, tuve mucha suerte porque, además de seguir vivo, aun conservo el otro pezón.
Al acabarse el carbón, y tras un despido en el que mi indemnización consistió en medio vaso de refresco de naranja, una ficha para los coches de choque y un latigazo, me vi en la circunstancia de tener que elegir lo que hacer con mi vida, así que pensé que lo primero era pararme un momento a reflexionar acerca de mis opciones. Estuve así parado hasta que llegó la ambulancia. Según supe más tarde la habían avisado los vecinos después de verme parado de pie y sin moverme cerca de cuatro días. En ese tiempo de meditación que a mi me pareció bastante más largo, mi cerebro trabajó como nunca y llegue a barajar incluso dos posibilidades de actuación. Una era la de quedarme en el mismo sitio a ver si alguien dejaba a mis pies un billete de lotería premiado, y la otra, por la que finalmente me decidí, fue la de marcharme a la gran ciudad, donde sin duda encontraría oportunidades para desarrollarme. Una vez tomada la decisión, comencé a sentir cierto miedo ante la idea de marchar de lo que hasta ahora había sido mi hogar. Creo que no hubiese podido hacerlo de no ser por la ?ayuda? que me ofrecieron las autoridades del poblado minero.
El miedo se convirtió en pánico, y presa de él me aferre a aquella anciana que salía de la farmacia. Al principio pensé que me sonreía, pero cuando me apuntó con el revólver me desconcertó y me cayo mal de inmediato. Me di cuenta de que ambos sufríamos de parálisis, ella facial y yo de piernas. Para desaferrarme hicieron falta ciento cuarenta y tres personas, dos palancas de acero y medio yogur de fresa semidesnatado.
Viéndolo con la necesaria perspectiva me doy cuenta de que no me trataron muy bien, y aunque no les guardo resentimiento por la orden de alejamiento que acabó precipitando mi expulsión del pueblo, creo que sobró lo de colgarme unas pesas de las patillas.
Continuará?
Aviso. Esta historia está basada en hechos reales. Cualquier parecido con la realidad ha sido previamente planeado.
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