Hablemos de canas

La semana pasada, en el palique que hago on Belén de Tejer en inglés, hablamos de las canas. Alguien nos preguntó por ellas y hablamos del que había sido nuestro proceso para dejárnoslas. De lo que habíamos hecho y de cómo lo habíamos hecho. De lo contentas que estábamos.

Pero al margen de toda esa experiencia personal, hablemos de canas. Hablemos de lo que representan y de lo que significan. Hablemos de la esclavitud a la que se somete, una vez más, a las mujeres y hablemos de por qué pasa. ¿Te parece?

El altar de la belleza

Resulta que las mujeres solo tenemos una diosa. Una diosa que es a su vez dos más. Nuestra diosa es la belleza. Una belleza que se divide en dos diosas más: la juventud y la delgadez.

Las mujeres valemos en función de si somos guapas, jóvenes y delgadas. Una modelo de 20 años es, así, el ejemplo más perfecto de mujer. Todas las demás estamos fuera de la norma, no existimos, o tenemos que pasarnos la vida sacrificándonos en el altar de la belleza, machacándonos el cuerpo y luchando contra todo lo que es normal en nuestra existencia.

El problema de este razonamiento es que las modelos son menos del 0,000001 de la población femenina mundial. Y que solo pueden mantener ese ideal durante los años que se consideran jóvenes. Cuando se acercan a la treintena y salen canas, arrugas o algún kilo extra ya han dejado de ser mujeres perfectas y se unen a la legión de nosotras que estamos luchando contra todo por intentar llegar a un ideal al que no podremos llegar nunca, porque no tenemos la edad, los kilos ni la hermosura necesarios.

La lucha constante

Yo no he llegado a las canas por casualidad. Como todas, he estado machacándome viva durante años. Cuando ahora veo las fotos de esa veinteañera estupenda que fui, siento una pena profunda por el tiempo que perdí haciendo dietas o ejercicios que no me gustaban porque me veía obesa. Y estaba genial.

Y no, no estaba genial porque estuviera delgada, yo nunca he sido delgada. Estaba genial porque era feliz, tenía un cuerpo que funcionaba, me había independizado y estaba viviendo una buena vida, con amigos a los que quería con locura, con la pareja que ahora es mi marido, con un trabajo que me gustaba. Pero no era suficiente para las expectativas que tenía puestas en mí misma gracias a lo que la sociedad me había enseñado.

Yo no sé a qué edad hice mi primera dieta, pero sí sé que le robé un poco de crema anticelulítica a una amiga de mi padre cuando tenía 12 años. 12 años. Lo voy a repetir, por si no estáis entendiendo la magnitud de la tragedia: DOCE AÑOS. A los doce años pensé que necesitaba una crema anticelulítica porque mis piernas no se parecían a las de las chicas de las revistas o de la tele.

Y mi hija, ahora, con 14, a veces me dice que a lo mejor tiene las piernas un poco gordas, o que quizá tiene mucha barriga. Una niña de 14 años.

Me da igual lo que el cine y la publicidad piense que es una mujer normal, o deseable. Me da igual porque a mi alrededor tengo montones de mujeres normales y deseables. Cada una en su estilo, cada una a su manera. Con más o menos kilos, con más o menos arrugas, con más o menos canas. No necesito que nadie me venga a decir qué es bonito o qué es deseable. Me ha costado la vida, pero ahora entiendo que puedo hacerlo. Y que, cuando veo a una persona preciosa, no tengo por qué decir “si adelgazara unos kilos”, “si se tiñera”, “si se vistiera de otra manera”… He aprendido que lo bello es bello, no importa cuál sea el ideal inalcanzable de los demás.

Pero volvamos a las canas

Volvamos al tema que nos ocupaba. Las canas.

¿Sabes qué es lo que más me cabrea de todo este tema de las canas? Que cuando empecé a hacerme mechas, hace más de 10 años, ni se me pasó por la cabeza que hubiera una alternativa. No lo pensé. No tomé la decisión consciente de hacerme mechas, que, evidentemente, es tan legítima y tan respetable como la de dejarse las canas. No hubo ninguna decisión porque “lo normal” era tapar las canas que empezaban a aparecerme. “Lo deseable” era que no se notara que las tenía.

Y eso es exactamente lo que más me mosquea. No nos ponemos cremas en la cara para hidratar nuestra piel y estar sanas. Nos las ponemos para retrasar la aparición de arrugas o para contrarrestar las arrugas que ya tenemos. No hacemos dietas para comer mejor y sentirnos más sanas. Las hacemos para estar más delgadas. Y no nos teñimos las canas porque queramos un color determinado o para cuidar nuestro pelo. Nos teñimos por inercia, porque las canas en las mujeres son detestables, porque nos hacen viejas.



La juventud

Dice Wos en su canción Canguro (mi favorita, escuchad toda la letra) que “Eso de la juventud es solo una actitud del alma”. Y, bueno, no es del todo exacto, hay jóvenes y hay viejos y algunos estamos más cerca de una cosa que de la otra. Y no pasa nada. Pero lo que me quiero imaginar que quiere decir con esto es que todas las cosas buenas que se asocian a la juventud (que una es más arriesgada, más idealista, más valiente) no tienen edad.

Y es que no entiendo, más que por ese culto ridículo a la belleza del que hablábamos, que no se valore lo que alguien viejo tiene que ofrecer. Alguien que ha vivido mucho, que tiene experiencia, que ha aprendido un montón de cosas. ¿Seguro que al cumplir 60 la gente tiene que volverse invisible salvo que siga estando guapísima como Jane Fonda? ¿La gente no tiene nada que contarnos? ¿Nada que aportar?

¿No sería estupendo poder juntar las ideas y las posibilidades que tiene alguien muy joven en la cabeza con todo lo que sabe una persona mayor?

Pero, me voy por las ramas, como siempre. La reverencia que sentimos por la juventud es ridícula, porque la juventud es algo pasajero. Todos pasamos por ella, así que no tendríamos que idealizarla tanto. Y todos salimos de ella.

El problema es que lo que idealizamos no es la juventud normal y corriente, sino la que nos muestran como deseable. La de chicos y chicas en teoría jovencísimos (actores casi treintañeros interpretando a adolescentes de instituto, pasaba en Al salir de clase y pasa en Élite) y guapísimos teniendo aventuras increíbles. Y eso no es cierto. Los jóvenes de la vida normal tienen granos, el cuerpo se les desarrolla por fases, no tienen un duro para hacen nada que no sea botellón o cena en una cadena de pizzerías y los cuarentones buenorros no se enamoran de ellos porque son supermaduros para su edad.

Pero la idea global que tenemos de la juventud sigue siendo la de esas series, esas películas y esas publicidades en las que no salen padres dando semanadas que no llegan para consumir lo que nos muestran que consumen. Ni salen las largas tardes de estudio, ni las habitaciones compartidas hasta los veintilargos.

Así que ese ideal de juventud es válido para todo el mundo. Porque es una juventud ficticia en la que tienes el dinero que ganas a los 40 años, pero con 20. Y vives un montón de aventuras y viajas y eres sexy y no te preocupas por la hipoteca ni por la entrega que tienes el lunes porque eres joven y despreocupado.

Y ahí estamos, intentando ser jóvenes toda la vida porque aspiramos al estilo que nos venden influencers, publicidad y cultura en general. Un estilo totalmente irreal, que no vive nadie. Y que pone sobre los jóvenes una presión increíble para tener dinero y cosas de marca, porque es la manera de “triunfar” a su edad.

Las canas no son atractivas

Y en ese oasis de juventud, belleza y delgadez, las canas no tienen lugar. Las de las mujeres, claro. Las de los hombres los hacen interesantes. Hace que parezca que saben más que nosotras, que tienen cosas que contar. Porque necesitamos que nos enseñen cosas, que al fin y al cabo, somos solo mujeres.

Las mujeres tenemos que vivir en la ilusión de que no tenemos canas hasta los ochenta años. O nunca. No nos pasa, fisiológicamente, genéticamente, lo mismo que les pasa a los hombres. No. A nosotras no nos salen nunca jamás.

Yo misma he mirado mal en algún momento de mi vida a las mujeres que tenían canas sin teñir. Lo admito. Soy un producto del mundo en el que vivo y las canas siempre han sido indeseables. Nunca me planteé que las mujeres teníamos derecho a elegir si queríamos teñirnos o si queríamos dejarnos las canas. Porque no parece existir esa elección. Cuando tienes canas, te tiñes y punto.

De hecho, yo coqueteé mucho con la idea de dejarme las canas antes de dejármelas y la respuesta de todo el mundo fue la misma: “te vas a poner diez años encima”. Hice un amago hace seis años y me volví a teñir por pura presión social.

Tomar nuestras propias decisiones

Pero al final lo pensé mucho y me decidí. Odiaba teñirme con todas mis fuerzas. No encontraba un color que me pareciera natural para mi cara, la cabeza me picaba y me dolía, me parecía una pérdida de tiempo, estaba hasta las narices. Y me decidí.

Y suerte que me decidí, me convencí y me lo pensé mucho. Porque, al comunicar mi decisión, todo el mundo, familia, amigos, conocidos y hasta incluso desconocidos tuvieron algo que decir. Cosa que me parece fascinante. Lo que se llega a opinar sobre el aspecto físico de una mujer y lo tolerado que está eso socialmente. Yo solo comunicaba mi decisión porque iba a pasar meses con el pelo de dos colores y quería que lo supieran. Y tuve que oír todo el repertorio:

“Vas a parecer mucho más vieja”.

“Vas a parecer una descuidada”.

“No te va a gustar y te vas a tener que volver a teñir”.

“A tu marido no le va a gustar”.

“¿Qué piensa tu marido de eso?”

Y mil más que no voy a reproducir. ¿Hola? Os estoy comunicando una decisión. No os estoy pidiendo permiso. No os estoy pidiendo vuestra opinión. Y, por supuesto, podéis darme vuestra opinión si pensáis ser respetuosos y discutir constructivamente, faltaría más. Pero no era el caso.

Repito, suerte que me lo había pensado muchísimo y que estaba totalmente decidida. Porque suelo ser bastante boba y hacer mucho caso de lo que me dicen. O solía hacerlo hasta que me volví feminista, pero eso lo hablamos otro día. Suerte que sabía que quería hacerlo. Suerte que mi núcleo familiar cercano, mi marido y mis hijos, son personas de bien que en ningún momento sintieron la necesidad de presionarme en un sentido u otro. Porque qué difícil te lo ponen.

Y mientras me crecía el pelo y me salían las canas, mi color natural fabuloso del que estoy profundamente enamorada, tuve que oír de todo también. Que si tengo demasiadas canas, que si no es normal a mi edad, que si qué horror…



Las canas son normales a cualquier edad

Tengo amigas mayores que yo que tienen apenas dos canas. Tengo amigas mucho más jóvenes que yo que tienen muchísimas canas. Cuando iba al cole, tenía un compañero un curso mayor que tenía muchísimas canas a los 14 años. (Xavi, de Castelldefels, un beso enorme.) Las canas son pelos sin pigmentación. Y punto.

Sí, es verdad que el pelo pierde la capacidad de pigmentarse con los años, pero también es verdad que hay tantas canas y tantas historias de canas como personas hay en el mundo. Los africanos tienen menos. Los europeos tenemos más. Cada cabeza cuenta un recorrido diferente.

Las canas, como las arrugas, no son intrínsecamente malas. No hay que luchar contra ellas como si fueran lo peor. Las canas son normales. Las canas son bonitas. Son un color de pelo, sin más. Y te puede gustar al natural o te lo puedes teñir, pero eso solo lo eliges tú. Porque es una elección, porque tú decides si te las dejas o si las tapas. Porque tú sabes cómo te vas a sentir mejor.

Pero, cuando vayas a tomar la decisión, piénsalo bien. Piensa si te tiñes porque te gusta más el color del que te vas a teñir o porque te han enseñado que las canas están mal. A lo mejor es porque no tienes un modelo canoso y eso me fastidia un montón. No has visto mujeres estupendas a gusto con su pelo natural. Vale la pena preguntarse por qué hay tan pocas mujeres canosas representadas y quejarse un poco de que así sea.

Las personas necesitamos referentes. No nos damos cuenta, pero aspiramos a ser como las personas que vemos y nos gustan. Si no hay representación de mujeres canosas nos resulta más difícil ser nosotras las pioneras. Por eso te pido que te lo pienses bien. Creo que necesitamos menos tinte y más canas. Igual que necesitamos menos dietas y más kilos y menos cremas y más arrugas. Porque las mujeres somos como somos. Y vernos bien y bellas no tendría que tener nada que ver con vernos jóvenes y delgadas.

Con eso quiero acabar. Hace poco alguien me dijo algo que me hizo pensar mucho. En el post anterior de este blog una lectora me dijo que había aprendido a ver la belleza de las personas. Pero no la belleza interior, que es algo que suele decir la gente (“Está muy gorda, pero es bella en el interior”). Me dijo que había aprendido a valorar la belleza a secas, la belleza exterior de la gente de todo tipo. Y estoy intentando aprender yo también. La belleza exterior de alguien que no encaja en los cánones. Que no es delgada, ni joven, ni alta. Que tiene arrugas y canas. Porque hay belleza más allá de las modelos. Hay belleza en los muslos grandes, en las caras redondas, en las patas de gallo, en las cabelleras grises. Hay muchísima belleza entre las mujeres más diversas y hay que saber verla.

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Etiquetas: Cuerpobellezacanas

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