ELPHINE, LA MUJER ARAÑA – Quinto capítulo.-



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-V-

Mediaba el mes de agosto, la luz del atardecer se iba acortando conforme los días se acercaban a septiembre. Durante las horas de luz, el termómetro subía considerablemente, pero en las madrugadas y a la caída de la tarde se sentía el frescor de la bajada de temperaturas. La mujer araña salió a correr, más temprano de lo normal, así podía hacer deporte siendo ella misma, es decir, poniendo en funcionamiento todos sus miembros a tope. Más tarde se encontraría con Alberto y había que esconder las patas sobrantes y bajar la velocidad para mostrarse razonablemente humana. Por él estaba dispuesta a hacer eso y quizá a mucho más.



Elphine se sentía una mujer diferente, habían transcurrido muchos sucesos durante el último mes. La relación que comenzara con Alberto tiempo atrás, marchaba viento en popa, tanto que un nuevo sentimiento totalmente desconocido hasta ahora la embargaba, nacido parejo al del amor, y no era otro que el miedo: temor a no gustar lo suficiente a su amado, temor a que descubriera su verdadera esencia y se horrorizara al contemplarla, temor a mentir, porque el amor se basaba en la verdad y el respeto?Unos dedos invisibles se habían instalado en la boca de su estómago y se encargaban de cerrar el acceso al alimento. Aunque se obligaba a comer sin ganas, había adelgazado algún que otro kilo en las últimas semanas. Silvia, su amiga, se dio cuenta de este cambio y seriamente preocupada decidió abordar el tema durante la hora de la comida en la que se reunían las dos para charlar de sus cosas.

            ?¿Qué te ocurre últimamente? Estás más distraída y bastante más delgada. ¿Tienes algún problema?

Elphine, muy reservada por su condición de mujer araña, no había dicho una palabra de su idilio con Alberto.

            ?He conocido a alguien, y me tiene? No sé cómo describirlo.

            ?Pero ¿Cuándo pensabas contármelo, Elphine?

La muchacha se limitó a encogerse de hombros mientras Silvia sondeaba los ojos de su amiga que aquel día presentaban un tono verde esmeralda.

            ?Mira, querida mía, me temo que estás enamorada hasta las trancas. ¿A que sientes que ya no eres dueña de tu vida sino que ésta te arrastra en contra de tu voluntad? Por lo que veo has perdido el apetito y seguramente temes no ser lo bastante buena para tu pareja?

            ?¡Síii, me sucede todo eso, punto por punto! ¿Cómo lo sabes?

            ?Por la sencilla razón de que he estado enamorada varias veces y sé perfectamente cuales son los síntomas. Sólo espero que tu "amado" se merezca todos los desvelos que te está causando.

            ?Nunca había sentido algo así? Estoy confusa, no sé si seguir adelante con la relación o cortarla. Odio esta sensación de estar a merced de las circunstancias.

            ?Como veo que eres novata y soy tu mejor amiga, me creo con derecho a decirte lo siguiente: En poco tiempo dejarás de ser una barca a la deriva? tal y como te notas ahora. Con el paso de los días te irás relajando al ir conociéndoos mejor, un proceso que lleva mucho tiempo, quizá toda la vida.

            ?Tú no lo entiendes? Le estoy dando una imagen que no es la mía, porque no puedo mostrarme tal y como soy. Se asustaría mucho de mí, te lo aseguro, y tú también.



            ?Es cierto que eres una mujer sorprendente, me lo demuestras minuto a minuto, tu pelo de color insospechado, tus cambiantes ojos? pero percibo mucho más que esas características físicas de tu personalidad, y son, entre otras, una fuerte voluntad, un secreto inconfesable, ?que por cierto no me interesa porque cada uno tenemos los nuestros? y una amiga que está siempre ahí, en los malos y buenos momentos. Para mí es más que suficiente. Intuyo que fuiste una pieza clave en mi recobrada libertad por lo que te estaré eternamente agradecida. Siempre enseñamos mucho más de nosotros mismos de lo que aparece a simple vista. No lo olvides. Yo te acepto tal como eres, esa parte que conozco y la que adivino, porque tú haces lo mismo conmigo. Confío en ti, te admiro y te necesito. Ya he puesto en voz alta todo lo que pienso de ti, y espero que te tranquilices.

Las dos amigas entrelazaron las manos encima del mantel sonriéndose la una a la otra.

            ?¿Y si él no ve todo lo que tu distingues en mí?

            ?¡Será que no te merece y entonces? nos desharemos de él!… Y ahora quiero que termines el plato que tienes delante ¡Vamos!

Después de mantener esta conversación Elphine sintió una paz interior que se extendió a cada parte de su cuerpo. El corazón, últimamente desbocado, recobró su ritmo cadencioso. El cerebro del pecho, metido en un bucle de sentimientos, pareció recobrarse súbitamente, recuperando cierta frialdad, la cabeza abandonó su martilleo de ideas negativas. En cinco minutos procesó el atasco de información que tenía y fue capaz de comer con apetito. Recuperó el dominio de sí misma, por lo menos en los ratos en los que no estaba acompañada de Alberto.

¡Cuánta razón tenía su madre, la viuda negra! ¡Era tan importante tener una amiga! Su mente voló a la vida en familia en aquella cueva oscura que para ella había representado todo su universo durante varios años. La imagen de su progenitora se avivó en su memoria impulsada por las palabras que aparecían en su mente:

            ?¡Tenemos que mezclarnos con los humanos! No solo por la pervivencia de nuestra especie, sino porque la simbiosis de las dos razas puede crear individuos mucho más resistentes e inteligentes. Hemos recorrido la mitad del camino, si seguimos uniéndonos, en un futuro seremos capaces de volar lejos de aquí. El primer paso que deberéis dar será el de conseguir un amigo o amiga, ese ser al que puedas hacer algunas confidencias y que te aprecie.

Elphine sabía que entre las mujeres araña no existía este sentimiento. Eran demasiado territoriales para eso, pero sí tenían buena sintonía entre ellas y respetaban sus terrenos de caza. En situaciones de peligro se ayudaban las unas a las otras.

935


La mujer araña visualizó a su madre, de rostro hermoso y dulce, con piel de porcelana y labios de rubí. Un rostro humano al cien por cien. En cambio su cuerpo presentaba los típicos abultamientos de tórax y abdomen, bien diferenciados en el cuerpo de una araña, que nada tenían que ver con el tono luminoso de la cara, siendo este último negro brillante quitinoso, que se hacía extensivo a unas poderosas ocho patas arácnidas, que debía esconder bajo varias capas de ropa. Cuando salía de la cueva llevaba tal cantidad de sallas para esconder sus volúmenes que la gente con la que se cruzaba pensaba que era una gitana.

Elphine nunca llegó a conocer a su padre. Según la versión materna, éste, un macho de su especie, había muerto cuando ella y sus hermanos eran pequeños. No había tenido más amantes ni amigas en años sucesivos. La muchacha pensó en lo sola que debió sentirse durante todos aquellos años hasta su muerte. Las mujeres araña vivían menos que las humanas, sobre todo si tenían más parte de arácnido, característica que acortaba visiblemente la vida. Su antecesora había estado en perfectas condiciones físicas hasta un mes antes de su fallecimiento. Comenzó a moverse con más lentitud, hablaba con cierta dificultad y dejó casi de comer. Era muy aficionada a la cocina italiana; nunca salía a cazar porque decía que respetaba demasiado a los humanos para tratarlos como a reses. Pero no se resistía a un buen traguito de suculento jugo de un pellejo humano si alguno de sus hijos traía una presa al hogar. En aquellos días, aunque ya vivían fuera de la cueva, cazaron para ella, la acompañaron al médico. Bien claro lo vieron en la clínica, especial para los de su especie, se consumía por momentos y el final se presentó inexorablemente. Como no sentían apego entre los hermanos, a partir de ese momento, perdió el contacto con ellos.

Jamás se le ocurrió que su parte humana sería tan fuerte como para imponer sentimientos y emociones tan ardorosas. Observó a Alberto esperándola en la puerta del cine. ¡Qué atractivo estaba! Desconocía la razón por la que todas las mujeres que había cerca de él, le ignoraban, era como si no existiera. En cambio para ella aparecía irresistible. Se besaron nada más verse, entrando en la sala con las manos entrelazadas. Cuando acabó la proyección decidieron dar un paseo, acercándose a la casa del muchacho. Era un piso alquilado que se ubicaba en una cuarta planta. Le propuso subir a su habitación entre besos apasionados. Elphine aceptó. Era tal el ímpetu que la llenaba que de su ombligo comenzaron a salir varios hilos de suave seda.

                 ?Antes de que hagamos el amor, tengo que confesarte una cosa. ?Dijo, interrumpiendo uno de los besos largos y ardorosos.

            ?Si me vas a contar de tu vida anterior, no me importa lo que hayas hecho antes de ahora, lo importante es lo que construiremos juntos.

            ?Pero es que?yo? soy una mujer ar?

Entre besos y caricias se encontró desnuda entre los brazos de Alberto. Ella a su vez le ayudó a quitarse la camiseta y los vaqueros. Entonces el chico reparó en la telaraña que salía del ombligo de la muchacha.

               ?Éste es mi secreto. Tengo?

            ?Lo sé ?Contestó el muchacho ? Tienes el síndrome de incontinencia tejedora. Aunque jamás hubiera sospechado que se podría llevar a tal extremo. ?Exclamó mientras tocaba la seda que salía a borbotones por el ombligo de Elphine. No resultaba pegajosa al tacto sino acolchada y suave.? ¡Me encanta, pequeña araña!? Exclamó entrecortadamente mientras se perdía en mil caricias en el cuerpo de la muchacha.

amantes


A partir de ese instante, Elphine se dejó llevar como nunca lo había hecho hasta entonces. Una locura rabiosa, en algunos instantes, y de ternura, en otros, la empujo a dar a recibir y a sentir, todo al mismo tiempo. Durante horas, sonidos desconocidos hasta entonces escaparon de su boca, un deseo violento y ancestral la sacudió igual que un terremoto. Cuando despertó no sabía dónde estaba. Buscó a Alberto por la habitación sin encontrar rastro de él. Los miembros que solía mantener escondidos en los pliegues de su cuerpo se hallaban estirados abrazando un enorme envoltorio de seda. Supo enseguida el lugar en el que se escondía su amante. La multitud de patas se pusieron en movimiento mientras susurraba entre lágrimas.

            ?¡Oh, cielo santo! ¡Lo he matado!?… CONTINUARÁ.

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