ELPHINE, LA MUJER ARAÑA – Capítulo seis.-

-VI-

Diciembre había comenzado con una buena nevada que se extendió a lo largo de varios días. El frío reinaba en la ciudad haciendo que la caza se tornase más compleja e, incluso, divertida. La mujer araña había vuelto a sus antiguos hábitos, aparcados durante unos meses bajo la influencia del sentimiento más antiguo del mundo, el amor. Aunque continuaba muy enamorada de Alberto, la revolución interior que la acometiera en aquellos primeros tiempos se iba aquietando, devolviéndole el control de su ser.

ciudad nevada


Al amanecer de aquella memorable primer noche que pasaron juntos, Elphine pensó que había acabado con la vida de su amado, pero no fue así, le encontró medio asfixiado, envuelto en un capullo de seda que ella misma había construido, sin duda, para mantenerle a salvo de su voraz apetito tras el coito. Pero curiosamente el instinto asesino no había hecho su aparición, en ninguna ocasión hasta la fecha, cuando se acostaba con su amor, hecho que la llenó de dicha y de una clara visión de futuro. Sin duda había encontrado a su pareja, el que sería el padre de su descendencia. Cuando la certeza de este pensamiento se procesó a la velocidad de vértigo de sus dos cerebros, uno situado en el pecho y el otro en el cráneo, el mecanismo de su aparato reproductor se puso en movimiento con la misma celeridad: sintió dentro de su vientre la presencia de unos cuantos huevos, listos para ser fecundados. Aunque había intentado retrasar este instante, sabía perfectamente que ya era tiempo de reproducirse. Su ciclo de fertilidad era más corto que el de cualquier hembra humana.

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Con tales pensamientos, el hambre de fluidos humanos retornó con más ímpetu que nunca, imponiéndose a todos los demás sentidos. Esa fría y oscura noche había dado sus frutos. Un mendigo medio congelado debajo de unos cartones llenos de nieve, se convirtió en un suculento manjar durante unos cuantos días hasta que el pellejo se quedó casi vacío. Con esta dosis extra de proteínas sintió cómo los huevos maduraban en pocas horas. Imágenes de su pasado acudieron a reforzar el íntimo momento. Buceó entre los recuerdos encontrándose con el bello rostro de su madre, de madona renacentista, una tarde en la que se acercó a su lado para hablar de madre a hija.

            ?¡Tú eres mi única hija, Elphine, una hembra casi humana! A pesar de que tus tres hermanos llevan tu misma mezcla, en ellos, prevalecerá el instinto arácnido, siempre ocurre en los machos. Eso quiere decir que morirán jóvenes, seguramente arrastrados por su fuerte herencia. Para lograr un alto porcentaje de humanidad en vosotros, tuve que comerme muchos de mis huevos que no reunían las características necesarias para continuar con la evolución de nuestra especie. Solemos hacerlo todas nosotras, aunque como puedes ver, en mi caso, mi madre decidió que yo debía vivir. Soy un paso atrás en el largo camino que nos llevará a ser solo una raza. No permitas que eso suceda con tus descendientes. Tenemos un propósito que cumplir y éste se hará realidad si no lo perdemos de vista. ¡Adelante, hija mía, y cómete el mundo y a quién te estorbe en tus propósitos!

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Elphine se rio divertida. Su madre cuando comenzaba a hablar, terminaba dando un gran discurso, una arenga en pos de un ambicioso fin, llegar a poblar cada rincón de la tierra y del universo con una raza híbrida que tuviera lo mejor de cada especie. La mujer araña se preguntó si todas las hembras de su condición, compartirían esa idea, incluso se la hizo a sí misma… y no supo qué responder.

A la luz del amanecer terminó el desayuno, se maquilló cuidadosamente, acorde con el pelo rubio que lucía esa mañana. Escondió todos los ojos a excepción de los de color azul turquesa que resaltó con un poco de sombra. Se pintó los labios en tonos rosados a los que añadió unas gotas de brillo. Se enfundó en un abrigo amarillo, se enrolló la bufanda de cuadritos blancos y negros y salió a la calle luciendo una gran sonrisa. Esa noche Alberto había hecho reserva para cenar en un lujoso restaurante. Tenían algo que celebrar por todo lo alto, aunque no había dicho el qué. Ella supuso que sería un ascenso en la empresa en la que trabajaba.

El día transcurrió entre una marea de trabajo sin fin, sonrisas de complicidad con su amiga y una conversación telefónica con su amor en la que intercambiaron mil ternuras. La ligera molestia que sintiera cuando los huevos se colocaron en su interior a primera hora de la mañana, se había convertido en una auténtica quemazón. Cogió el teléfono y se puso en contacto con la clínica que había atendido a su madre en sus últimos días. Enseguida la pasaron a la extensión de ginecología.

            ?¿Desde cuándo ha notado esas molestias?

            ?Comenzaron esta mañana.

            ?¡Véngase enseguida! ¡Me temo que ha retrasado demasiado la fecundación! Seguramente se hayan agolpado demasiados huevos! ¡Hay que sacarlos de inmediato, peligra su vida!

Con mil dolores cogió un taxi acompañada de Silvia que no se quiso separar de ella al verla con tan mala cara.

En cuanto llegaron se hicieron cargo de la enferma con particular eficiencia, extrayéndole diez huevos no fecundados de inmediato.

El dolor remitió y Elphine pudo estar con su amiga hasta el momento en el que  se recuperó de la anestesia. La muchacha comprendió que tenía que espabilarse con respecto al tema de los hijos. Si no lo hacía, seguramente quedaría estéril; ya se lo habían advertido.

Después de estas azarosas horas, aún le dio tiempo de ir a casa para cambiarse para la cena. Esta vez tuvo que usar dosis extra de maquillaje. Unas ojeras, muy humanas, se habían instalado alrededor de sus ojos azules. Cambió a otros de color miel con mejor aspecto, y acto seguido se enfundó en un traje de noche en tonos ámbar, en el que destacaban pequeños bordados de estrellas plateadas. Trocó sus rubios cabellos en una melena matizada en caramelo. Antes de quemar el pellejo humano que colgaba del techo del sótano, lo estrujó glotonamente, tomando un buen trago del elixir vivificante. Las llamas de la caldera se encargaron de hacerlo desaparecer sin dejar rastro.

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Elphine, envuelta en un abrigo blanco como la nieve que la rodeaba, bajó al encuentro de su amor. Juntos se encaminaron hacia el restaurante, mientras compartían sus intimidades y se observaban de reojo en los semáforos. El lugar elegido por Alberto era tan encantador como profuso en iluminación. La decoración navideña se hizo patente nada más entrar, en cuyo vestíbulo la pareja se dio de manos a boca con un árbol de Navidad repleto de pequeñas cestillas de plata. Una de éstas fue conducida, junto con la pareja, hasta la mesa ubicada en un rincón de la primera planta, justo al lado de las escaleras, en las que grandes farolillos se aposentaban en los escalones. El ambiente de intimismo y de puro relato de cuento estaba servido.

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            ?¿Qué te parece si abrimos la cestilla que nos ha tocado en el árbol de Navidad?? Comentó Alberto con los ojos muy brillantes, igual que si escondieran una emoción contenida.

Elphine se puso manos a la obra, desenvolviendo con soltura el paquetito que contenía la cesta de plata. Un precioso estuche de joyería quedó expuesto en la palma de su mano, mientras la sorpresa la dejaba sin palabras. Alberto acudió al rescate abriendo el esplendoroso estuche, cogiendo el anillo de oro que encerraba, diciendo lo siguiente con voz cargada de sentimiento:

            ?Elphine, ¿Quieres casarte conmigo?

La mujer araña se quedó paralizada con los ojos clavados en los de Alberto. Sus dos cerebros se pararon, anulados, mientras la emoción, en su más pura esencia, campaba a sus anchas por las esquinas de su ser. En ese preciso momento fue consciente de que la música se hallaba presente en el local, reconociendo la melodía de un villancico muy popular, que grabó a fuego aquel instante en su memoria:

"El camino que lleva a Belén

lo voy marcando con mi viejo tambor:

nada mejor hay que te pueda ofrecer,

su ronco acento es un canto de amor,

ropopopom, poroponponpon.

Cuando Dios me vio tocando ante Él,

me sonrió?"

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Elphine tendió sus manos hacia aquel hombre de ensueño, cariñoso, atractivo y alegre que esperaba la respuesta ansiosamente. El contacto de esas manos, tan conocidas, la animó a romper su bloqueó de araña para poder pronunciar las dos palabras que Alberto deseaba escuchar:

            ?¡Sí, quiero!… CONTINUARÁ

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