ELPHINE, LA MUJER ARAÑA – Capítulo diez.



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?X?

tela gigante de araña
Elphine había terminado de producir y colocar las blancas y esponjosas telas de araña que recubrían todo el cuarto de los niños, y admiraba feliz su arduo trabajo, cuando una contracción muy fuerte la dejó sin respiración; procuró no alarmarse, había leído que las primerizas tardaban horas en dar a luz, todavía tendría tiempo de prepararse. El espasmo se repitió a los diez minutos y ésta vez el dolor fue de tal calibre que la tiró al suelo mientras emitía un agónico alarido. Recordó que no estaba sola en casa aunque Alberto se hallara trabajando en la oficina, que Arachne vivía bajo su techo desde hacía tres semanas y le envió un mensaje de socorro en aquel viejo idioma de chirridos y siseos. En pocos segundos se personó la servicial joven que, al verla retorciéndose de dolor, la cogió en volandas entre cuatro de sus potentes patas y la llevó hasta el coche. Hizo una rápida llamada a Alberto mientras conducía velozmente a la clínica. Le dijo entre susurros:

            ?Ya viene el Arcano constructor, el único capaz de fabricar universos con hilos de plata para que anide la nueva especie. El que salvará la estirpe.

Estas palabras, que parecían sacadas de un cuento muy antiguo que se narraba de padres a hijos, resultaron igual que un bálsamo tranquilizador en el último tramo hasta la clínica. Durante las últimas dos semanas Elphine se había sometido a controles exhaustivos de su embarazo que, según comentaron los facultativos, era de alto riesgo porque no sabían si su útero aguantaría el peso que iba ganando el feto. En estas excursiones aprovechaba para observar a Freya y Liv que crecían a ojos vistas. Se arrastraban de un lado al otro del cubículo, palpando cada centímetro del mismo con sus diminutas ocho extremidades terminadas en manos y pies de apariencia humana, pero cubiertas de traslúcidas vellosidades que les permitían un agarre fuerte y seguro. Las cunas se encontraban intactas, sin usar, porque las dos niñas fabricaban su propio nido de seda que las cobijaba a ambas. La tela que emitían por sus ombligos era semitransparente debido a la delgadez de aquellos hilos microscópicos, y aunque de apariencia frágil, las hacía sentirse seguras y protegidas, sobre todo cuando se abrazaban para dormir, acción a la que se sometían durante la mayor parte del tiempo. Cuando despertaban, el hambre las volvía agresivas, intentando morderse la una a la otra, hasta que localizaban las dos tetinas por donde recibían el alimento.

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El día anterior le comunicaron a Elphine que el feto, debido a su gran tamaño, no tardaría en salir de su encierro. Quisieron dejarla ingresada previendo un inminente alumbramiento, pero ella se negó. Tenía que hacer todavía muchas cosas en casa y se encontraba estupendamente. Quizá los esfuerzos realizados en tejer desenfrenadamente el hilo especial, esponjoso y muy suave que fijó a cada porción de suelo y techo del recinto, habían sido excesivos.

Las contracciones se hicieron más numerosas en intervalos más cortos; el dolor entre una y otra la dejaba doblada, en la misma posición que ella ponía a sus víctimas antes de trasportarlas a su cubil. El cerebro del pecho le envió una imagen perfecta de su última caza, una presa que se encontraba flexionada, tal y como se hallaba ella misma en ese preciso instante, en posición de fardo pequeño y muy manejable. Eso la hizo sonreír justo en el lapso que el dolor aminoró.

Nada más llegar al centro médico, el parto se precipitó a toda velocidad, siendo conducida de inmediato al quirófano. La dilatación no era la óptima, pero el bebé había quedado encajado en el canal del parto y las contracciones no lograban que avanzara, y eso significaba que en breves instantes se ahogaría si no lo sacaban de ahí. Durmieron a Elphine para practicarle una cesárea. Cuando despertó, Alberto estaba a su lado con el rostro pintado de preocupación.

            ?¿Y el bebé, está bien?

            ?¡Claro que sí! Los tres, tanto las niñas como el niño se encuentran estupendamente. Tú eres quien más nos ha preocupado. Te han tenido que quitar el útero; no podrás tener más hijos. Lo siento, amor.

Un suspiro de alivio salió del pecho de la mujer araña. Recuperadas ya sus facultades, tras tanto trastorno hormonal, aquella noticia le pareció óptima. No tenía ganas de pasar por aquel espantoso trago de dolores y calambrazos. Era mucho mejor poner huevos que se expulsaban en un instante y te permitían continuar con tu vida normal; pensó que esa parte de sí misma le agradaba en extremo. Se encontraba bien, apenas sentía molestias, su cuerpo reaccionaba como siempre lo había hecho. Se palpó el abdomen y a través del vendaje notó cómo las capas de su vientre se recomponían haciendo desaparecer la cicatriz profunda de la intervención. En un par de horas, calculó, sería capaz de reincorporarse a la vida cotidiana, aunque debía hacer el paripé hasta el día siguiente, si no quería atraer la atención de los humanos que iban llegando a visitarla.

parto


Por la puerta asomó su amiga Silvia enjuagándose los ojos con un pañuelo. No dijo una sola palabra, se acercó a la cama y abrazó a Elphine durante un buen rato. Cuando fue capaz de hablar comentó:

            ?He visto a tus hijos, son preciosos. Las niñas se parecen a tu marido una barbaridad, pero el niño, no sabría decir… Es diferente.

            ?¡Quiero verlos!

            ?Ahora no puede ser, acabas de despertar de una operación ¿recuerdas? Tendrás que esperar a mañana, te bajarán en silla de ruedas al nido para ver a tus bebés. Paciencia querida amiga, este parto casi acaba contigo. Ahora debes recuperarte poco a poco.

Silvia se marchó, al fin, después de abrazar y besar repetidas veces a su amiga, presa del llanto. A Elphine le costaba procesar tanta emoción humana; su marido y los amigos se alegraban mucho de que hubiera sobrevivido al parto, estaba claro, pero esta buena noticia no era lo suficientemente fuerte como para hacerles olvidar lo cerca de la muerte que había estado. Le desconcertaba la poca capacidad que tenían para disfrutar de la felicidad de aquel instante, sobre todo cuando observaba los rostros compungidos y llorosos de alrededor. "Absurdos pensamientos humanos, una verdadera pérdida de tiempo", pensó la mujer araña.

Alberto fue a casa para darse una ducha y descansar después de aquella dura jornada, dejando a Elphine y Arachne en mutua compañía y respirando de alivio. La mujer araña se incorporó rápidamente en la cama, contenta de no tener que fingir más, y dando un ligero salto se puso en pie saliendo disparada hacia la puerta, seguida de Arachne, que no dijo ni palabra. De mutuo acuerdo se encaminaron hacia el nido para visitar a los neófitos.

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Al fin, Elphine pudo tener a sus hijos en brazos. Se acercó despacio hacia el pequeño que en esos momentos estaba despierto, muy ocupado en succionar el chupete. Era enorme. Se preguntó cómo pudo aguantar con él dentro de sí durante tanto tiempo sin que explotara. Observó el precioso pelo del color del acero, la piel blanca y luminosa, como si debajo de la epidermis ardiera un potente fuego que centelleara dibujando cada rincón de su silueta. Y los ojos de plata, de mirada arcaica y sabia, que se volvieron hacia ella estudiándola durante unos segundos, absortos en su contemplación. La reconoció al instante porque comenzó a emitir una música tenue y dulce que los envolvió a los dos en una burbuja de sonidos, aislándolos del resto de los bebés. Elphine lo arrulló entre sus brazos recordando antiguas melodías que cantaba su madre en un idioma en desuso. Cuando éste se durmió, se reunió con Freya y Liv penetrando en su cubículo. El veneno de sus aguijones había alcanzado niveles tolerables para los que las rodeaban y el contacto con la gente se hacía necesario para su buen desarrollo emocional, sobre todo con sus padres.

Las niñas se hallaban despiertas todavía. Acababan de comer y aún tenían gotas de jugo multivitamínico alrededor de la boca. Elphine se sentó en el mullido suelo. Llegaron reptando con sus numerosas patas, que permanecían escondidas cuando dormían. Las cogió entre sus brazos y las besó. Las niñas se mostraron encantadas recordando el olor de su madre de inmediato; le palparon la cara y el cuerpo con cada pata hasta que un sopor irresistible las abatió. Aquella vez no fabricaron un esponjoso colchón de seda, las dos se quedaron dormidas entre los protectores brazos de su madre.

disfraz araña


Unas horas después, cuando las dos mujeres abandonaban el nido, el doctor Ronda las interceptó en el corredor, solicitando una entrevista privada con la nueva madre, a la que condujo a su despacho:

            ?Tengo el resultado de la analítica del varón. Presenta un cinco por ciento de genes de nuestra especie, los suficientes para que se le considere semihumano.

             ?Pensé que iba a ser íntegramente humano; aunque, quizá esperaba que sacara algo de nuestra especie.

            ?El análisis genético desvela que posee sus genes humanos, pero el resto no son los de su marido. Creo que aquel ataque que sufrió tuvo sus consecuencias… Pero usted ya lo sospechaba. Las madres saben esas cosas, sobre todo las de nuestra especie.

Elphine intentó recordar los hechos de aquella lejana noche. Escenas inconexas lo llenaban todo. Lo único que se superponía en todas las imágenes, dominándolas, eran los ojos de aquel macho de mirada metálica que la había inducido a un paroxismo sexual sin límites. No se sentía culpable de aquello en absoluto, todo ocurrió en contra de su voluntad, pero ahí tenía el resultado en forma de ser vivo, y todavía no le había encontrado un nombre…

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Al día siguiente los nuevos papás fueron juntos a recoger a los bebés en el nido. Alberto se sorprendió al observar a las dos pequeñas reptar como culebrillas por el confortable recinto. Elphine le animó a sentarse con ellas. Después de unos cuantos mordiscos de reconocimiento, las niñas lo aceptaron encantadas. Él se vio reflejado en los rasgos de su cara, en el color de la piel, incluso en el pelo. Su mirada saltó, a través del cristal, a la cuna del nido donde descansaba el niño. Un sentimiento de desasosiego le recorrió mientras lo contemplaba. Enorme, rutilante, y sabio… parecía escapado de alguna estampa navideña. Suspiró unas cuantas veces. Resultaba imposible creer que Elphine tuviera aquellos tres seres metidos dentro de la barriga… Prefirió no seguir pensando en ello.

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            ?Las niñas se llamarán Freya y Liv. En cuanto les vi la cara supe que esos eran sus nombres. Pero el bebé… no sé.

            ?¡Bonitos nombres para las dos mujercitas!… Si te parece bien, al varón le podríamos llamar Alfredo igual que mi padre y mi abuelo? Sugirió Alberto.

            ?¡Uf! No tiene porte de ser Alfredo…Ni hablar, no armoniza con su personalidad.

Alberto se la quedó mirando fijamente, como si ella supiera algo que él ignoraba.

            ?Pues de alguna manera lo tendremos que llamar, digo yo.

Elphine se quedó callada mientras observaba al bebé dormir en su elástica canasta de hilos de seda. El niño abrió los ojos curiosos, no queriendo perderse nada de lo que decían sus padres. Los ojos de plata la miraron fijamente.

            ?Ya sé cómo le vamos a llamar: Bálder, “El glorioso”. Que fue hijo de Odín y de Friga, personificación del bien, de la luz y de la belleza, y dios de la elocuencia y la sabiduría.

            ?¿De dónde has sacado ese nombre?

            ?De una historia de vikingos que leí una vez. ¿No te parece que tiene cara de príncipe?

Alberto asintió. En efecto cada vez que esos ojos acerados se clavaban en los suyos sentía el contacto de una mente antigua, llena de sabiduría que leía su pensamiento. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral. Serían imaginaciones suyas, un bebé era sólo eso, un ser frágil y delicado que necesitaba de todo el amor y la ternura de sus padres. Dejando a las niñas se acercó hasta la cuna para cogerlo en brazos. El recién nacido le aceptó, era imposible no hacerlo ante una persona cargada de buenas intenciones.

telas en habitación
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Ya en el hogar, Alberto se mostró bastante sorprendido con la inusual decoración del cuarto de los niños, telas acolchadas por todos lados, vaporosas, ligeras, enrolladas en varios túneles que cruzaban el habitáculo en varias direcciones y decoradas con mariposas de seda de mil colores. Pero le gustó la originalidad y lo tranquilos que se mostraban allí los bebés. Enseguida dio su aprobación con una amplia sonrisa. Por eso mismo Elphine le adoraba. Era bueno, amable, divertido, y además todo lo que ella sugería, le parecía bien. Ciertamente era en el terreno de la intimidad donde se producía una negociación eficaz por parte del muchacho, sobre todo cuando la pareja se encerraba en el dormitorio. Allí, Alberto, era el rey. A pesar de la llegada de los neófitos el mundo que ellos habían creado para habitar en pareja se mantenía intacto.

mujer con niños


Pasaron los días, las semanas y los meses. Los pequeños iban creciendo a toda velocidad, tanto en aspecto físico como en conocimientos y destrezas. Las niñas nunca atacaban a su hermano, muy al contrario, se mostraban dulces con él. El que más mordiscos se llevaba era, sin duda, su padre. Cuando jugaban, las niñas perdían totalmente la cabeza, trepando a sus hombros sin la menor dificultad, saltando en su estómago y llenándole de babas. Le idolatraban, era el compañero de juegos ideal, paciente y que nunca se quejaba. Las tiraba por el aire igual que si se tratara de pajaritas de papel, y en efecto, lo parecían, porque planeaban con sus ocho extremidades admirablemente, escondiendo las sobrantes antes de tomar tierra o posarse en la pared, agarradas con sus especiales manos. Su progenitor las miraba con embeleso, observando aquellas extrañas cabriolas y carreras de las peques que las hacían más parecidas a los monos que a las niñas de su edad.

El niño se unía a los juegos en algunas ocasiones; otras, en cambio, prefería descubrir el mundo en solitario, seguido de cerca por Arachne, que no le perdía de vista ni un instante. Era un aventurero que había que vigilar muy de cerca. La niñera adelgazó considerablemente con tanto trajín; Elphine tuvo que traer presas extra para alimentarla y tratar de reponer el frenético esfuerzo que hacía persiguiendo por paredes, suelos e incluso por los árboles cercanos de la vivienda, a los tres niños.

La mujer araña se vio en la obligación de traspasar su terreno de caza por primera vez en su vida. El suyo había quedado agotado. El consumo se había disparado bajo su techo. Tenía que seguir dando la bebida energizante a las niñas de vez en cuando porque si no lo hacía enfermarían. La niñera bebía el elixir tonificante como si fuera agua, y ella lo probaba de vez en cuando para sentirse fuerte y llena de energía. Durante las primeras incursiones a terrenos prohibidos no ocurrió nada ni se cruzó con dueña alguna. Pero durante la última velada estuvo expuesta a un gran peligro. Cuando trepaba por una calle adyacente a su hogar, llevando a la espalda una presa convenientemente embalada, sintió el olor de una hembra en la cercanía. Rápidamente se escondió en una cornisa confundiéndose con una de las gárgolas que la decoraban. Una inmensa hembra con el cuerpo de una tarántula y cabeza humana se paseó por la pared de enfrente olisqueando su rastro. Si la localizaba la lucha sería a muerte. Sintió acercarse al ser hasta quedar a menos de tres metros. Se entretuvo con nuevos aromas en una de las cariátides que sujetaban parte del tejado. Elphine cerró los ojos. No quería que el brillo de los mismos deslatase su escondrijo. En ese instante se produjo un estruendo en uno de los callejones. La hembra sobresaltada corrió hacia allí. Elphine supuso que la hembra había tejido una red en el medio de la estrecha callejuela para atrapar a algún humano que pasara descuidado. Ahí la dejó, muy ocupada en inocular veneno a su víctima, mientras ella volaba hacia la entrada del sótano. Se reconvino muy disgustada. Tenía que ser mucho más cuidadosa y no confiarse, sobre todo pensando en sus vástagos. Si la viuda negra hubiera localizado su guarida, aprovecharía cualquier descuido para hacerse con los bebés y eso era impensable. A partir de esa noche se tapó la cara con una máscara para no ser reconocida, disfrazó su olor rociándose de esencia de roedor y portó un aturdidor eléctrico para soltar una buena descarga a quien osara seguirla.

mujer acechante


Comprobó en días sucesivos que su nueva arma conseguía resultados asombrosos, espantando a algunas hembras que preferieron buscarse nuevos territorios. Lo que consideraba extraño de verdad, pensó Elphine, era el hecho de que Archne y ella se llevaran bien. Su relación caminaba sin fricciones y se ayudaban mutuamente. Su comportamiento no era el propio de la especie. Era raro que no reclamase su propio terreno de caza a estas alturas, que no se mostrase violenta ante sus órdenes; al contrario las acataba con total sumisión. ¿Seguiría pensando que su hijo era un ser de leyenda?… Porque ella encontraba a su familia igual a cualquier otra, con sus secretos… Pero ¿quién no los tenía?…CONTINUARÁ.

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