EL CHOCOLATE DE NAVIDAD.- (Cuento navideño para niños y mayores).-

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Cuentos escarcha y mazapán

En el Polo Norte, dentro de los dominios de Papá Noel, se desarrollaba una actividad frenética debido a que la fecha de la Navidad se iba aproximando. Faltaban veinte días para la Gran Noche en la que todos los niños del mundo recibirían sus regalos.
La Señora Claus, muy atareada con la elaboración de cientos de galletas navideñas, pasaba los días prácticamente sin salir de la enorme y luminosa cocina en la que sus cinco hornos funcionaban a tope. Unas cuantas elfas, tocadas con un gorrito de un blanco inmaculado, ayudaban a la anciana señora a extender la masa sobre la gigantesca mesa de roble. La longeva mujer llevaba confeccionando este manjar, año tras año, siguiendo una antigua y secreta receta que se remontaba a siglos de antigüedad. Una vez que la pasta se hallaba bien alisada por unas cuantas pasadas de rodillo, se recortaba con los moldes de oropel, en multitud de formas navideñas: renos, hojas de acebo, bolas, trineos, campanas, velas, abetos, ángeles…Y seguidamente se colocaban en grandes bandejas para hornearlas en pocos minutos.
La despensa de Mamá Noel era una enorme habitación amueblada con estanterías de oscura madera barnizada, perfectamente alineadas y rotuladas, en las que siempre se encontraba lo que se buscaba en pocos segundos.
Era un almacén único y por eso mismo cuando se encendió la luz roja de “se está acabando el chocolate”, nadie lo puso en duda. La anciana comprobó que con el saquito de cacao que quedaba en la alacena, no tendría para rellenar de energía, los estómagos de todos los que iban a participar en el gran reparto de juguetes de la noche del 24 de diciembre. Hizo un recuento de los litros de chocolate que iba a necesitar para cumplimentar las necesidades para la Gran Noche. Lo primero de todo, precisaba de cantidad suficiente de cacao para fabricar las galletas de chocolate destinadas a los duendes, que al comerlas sacarían energía eficaz para terminar las últimas peticiones, recibidas en las cartas de los pequeños, y cargar el trineo de Santa Claus con millones de juguetes. Segundo punto a tener en cuenta, los renos siempre recibían, junto con su pienso, una ración extra de cacao calentito que hacía volar sus cuerpos y patas a velocidad de vértigo, produciendo un intenso resplandor en la nariz roja del reno-guía Rudolph. Tercero y más importante de todos, su marido Papá Noel no podía salir sin su termo de 100 litros de cacao, recién hecho y humeante, que le daría una fuerza sin igual en esa noche invernal, larga y mágica. ¡No había bastante cacao para todo eso!─Pensó apesadumbrada─ Tenía que hacer algo y enseguida.
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Convocó a los doce jefes elfos del Polo Norte que estuvieron ante ella antes de que pasaran dos segundos.
         ─Queridos amigos, nos encontramos en una situación crítica. No quiero molestar a mi marido con este problema, ya sabéis que se encuentra con los últimos preparativos de la Navidad y está terriblemente ocupado. El asunto es el siguiente, nuestras reservas de cacao han mermado tan alarmantemente que me encuentro con el grave apuro de no tener bastante chocolate para la Gran Noche.
         ─¡Ooooooh! ¡Eso es terrible! Impediría, sin duda, lograr todos los objetivos, terminar los juguetes a tiempo, ajustarlos mágicamente al trineo y permitir que el Gran Jefe llegase a cada rincón del planeta ─Comentaron los elfos trastornados─.
La anciana acostumbrada al temperamento de los duendes, los observó mientras se abrazaban unos a otros visiblemente acongojados. Les dio tiempo para sus quejas y lamentaciones y cuando terminaron se dirigió a ellos enérgicamente.
              ─Necesito un voluntario entre vosotros que vaya a buscar cacao con urgencia. Es un viaje difícil, ya lo sé, pero le apoyaremos con todos nuestros medios para que vuelva sano y salvo a casa, portando una buena carga de nuestro preciado alimento. Sólo podrá ir uno, los demás debéis estar para ayudar a mi marido, os necesita a todos.
De entre los pequeños elfos, un ser diminuto dio unos pasos hacia delante.
               ─¡Yo iré, Señora Claus!
Los murmullos de asombro se extendieron entre las filas de los duendes. Bel se les había adelantado, el más joven, intrépido e inexperto de todos ellos. Comenzaron las veladas protestas que fueron acalladas por la anciana:
             ─¡Irá Bel, es el primero que se ha ofrecido y sin duda lo hará muy bien! No tenemos tiempo para discusiones y pérdidas de tiempo. ¿Estáis todos de acuerdo conmigo?
               ─¡Sí Señora Claus! Sus decisiones siempre son sabias.
Respondieron los doce duendes al unísono como si fuera una clase de alumnos y la Señora Claus la profesora. La anciana estaba encantada de tratar con estos pequeños artesanos infatigables, aunque en muchas ocasiones se comportasen como niños de preescolar.
         ─Podéis volver al trabajo queridos elfos, informaré a mi esposo sobre el cambio de cometido de vuestro compañero sin darle demasiados detalles para no preocuparle. Bel, acompáñame. Debemos idear una estrategia para este apresurado viaje.
Sin más, los once elfos se esfumaron. Bel siguió a la anciana hasta la formidable cocina observando a las duendecillas, de doradas y largas trenzas, afanarse en colocar en vistosas cajas de esmalte las galletas de chocolate recién horneadas.
         ─Mi querido Bel, debes partir de inmediato esta misma noche. En el momento en que la aurora boreal toque la nieve, se desplegarán varios senderos de luz que iluminarán la noche del Polo Norte. Debes encaminarte por la senda esmeralda que te conducirá directamente a la estrella Polar. Desde ahí, deberás buscar otro medio de viajar hacia la nebulosa Templada, cuyo asteroide “Canela” es nuestro principal abastecedor de este precioso ingrediente. Una vez lo hayas alcanzado, deberás satisfacer el precio del cargamento, ellos te ayudarán a transportar el cacao hasta aquí.
La anciana sacándose de un bolsillo un pequeñísimo monedero, del tamaño de un dedal, se lo tendió al elfo que lo abrió delicadamente. Miró en su interior y descubrió cientos de monedillas de plata refulgiendo bajo la luz de la estancia. Se sonrió al ver que era un modelo funcional. Se podía esconder en un zapato sin apenas notarlo y, en cambio, su capacidad, que era inmensa, solo era conocida por la Señora Claus. No le pareció de buen gusto preguntar sobre este asunto. Tenía que dedicarse a la gran oportunidad que le brindaba su jefa. Su principal cometido era llegar a Canela para traer el cacao de vuelta en un corto espacio de tiempo. Ya estudiaría el monedero durante el viaje. También fue obsequiado con un pequeño gorro rojo. Cinco estrellas doradas lo adornaban dándole la apariencia de un aprendiz de mago. La anciana vio su expresión de deleite y sonrió.
         ─¡Me alegra ver que el gorro es de tu gusto. No solo se trata de que vayas elegante, como digno representante de nuestros dominios, sino que lo utilices como instrumento de comunicación entre nosotros, si surge algún problema. La primera estrella corresponde a un teléfono de un número único, el nuestro. Sólo con apretarla estarás en contacto con El Polo Norte. La segunda, es un portamonedas lleno de efectivo por si perdieses el que te acabo de dar. Nuestros proveedores de chocolate no admiten más que el pago en plata y en el momento de efectuar la compra. La tercera, te permitirá volar cortas distancias para que se aligere tu viaje y no se cansen tus pequeñas piernas. La cuarta, es un termo de chocolate caliente para que no pierdas tiempo buscando comida para elfos. En esos lugares es casi imposible encontrar miel, zumos de frutas, fresas y otros alimentos que os gusta comer. La quinta estrella es un arma para defenderte. No te preocupes no harás demasiado daño a nadie, debes ir preparado por si te topas con gente indeseable. Fuera de nuestra tierra existen malas personas que son felices fastidiando a todo el mundo, con esta clase de individuos no sirven las palabras, se han vuelto sordos y ciegos para escuchar y ver a los demás. Si te sintieras amenazado por alguno de ellos, al apretar la quinta estrella, saldrá un haz de luz electrificada que caerá contra tu enemigo.
El elfo miró atónito a la anciana, él nunca había hecho daño a nadie, ni siquiera se acordaba de haber dado patadas o empujado a algún compañero. No sabría si sería capaz de dirigir descargas eléctricas sin pensarlo seriamente.
Se puso el gorro y al instante se ajustó solo a su pequeña cabeza. Intentó quitárselo pero no pudo. La anciana rió divertida y le tranquilizó con estas palabras:
         ─No te lo podrás quitar hasta que regreses. Así nadie te lo robará y no lo perderás si hay una tormenta de aire o algo por el estilo. Él te mantendrá a salvo. Come unas galletas mientras te preparo un buen tazón de chocolate caliente, te dará una energía increíble ya verás.
Las galletas y el chocolate no se hicieron esperar. Toda la cocina se inundó del aroma de las especias que la anciana añadía al cacao. El olor delicioso y el gusto de las exquisitas galletas llenaron al pequeño de un empuje sin par. Vio que la noche se echaba encima. Despidiéndose de la anciana y de sus compañeros desapareció en el primer rayo de luz verde que tocó el hielo.
El viaje fue vertiginoso y divertido. Durante unas cuantas horas se deslizó por una carretera de luz esmeralda que ascendía hacia el espacio exterior. La experiencia no le pilló para nada de sorpresa ya que todos los elfos procedían de La Estrella Polar y, de vez en cuando, viajaban para reencontrarse con viejos amigos.
Sin perder el equilibrio se mantuvo en pie hasta llegar a su destino. Una estación flotante le proporcionó comida y un lugar donde descansar durante unas horas. ¡Estaba tan rendido que no tardó en dormirse!
Después de este merecido descanso se dedicó a buscar el medio para llegar a su próximo destino, La Nebulosa Templada, tan lejana en el espacio que apenas se vislumbraba como un tenue resplandor.
Observó un trasiego de gente entre unas cuantas casas pintadas de diferentes colores y, curioso por naturaleza, se dispuso a echar un vistazo. La primera construcción de color amarillo limón acogía a extraños seres dorados, anaranjados o marrones que jugaban con unos bolos de caramelo en forma de pingüinos. Hablaban sin parar y reían con gran estruendo cuando recibían algún golpe de las pelotas de los vecinos. Se hacían toda clase de apuestas para adivinar los bolos que iban a quedar en pie. Varios de estos insólitos entes, intentaron convencer al elfo de que apostara una buena cantidad de plata. No pudiendo persuadirle con palabras, le acorralaron para arrancarle el gorro y los zapatos. Unas cuantas descargas del mágico sombrero les convencieron para dejarle marchar. ¡Vaya si se había atrevido a usarlo! ¡Había que defenderse de los abusones! ¡Qué razón tenía la anciana!
Preguntó aquí y acullá cómo podría llegar a La Nebulosa Templada. Unos le enviaban al antro de donde había salido tan aprisa y otros le recomendaban dirigir sus pasos a la casa azul. Con más temor que curiosidad, esta vez se aventuró a visitar el nuevo lugar. Para su sorpresa encontró el sitio encantador. Nubes de pájaros azules con cabeza de peluche, hablaban y se saludaban educadamente mientras tomaban té con pastas o chocolate con churros. Se dirigió a la enorme mesa donde merendaban todos juntos y se sentó en una silla libre. Al instante se materializó ante sí una bandeja con exquisitos dulces que comenzó a devorar con fruición. Cuando sació su hambre comentó el motivo de su visita y todos los presentes, que lucían plumas de un intenso tono turquesa, le escucharon muy atentamente. Después de discutir entre ellos la forma más rápida de llegar a tan lejano lugar, llamaron a través de un interfono al Capitán Flown que se personó inmediatamente ante ellos.
El insigne personaje no pudo entrar dentro del edificio debido a su gigantesco tamaño, así que con gran cuidado quitó el tejado de la casa, que era de “quita y pon” para estos menesteres, y se encontró metido en la reunión como uno más. Las plumas de su corpachón, eran de un azul acerado, duras igual que el diamante, y capaces de soportar intensas temperaturas, tanto bajas como altas, resistiendo largos viajes espaciales. Su mirada de ave de presa no pasó desapercibida a Bel que se puso en guardia.
         ─¿Así que tú eres el interesado en llegar a La Nebulosa Templada? Es un viaje tremendamente peligroso. Normalmente se forma una caravana de “Voladores” para protegerse unos a otros de los peligros que puedan acechar a los viajeros. ─Exclamó con voz de trueno, haciendo temblar toda la casita azul hasta los cimientos. Bel sin arredrarse contestó:
         ─¿Qué clase de peligros son esos? No he viajado nunca fuera de la Estrella Polar.
         ─Bueno, están los temidos piratas de níquel, los monstruos ambarinos, los gases de la risa naranja, el come-hombres…
         ─¡Ya me hago una idea! ─Exclamó Bel─ No hace falta que pierda más tiempo enumerando horrores. Solo dígame una cosa ¿Cuándo podemos salir para allí?
La mirada del Capitán Flown brilló esta vez de emoción y aprobación. Le gustaba el diminuto muchacho, poco tamaño y mucha valentía.
         ─Si estás dispuesto a pagar una buena suma de plata, podríamos salir mañana al amanecer. Trescientas monedas por adelantado y quinientas cuando lleguemos a destino. ¿Conforme?
El elfo no sabía cuánta plata llevaba encima, así que dándose la vuelta para tener un poco de intimidad, sacó el minúsculo monedero que al contacto con sus dedos creció hasta permitirle introducir todo el brazo en su interior. Sin gran esfuerzo sacó la suma requerida. En el fondo se veían brillar todavía gran cantidad de monedas. Podía estar tranquilo, la Señora Claus había previsto cualquier eventualidad.
Estrecharon mano y ala para sellar el acuerdo y quedaron en verse al día siguiente muy temprano para emprender juntos la travesía hacia el destino lejano.
Bel mantenía informada a la anciana de todo lo que ocurría. Pulsaba la primera estrella de su gorro e inmediatamente alguien del Polo Norte contestaba al otro lado. En esta ocasión la voz de la Señora Claus le llegó alta y clara:
         ─¡Qué alegría recibir tan buenas noticias Bel! No conocemos al Capitán Flown, pero si está recomendado por los chicos de la Casa Azul, debe ser de fiar. Aquí la situación es desesperada. Solo me queda un barril de galletas de chocolate para estos días tan importantes. Mantenme informada mientras te sea posible comunicar con nosotros. Que tengas un buen vuelo y trae cuanto antes nuestro pedido de cacao querido Bel.
En efecto, la anciana al ver tan mermadas sus existencias de cacao, había recurrido a mezclar las galletas de chocolate con fresas y frutos secos. Los duendes lo comían encantados pero la energía que les aportaba no era comparable a la recibida solamente con el chocolate. Papá Noel tomaba la misma dieta y, extrañado del cambio de hábitos alimenticios, habló con su mujer:
         ─Querida, es raro que en estas fechas tan cercanas a Nochebuena, nuestra dieta no se haya incrementado en las habituales dosis de chocolate que nos obligas a tomar a todos en el Polo Norte.
La mirada intensa del mágico personaje leyó la preocupación en los ojos de su esposa. Con voz bondadosa y llena de cariño preguntó a la anciana:
         ─¿Qué ocurre, problemas con el cacao?
La Señora Claus contó de cabo a rabo todo lo relacionado con el tema. Su marido escuchó con mucha atención y al final comentó:
         ─Has hecho muy bien en enviar a uno de los inteligentes elfos. Confiemos en que se resuelva el problema a tiempo. No obstante con mi magia puedo multiplicar las galletas de chocolate hasta que lleguen los refuerzos ─La Señora Claus contestó preocupada:
         ─Pero Querido eso será un esfuerzo excesivo para ti. Bastante agotado estás con los preparativos –Papá Noel se rascó la barriga con una sonrisa y notó que casi había desaparecido.
         ─¡Con la dieta que seguimos ahora estoy recuperando mi figura de juventud! ¡Jo, jo, jo!… No te preocupes tanto, tú sigue dándonos frutas y yo me ocuparé de estirar las galletas.
Bel se personó en el aeródromo justo en el instante que el Capitán Flown se preparaba para partir. En una de las alas había instalado un pequeño y cómodo asiento para Bel. En la otra se veían cajas de provisiones perfectamente sujetas unas a otras.
         ─Ahora debemos protegernos del espacio exterior con azúcar glasé, o de lo contrario nos desintegraremos enseguida –Dijo el plumífero piloto.
Bel, muy sorprendido por este descubrimiento, se dejó pulverizar de arriba abajo de una dulce y blanquecina capa de azúcar que se adhirió a toda su persona como una segunda piel. El Capitán hizo lo mismo con su cuerpo y, blancos como la nieve, partieron hacia la negrura del espacio. El elfo pudo ver a un batallón de gnomos limpiando asteroides y llenándolos de luces de colores. Después, ya decorados, los apelotonaron formando un gigantesco ángel destellante. Observaron a más trabajadores abrillantando estrellas. Pensó Bel que por eso en Navidad las estrellas brillaban con más fuerza que en el resto del año.
Dejaron atrás todo lo conocido poniendo rumbo a la Galaxia Templada. Después de evitar a los gusanos naranjas, los cuales recibieron buenas dosis de calambrazos por parte del pequeño elfo, y a los Muertos “de miedo” que se pegaban a cualquiera que pasase por allí entre lúgubres y horribles lamentaciones, llegaron a los anillos rojos de la Galaxia Templada. Descubrieron que Canela, el asteroide que era su destino, no se hallaba demasiado lejos, en el tercer anillo lo encontraron por fin.
Descendiendo suavemente fueron obsequiados por un aroma a cacao que les abrió el apetito de una manera voraz. Un grupo de hombrecillos naranjas les dio la bienvenida.
         ─¡Bienvenidos extranjeros! Estáis en el planeta del cacao. Decidnos ¿en qué podemos ayudaros?
         ─Venimos de parte de Papá Noel. Se ha quedado sin chocolate y en 10 días será Nochebuena y ya imagináis lo que eso significa. Lo necesitamos ya.
Los anaranjados personajes echándose las manos a la cabeza corrieron a cargar varios contenedores. El jefe de capataces se acercó a ellos con expresión preocupada:
         ─Tenemos un problema con la entrega de vuestro encargo de cacao. Nuestros pájaros de servicio están todos repartiendo pedidos. No podremos enviar el cargamento hasta dentro de unos días.
El elfo comenzó a temblar de impotencia. ¿Qué podía hacer? ─¡Vamos piensa!─ Se dijo a sí mismo. De pronto miró al Capitán Flown y sonrió.
         ─Capitán, ¿Cuántos kilos podríamos llevar de vuelta a la Estrella Polar? – Flown sonrió. Al muchacho no se le escapaba una, era listo para abultar tan poco. Decididamente le caía bien, muy bien. Le iba a ayudar.
         ─Por lo menos 5.000 kilos, hijo. Será un placer ayudarte a llevarlo al Polo Norte. Aunque llegaré extenuado.
Bel sonrió ampliamente al enorme pájaro y le dio un gran abrazo que abarcó tres de las plumas del Capitán Flown. El gigante rió de buena gana, con tan grandes carcajadas, que hizo temblar la montaña de cacao más cercana.
Fueron alimentados con rico chocolate que les lleno de ganas de emprender nuevas aventuras. La carga se distribuyó cuidadosamente entre las plumas de la gran ave y para finalizar fueron rociados dos veces de azúcar glasé. El elfo informó al Polo Norte de las últimas noticias y de su plan de vuelo de emergencia. El mismo Papá Noel les deseó suerte y les aseguró que vigilarían el cielo para acudir en su ayuda cuando se aproximaran a su destino.
Sin más, los dos intrépidos viajeros se lanzaron a la oscuridad del espacio, volviendo sobre sus pasos en tiempo record. Cuando avistaron la Estrella Polar giraron a la izquierda poniendo rumbo hacia El Polo Norte. A los pocos minutos una agradable sorpresa les esperaba: Papá Noel, subido en su mágico trineo, les envolvió en una nube de energía que los mantuvo a fote en el cielo y, casi sin esfuerzo, los condujo hasta la misma puerta de la cocina de La Señora Claus, que con una sonrisa de felicidad abrazó a Bel y acarició al enorme pájaro.
El Capitán Flown se quedó a pasar la Navidad en el Polo Norte. Jamás estuvo tan a gusto como entre los miles de elfos que le miraban con ojos de sublime admiración. Probó los suculentos manjares que la anciana fue sacando de su gran cocina y se sintió rejuvenecido y lleno de alegría cuando paladeó el chocolate que la Señora Claus había confeccionado con el cacao traído del espacio, más los ingredientes secretos que agregó al calentarlo. El primer sorbo le supo a infancia, a canela, juegos, clavo, risas, anís… y, sobre todo, a pura Felicidad.
Llegó Nochebuena y entre todos consiguieron cargar millones de paquetes en el mágico vehículo volador. Para celebrar tan prodigioso éxito, cantaron villancicos y entre sonidos de campanillas y panderetas, despidieron a Papá Noel, ya ubicado a la cabeza de su enorme trineo, guiado por los nueve renos gigantescos, cargados de regalos para repartir por cada rincón de la tierra. Aunque este año el insigne personaje no iba sólo, un ayudante muy especial le acompañaba, y llevaba un curioso gorro rojo con cinco estrellas doradas. FIN.
¡Feliz Navidad!
María Teresa Echeverría Sánchez
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