(Oil and blood, W.B. Yeats)
Aceite y sangre.
En tumbas de oro y lapislázuli
cadáveres de santos y santas exudan
aceite milagroso, fragancia de violeta.
Pero bajo los pesados túmulos de pisoteada arcilla
yacen cuerpos de vampiros pletóricos de sangre;
sus mortajas están ensangrentadas y sus labios, húmedos.
EL ÁRBOL DE LOS VAMPIROS DEL PARQUE
1 – Cómo me convertí en vampiro.-
Me desperté temprano, me asomé al hueco del árbol por el que se apreciaba una densa niebla que tapizaba el parque. Solo las copas de los otros árboles sobresalían entre esa alfombra algodonosa igual que agujas en un ovillo de tejer. Respiré el aire fresco con aroma a pino y a escarcha.
Debía hacer mucho frio. Pequeños carámbanos de hielo pendían en las ramas más cercanas de nuestro árbol, mi hogar. Salí al exterior después de darme una buena friega de melis para protegerme de los rayos solares que, en breves minutos, harían su aparición anunciando el amanecer. Volando a ras del suelo jugué con los jirones de niebla, rompiéndolos en mil formas caprichosas. En ese instante el sol iluminó la hierba, despejando con su potente foco las últimas hilachas de neblina perezosa. Me senté en un banco a la espera de observar a los tempraneros paseantes de perros que ya atravesaban las puertas del parque.
He de decir que me gusta la proximidad de los hombres, no solo debido al hecho de que poseen venas llenas de sangre nutritiva y vital para mí, sino porque me recuerdan mi vida pasada, tan reciente y vívida. No hacía más de quince años que me había convertido en un integrante del clan de las sanguijuelas del parque. El hecho ocurrió totalmente en contra de mi voluntad, asunto extraño en esta ciudad debido a que, normalmente, son los humanos los que suelen buscarnos para suplicar ingresar en nuestras filas. La razón de todos ellos suele ser la misma, perseguir la juerga eterna. Siempre nos han asociado a una imagen de continuos juerguistas voladores, entes suspendidos en un estado festivo sin fin, como suelen decir refiriéndose a los de mi especie. Nada más lejos de la realidad que soportamos día a día.
Mi conversión ocurrió en una noche de difuntos, esa velada en la que siempre desaparece la tenue frontera que separa la vida de la muerte, único momento en el que un vampiro puede transmutar a la víctima elegida.
Había salido de juerga con mis amigos, íbamos todos disfrazados de esqueletos fosforescentes, envueltos en risas y gritos, asustábamos a todos los que tropezaban con nosotros. Colgadas de la mano varias botellas de licor tintineaban en una bolsa de plástico, esperando ser descorchadas en el lugar adecuado. Ya que no llegamos a un acuerdo en elegir el sitio idóneo para el evento, decidimos no ir muy lejos. Al final, nos refugiamos en el parque, nuestro sitio de siempre, que presentaba el territorio ideal para dar rienda suelta a la bacanal. A esas horas de la noche, se encontraba oscuro y solitario. Saltamos la verja y nos encaminamos hacia el árbol más viejo del recinto, de tronco gigantesco y altura que se perdía en la inmensidad de un cielo sombrío y sin luna. Recostados contra esa pared vegetal y viviente, bebimos hasta desmayarnos, como solíamos hacer cada día que considerábamos festivo. Quedamos inconscientes a merced de la oscuridad, el frío y los seres que habitaban los contornos. Cuando recuperé la conciencia, el mundo que me rodeaba había perdido el color. A mi lado hallé a una mujer, sonriente y encantadora. No era otra que la mujer vampira que me había mordido en la madrugada.
─¡Oh, Santo cielo, algo extraño me pasa en la vista!─ Dije frotándome los ojos vigorosamente.
─¡Tranquilo, es normal! Ahora verás el mundo de otra manera. ¡Bienvenido al clan de los vampiros del parque! ¿Tu nombre es…?
─¡Dirian!…¡Pero de qué estás hablando, de una secta o algo así?
─No, ni mucho menos. Has dejado de ser humano, simplemente eso. Es difícil de digerir, lo sé… No te preocupes, estaré contigo los próximos meses para superar esta etapa.
─Pero ¿Te has vuelto loca? ¡No sé de qué me estás hablando!─ Dije poniéndome en pie. Inmediatamente un mareo horrible me asaltó. Volví a jurar, lo mismo que había hecho otras veces, que no volvería a ingerir una sola gota de alcohol. Traté de encaminarme hacia la verja del parque, pero a los pocos pasos salí volando igual que un globo de gas.
─¿Qué está pasandoooo?─ Grité mientras me elevaba en el aire. Mariel me rescató con mano firme y me condujo de nuevo a tierra.
─Primera lección, puedes caminar y volar, pero no hacer las dos cosas a la vez. Elige la opción que mejor se ajuste al momento. ¡Concéntrate ahora, piensa en caminar!
Así lo hice y dio resultado. Era cansadísimo mantener la atención en cada paso que daba.
─Ya te acostumbrarás─ Me animó Mariel.
─Segunda lección, no podrás volver a vivir con tu familia, no del modo que lo hacías hasta ahora. Su memoria ha sido borrada y ya te han olvidado. Es mejor así tanto para ellos como para ti. Tu supervivencia está asegurada con el clan en nuestro hogar─ Dijo tocando el pino gigantesco debajo del que mis amigos y yo habíamos celebrado la fiesta.
─Pero…¿Vivís todos ahí dentro? ¿Cuántos sois?
─Nuestro grupo es numeroso, somos cuarenta vampiros contando contigo.
─¿Y os metéis todos en el árbol? ¡Venga ya, eso no hay quién se lo crea!
─¡Ven conmigo, listillo!
Aprovechando un momento en el que no había moros en la costa, mi compañera me agarró de un brazo y, sin el menor esfuerzo, se elevó en el aire hasta alcanzar un agujero de unos cuarenta centímetros de diámetro, oquedad que horadaba la corteza del gigantesco ejemplar.
─¡Entra ahí!
─¡Eso es imposible! No cabe ni un enano.
Me dio un empellón y salté a la oquedad gritando como un poseso. Para mi sorpresa me hallé en una especie de cueva inmensa, de pared de madera, con un intenso olor a picea. No supe si habíamos encogido o el árbol había crecido.
─¡Esto es increíble!─ Comenté dando vueltas a mi alrededor.
─Te mostraré tu sitio. ¡Sígueme!
Nos adentramos en las profundidades del árbol hasta alcanzar una gran cámara. Allí había un montón de vampiros, totalmente desnudos, apoyados en la pared de la picea. Mi mentora me hizo ver los pequeños tentáculos que salían de la espalda de cada uno, y que se clavaban en el muro vegetal.
─Otra regla para aprender. Nuestra alimentación básica se sustenta en la sangre humana, aproximadamente un 80% de lo que necesitamos, pero también nos hace falta un 20% de savia vegetal, ella mantiene viva nuestra alma.
─¿Me estás diciendo que tengo que beber sangre?
─¡Por supuesto! Si no lo haces morirás en breve…Ten paciencia y ahora te explico todo esto y después me preguntas las dudas que tengas.
Me senté en el suelo y sentí un agradable cosquilleo en la piel que estaba en contacto con la madera.
─Los vampiros somos una raza que ha evolucionado a partir del hombre. Existen varios grupos de entes como nosotros, repartidos en varios puntos del planeta. En esta ciudad estamos nosotros, el clan de los vampiros del árbol. Aquí convivimos con los ciudadanos comunes, de hecho, no nos diferenciamos exteriormente de cualquier hombre. Debemos vivir junto a ellos porque nos proporcionan los nutrientes para poder sobrevivir─ Hizo una pequeña pausa para presentarme a un vampiro que pasaba por allí. Y continuó con la explicación.
─Las diferencias fundamentales que nos distinguen de los humanos son las siguientes: Poseemos unos colmillos retráctiles de gran tamaño, finos como estiletes, que nos permiten taladrar venas y arterias para poder alimentarnos. No poseemos corazón, en su lugar se encuentra el alma, hecha de carbón en la parte externa y polvo cósmico en la interna. Somos más pálidos que los seres humanos, pero con un poco de maquillaje pasamos totalmente desapercibidos. Tenemos una fuerza extraordinaria, la sangre y el alma nos la proporcionan en grandes dosis. Vivimos en manadas, el aislamiento supone la muerte del vampiro. Somos como las abejas, estamos interconectados todos los miembros del clan. Sabemos dónde está cada uno en todo momento, si alguno deja de ser detectado es que ha muerto. Debemos dormir unas horas adosados a nuestro árbol para reponer los nutrientes que no podemos obtener de la sangre. Pero no reposamos igual que los humanos, no necesitamos cerrar los ojos, nos conectamos a la pared viviente, igual que hacen mis compañeros, y pasamos a ser uno con la picea, hasta que nuestro cuerpo obtiene las sustancias precisas. A cambio, guardamos el bienestar del pino, matamos sus plagas y hongos, en definitiva, cuidamos su salud, lo mismo que el árbol cuida de la nuestra.
─Yo creía que los hombres odiaban a los vampiros.
─Los humanos nos toleran porque les damos algo a cambio de su sangre, eso ya lo habrás oído alguna vez. Las víctimas experimentan una paz maravillosa en el momento que nos alimentamos de ellas. De hecho, les ayudamos a sanar heridas de sus mentes─ Y me miró a los ojos con fascinación, cerciorándose de que no había elegido a un loco.
─Las fases que seguimos para nutrirnos se pueden resumir en cuatro. La primera, la elección del individuo. Debe estar sano, robusto y a ser posible, que no esté borracho. La mayoría detestamos el sabor del alcohol en la sangre, nos parece repugnante.
─¿Pero entonces, por qué me mordiste? Yo estaba muy borracho.
─¡Para salvarte de ti mismo! Eras un caso perdido. Cuántas veces te he visto tirado por ahí. Por lo menos ahora tienes una oportunidad de cambiar de vida.
─¡Pero eso debería haber sido elección mía!
─¡Muy cierto! Pero ya no sabías ni lo que querías. Tomé la decisión por ti.
─¿No hay vuelta atrás, verdad?
─No, no la hay. Así que escucha atentamente lo que estoy contando sobre tu nueva forma de vivir. Sigamos…Cuando hemos elegido la presa, con un fuerte soplido, nuestro aliento contiene cierto componente adormecedor, anestesiamos a la víctima y procedemos a alimentarnos, discretamente, no lo hacemos delante de la gente. Tenemos que ser cuidadosos con la cantidad que absorbemos, con medio litro es suficiente. Así no causamos una debilidad extrema al ser del que estamos robando el elixir rojo. Normalmente bebemos de más de un individuo en cada comida. Es importante dejar a la presa, después de absorber su sangre, en un lugar protegido para que no pueda sufrir un accidente. Y eso es toda la teoría, ahora pasaremos a la práctica, porque debes tener hambre.
─¡Sí, es cierto, estoy desfallecido! Pero hace sol, moriremos si nos da la luz ¿no?
─Poseemos unas glándulas escondidas en varias partes de nuestro cuerpo que con un ligero movimiento muscular, expelen una sustancia lubricante llamada melis que nos protege de las radiaciones solares. No hay peligro en estar expuesto a la luz.
─¿Es larga la vida de un vampiro?
─Si comparte un clan, sí, puede ser muy larga. El tiempo para nosotros carece de importancia y vivir, a veces, nos resulta aburrido y repetitivo, tanto es así que algunos de mi especie se amargan tan profundamente que se convierten en monstruos horribles, igual de peligrosos para nosotros como para los humanos, los llamados golem de sangre. Después de que te alimentes seguiremos hablando. Si no lo hicieras pronto, tendrías una vida muy corta.
De esta manera y de la mano de Mariel, me vi sumergido en una existencia irreal y terrible, que me alejaba a pasos agigantados de mi perdida humanidad.
II.-Mis primeras víctimas.-
Salí con Mariel en dirección al centro de la ciudad. Ya pasaba del medio día y un sol de justicia se columpiaba en un cielo sin nubes, intentando freírnos a fuego lento, sin éxito por el momento, mientras caminábamos a buen paso. Era agradable esa sensación de calidez, aunque imaginaba que esta impresión a flor de piel no era real. Me hallaba frío igual que un trozo de hielo y muerto en el más amplio sentido de la palabra, tanto para mí mismo que ya no oía mi corazón, como para los que habían constituido mi mundo anterior.
Cuando alcanzamos la plaza central de Dolorian, poca gente quedaba por esos contornos. Mediada la mañana muchos de ellos se encontraban comiendo en alguno de los restaurantes de la ciudad y otros almorzaban en sus casas. Comenzamos a callejear entre los estrechos pasajes que componían la preciosa ciudad, sin rumbo fijo, donde casitas de piedra de pasados siglos armonizaban con modernas construcciones de acero y cristal. Era una urbe de luz, limpia y alegre.
Una víctima potencial se materializó ante nosotros al salir de uno de los restaurantes, caminando con parsimonia hacia el aparcamiento más cercano. Mariel, en dos zancadas, la alcanzó para preguntarle la hora. Mientras la mujer miraba su reloj, recibió una buena dosis de aliento adormecedor y, en poco segundos, yacía en el suelo, escondida en un rincón de la calle. Me aproximé a aquella donante forzosa; su olor a sangre caliente me pareció el aroma más delicioso del universo. Noté los colmillos retráctiles ajustándose en mi maxilar, prestos a la mordida. Mariel me indicó la vena palpitante en la que debía hincar mis afilados estiletes. Así lo hice, sin el menor reparo, sorbiendo con fruición el primer trago. El sabroso líquido corrió por mi garganta, activando el estómago y llenándome de una energía sin parangón. Mi mentora me ordenó parar. Seguí chupando esa golosina exquisita sin atender a sus palabras. Un violento empellón me arrojó contra un contenedor de basura, quedando incrustado en su interior. Un poco aturdido al principio, recuperé el raciocinio y miré a Mariel con ojos de perrito apaleado.
̶ Cuando te diga que ya basta ¡Dejas de chupar sangre! ¿Me oyes?
̶̶¡Si, lo intentaré! Es que apenas te he oído. ¡Tenía tanta hambre!
̶ Vamos a practicar con otra persona. Recuerda que no debes estar demasiado hambriento para comer, si esperas mucho entre comidas, causarás la muerte a tu víctima.
Un chaval de unos doce años, salió en ese momento de uno de los portales. Mariel habló con él quedamente. Sopló sobre sus mofletes y el muchacho se desplomó suavemente en la acera. Mi mentora lo cogió en sus brazos y, juntos, nos escondimos en el portal del que el chico había salido. Encontramos un cuarto para los útiles de la limpieza. Allí comencé a alimentarme de aquella nueva víctima. A los pocos segundos mi mentora me dio el alto. Fui capaz, con un esfuerzo enorme, de dejar de comer aquel elixir con sabor a chicle y a locuras de adolescente. Acomodamos al infante en un colchón de sacos de serrín y nos dedicamos a buscar una tercera víctima.
̶ ¿Sigues con hambre, verdad?
̶¡Si, bastante! Aunque soy capaz de controlarme cuando debo hacerlo.
̶ ¡Mira, ese individuo grueso nos puede servir para un buen banquete ̶ Dijo Mariel ̶ De aquí beberás un litro. Tiene la tensión alta y este sangrado le vendrá de perlas, vamos a ello.
Pero ¿cómo sabría Mariel que el hombre tenía la tensión alta?… La vampira me desconcertaba a cada instante. Esta vez me tocó a mí llevar las riendas del acercamiento. Me puse al lado del individuo grueso. Con el pretexto de preguntar por la ubicación de una calle, le eché el aliento. Pero el hombre no se atontó lo más mínimo y comenzó a darme las indicaciones pertinentes, cada vez más extensas, de cómo llegar a la susodicha vía. Además veía en mis ojos un desconcierto tal, que empezó a repetirme nuevamente toda la perorata, punto por punto sin omitir ni una silaba.
̶ ¡Oiga joven, tiene sangre en el labio! ¡Debe cuidarse esa herida! ̶ Comentó el hombre grueso con preocupación.
Miré alrededor buscando a mi mentora; había desaparecido. Tuve que dejar marchar a aquel magnífico espécimen, apetecible y delicioso, calle abajo, e intentar llegar hasta Mariel. En mi mapa mental, el punto que la representaba latía muy cerca de donde me hallaba. Di vueltas en todas direcciones sin lograr verla. Unas carcajadas me detuvieron en seco. Miré hacia el cielo y allí estaba, encaramada a una farola de la calle.
̶ ¿Por qué no has intervenido? Le he echado el aliento y no se ha dormido; al contrario, creo que le ha estimulado más, a juzgar por su parrafada anterior. No había forma de que se callara.
̶ Quería que aprendieses una nueva lección. Algunos humanos son “inmunes” a nuestros poderes. Si hubiera aparecido repentinamente, podría haberle asustado mucho y seguramente barruntaría un ataque. Después vendrían los gritos de auxilio y nuestra fuga a todo gas. Es mejor no exponernos a que grite o se enfade. Tendremos que buscar otra víctima.
Torcí el gesto contrariado y estafado. Ser vampiro era más difícil de lo que yo creía.
̶ ¡La vida es dura, chaval! ̶ Comentó Mariel entre carcajadas.
Dimos una vuelta por la orilla del río. Con mis nuevos ojos, encontré los reflejos de la luz extremadamente hermosos. Percibía los colores más tranquilos y menos intensos, pero quizá por ello me parecían más sublimes. Era la hora de la pereza, de que los hombres se tomaran un respiro para comer y después de hacerlo, durmieran una buena siesta. Encontramos a una mujer que se hallaba terminando su almuerzo, tranquilamente sentada a la orilla del río. La madurez teñía su cabello con pinceladas de plata y sus ademanes con cierta dejadez, lo mismo que si el tiempo no tuviera la menor importancia para ella. Recogió los restos de su comida y los guardó parsimoniosamente en una bolsita de cuadros que llevaba para tal fin. Todo en ella era pulcro, elegante y bello. Cerró los ojos y en apenas unos segundos, su respiración indicó que se había dormido. Me acerqué flotando hasta el banco. Me senté a su lado y exhalé mi aliento para sumirla en un sueño más profundo. Acto seguido me apliqué en mi alimentación. Un clic en mi cabeza me indicó que no debía seguir extrayendo más flujo rojo. Me quedé unos momentos admirando aquella cara angelical en la que se asomaba la soledad y la resignación a partes iguales. La mujer exhaló un hondo suspiro y, dejándome atónito, expiró.
Miré horrorizado a Mariel ¡La había matado y no me había dado cuenta!
̶ ¡Tranquilízate Dirian! ¡No has sido tú! Simplemente le ha llegado su hora. Has estado acompañándola hasta el último minuto y eso es hermoso ¿no?
̶ Creo que me había encariñado con ella, me recordaba a alguien… ya ves, todavía soy muy humano. Pensé que era el culpable de su muerte.
̶ Con el tiempo aprenderás a distinguir a los que están a un paso de la muerte.
̶ ¡Tú lo sabías y no me has avisado! ¡Eres…!
̶̶ Es parte de la iniciación. Pero lo has hecho muy bien. Has sabido parar a tiempo, ya tienes activada esa pequeña alarma que poseemos cada uno de nosotros, esto supone un gran avance.
Después de varios aperitivos más, mi estómago se hallaba ahíto de chupar aquí y acullá. Lo que más me apetecía en aquellos momentos era, sin duda, estar solo. Debía pensar en todo lo que me había sucedido en las últimas horas. Así se lo comuniqué a mi mentora.
̶̶ ¡De acuerdo! Te dejaré solo. Pero ten cuidado para no meterte en problemas. Vuelve antes del anochecer, tienes que terminar tu nutrición con la savia del árbol padre.
En unos segundos la mujer desapareció de mi vista. Seguí vagando por el muelle del río. Encontré una gata que acababa de dar a luz. En cuanto me acerqué comenzó a bufar y a erizarse como una bestia salvaje. Hizo ademán de atacarme aproximándose a mis piernas. Un pescador, atraído por el formidable jaleo de maullidos y bramidos, se acercó al animal para tranquilizarlo.
̶ ¡Qué mal carácter se te ha puesto desde que eres mamá, Tigresa! ̶ Y dirigiéndose a mí, comentó: ̶ Suele ser la gata más cariñosa que jamás haya existido. No acostumbra a extrañar a nadie. Siempre busca caricias de la gente. Será el miedo a que le quitemos alguno de sus hijos lo que cambia su comportamiento por completo.
Me encogí de hombros sin decir nada y seguí con mi paseo. Otra lección aprendida, los gatos no toleraban a los vampiros. Y continué andando. Me recorrí la ciudad de lado a lado sin experimentar el menor signo de cansancio. Encaminé mis pasos hacia el parque, pero antes de seguir hacia allí, mis piernas me condujeron hasta la casa de mis padres. Me quedé en la verja blanca del jardín sin atreverme a traspasarla. Unos ladridos alegres me sacaron del ensimismamiento. Bruno, el que fuera mi mascota, se acercó lanzándose en mis brazos. Me lamió toda la cara y con su boca abierta y babeante se quedó mirándome a los ojos, con fascinación, durante unos momentos. De alguna manera me había reconocido ¡Era mi perro! El que había jugado conmigo y escuchado mis penas; quien me acompañó en los castigos y en las meriendas. Siempre había compartido con él chuches, secretos y complicidades. Le abracé con anhelo.
Repentinamente se abrió la puerta de la casa y mi madre salió al jardín:
̶̶ ¿En qué puedo servirle, joven?
̶ ¡Tiene un hermoso perro! Me recuerda al que tuve cuando era un niño.
La mujer se acercó más a la verja para observarme atentamente. Nos miramos los dos, queriendo recordar un estrecho lazo que hasta hacía poco nos había unido.
̶ ¿Vives por aquí, muchacho? Tu cara me resulta familiar.
̶ ¡Si, señora! Muy cerca del parque. Paso por esta acera varias veces al día.
En ese instante apareció mi padre.
̶ ¿Qué tal chico? ¿Vienes a por el empleo?
̶ ¿Qué empleo?
̶ Necesitamos un jardinero ¿Te interesa?
̶ ¡Ya lo creo!
̶ ¿Podrías empezar mañana temprano?
̶ ¡Aquí estaré!
Allí los dejé, observando mi retirada, enganchados a una insólita nostalgia, como si hubieran perdido algo muy importante y no supieran el qué.
III.- Dentro del clan de los vampiros.-
Anochecía cuando traspasé la verja del gran jardín. El cuidador me avisó de que en breves instantes iba a cerrar el lugar y las visitas estaban prohibidas a esas horas. Fui muy persuasivo para que me dejara pasar. Bastaron dos simples palabras: -¡Déjeme entrar!- Y el hombre se hizo a un lado, franqueándome el camino lo mismo que un autómata.
Ya no quedaba nadie por allí y, paseando lentamente por la avenida central, me encaminé hacia el gran árbol. El atardecer traía de nuevo una brusca caída de las temperaturas y un viento helador comenzó a soplar con tozudez. Una silueta conocida se materializó justo al pie de la gigantesca picea.
̶ ¿Dónde te habías metido? Todo el mundo te está esperando. Eres el acontecimiento más significativo en los últimos tres años, fecha en la que se realizó la última conversión. ¡Vamos!
Antes de que pudiera contestar, Mariel, de un salto, me arrastró al agujero del pino. Volví a gritar igual que la primera vez que intenté meterme dentro del tronco. Sentí el empellón de mi compañera que me introdujo milimétricamente dentro del árbol. Con la inercia que llevaba reboté en una de las paredes y salí proyectado hacia la gran cámara. Aterricé en medio del grupo de vampiros que me recibieron con un espantoso estruendo de carcajadas, pitos y palmas.
̶ ¡Mirad a quién tenemos aquí! ¡Ha llegado el becario en forma de boomerang! je, je, je.
Mariel apareció en la estancia en ese preciso momento.
̶ ¡Vamos chicos, dejad ya el regodeo! ¡Acordaos de vuestros primeros días!
Poco a poco los ánimo se fueron calmando y mi tutora hizo los honores de presentadora ante mi nueva familia, cediéndome la palabra:
̶ Mi nombre es Dirian y he nacido aquí mismo en Dolorian ̶ Dije en alta voz.
̶ Yo soy, Fulco, yo Ada, yo Helio, el caliente…je,je, yo Leo, Berta, Cristal, Brisa, Osian, Paolo, Quin, Mar, Ronda, Uriel, Waldo…
Mi memoria nunca había sido muy buena, sobre todo desde que bebía tanto alcohol, pero en esta ocasión se me quedaron grabados los nombres de mis treinta y nueve compañeros sin el menor esfuerzo.
̶ Fulco es el más longevo de todos nosotros. Tiene en su haber dos mil años de existencia ̶ Comentó Mariel con orgullo, señalando al vampiro de la esquina. Aparentaba unos cuarenta años, de pelo ralo y ojos de un intenso y frío azul. Me observó con detenimiento. En sus pupilas dormían millones de recuerdos, dos pozos que era mejor no mirar mucho porque parecían encontrarse al mismo borde de la locura.
̶ Espero que te sientas a gusto con nosotros ̶ Comentó con su acento alemán ̶ Eres el más joven e inexperto de todos cuantos hay aquí, por eso, te aconsejo que te fíes de nuestra experiencia. Para ti, nuestra palabra debe ser ley.
̶ ¿De dónde eres, Fulco?
̶ De Germania, nací cuando los romanos, a las órdenes de César Augusto, ocupaban aquellas tierras.
̶ ¿Y cómo llegaste hasta aquí?
̶ He viajado mucho, joven Dirian, por todo el mundo. He vivido en multitud de comunidades. Hace unos cien años vine para acá. Los vampiros que tenemos tan larga existencia, nos aburrimos con facilidad, nada nos parece suficientemente atractivo, y esto nos hace sentir desgraciados. Lo mejor en estos casos es cambiar de residencia y de familia. Otro sitio, otros compañeros y otras costumbres. Aquí estoy bien. ¿Y tú, joven Dirian, qué planes tienes?
Contesté con la alegría reflejada en mis ojos, todavía tan humanos.
̶ Mañana empiezo a trabajar de jardinero para los que fueron mis padres. Ya es hora de ganar algún dinero, no quiero ser una carga para mi nueva familia.
Una estruendosa carcajada sacudió a los treinta y nueve habitantes del árbol. Los estuve mirando de hito en hito, no sabiendo cómo interpretar aquella explosión de hilarante burla. Cuando terminaron de reírse, después de un buen rato, Mariel dijo:
̶ Los vampiros no necesitamos trabajar. Poseemos un poder de persuasión muy efectivo con los humanos. Por supuesto que vamos de compras pero sin dinero ni tarjetas de crédito. Resultamos muy convincentes cuando decimos: ya está pagado. Un día de éstos te llevaré al centro comercial cuando salgas de tu empleo. Necesitarás algo más de ropa…Es natural que busques la cercanía de la que fuera tu familia, verás que poco a poco el vínculo que ahora sientes, se desvanecerá para ser reemplazado por otro diferente, mucho más…cósmico, que es el que nos une a todos los vampiros.
Después de charlar con unos y otros, llegó la hora del descanso. Varios individuos salieron para alimentarse. Los que permanecimos en la gran sala, nos desnudamos sin sentir el menor asomo de vergüenza, arrimándonos a la pared de madera. La piel reaccionó inmediatamente liberando multitud de cables desde la cabeza a los pies, tentáculos que se introdujeron profundamente en la fibra vegetal de nuestro anfitrión.
Entré en contacto con aquel ser vivo, pensativo, solemne y muy viejo. Su mente y la mía se hicieron una, la savia corrió por mis venas y también los recuerdos de aquella picea anciana. Con una existencia tan dilatada, el árbol había sido testigo de más de dos mil años de acontecimientos en ese mismo lugar.
Y perdido en esa mente de agua, sol y lluvia, viajé en el tiempo cientos de años atrás, cuando el jardín en el que ahora vivía era un espeso bosque de pinos. Asistí a unos rituales religiosos, junto con una multitud de gentes vestidas con ropajes de algodón y lana de vivos colores, apiñados en un claro de la fronda que usaban como santuario natural. En este lugar reverenciaban a Atacina, la diosa titular y más importante, que les proporcionaba los bienes materiales. También adoraban a Epona, protectora de los caballos o a Airon, deidad que vivía en las fuentes y cursos de agua.
Sacrificaron un venado de color blanco con cuya sangre regaron unos pequeños árboles que acababan de plantar. Así rendían culto a la diosa madre, creadora de todo y de todos, personificación de la naturaleza y la fecundidad. Cuando la ceremonia tocó a su fin, se retiraron igual que habían llegado, dejando el territorio a los dioses que vivían en los santuarios de las zonas boscosas. Algunos rezagados fueron presa de los dioses vivos de largos colmillos que habitaban esos parajes. Los cuerpos sin vida de los atacados se vieron expuestos a los buitres y a otros seres alados, considerados dioses menores y necesarios en aquel territorio, hasta que únicamente quedaron un montón de huesos blancos y limpios.
Seguí a la chusma hasta la ciudad más cercana. No era muy grande pero se encontraba llena, en sus dos vías principales, de construcciones circulares con techo vegetal. Pude observar a los artesanos haciendo cerámica en sus tornos de alfarero, a los herreros fabricando armas de hierro, espadas y lanzas, y también fíbulas de bronce en forma de graciosos caballos, el animal más apreciado, que les acompañaba en la guerra y en el trabajo del campo.
Después los vi morir a manos de los cartagineses que asolaron todo el poblado, acuchillando a los hombres y violando a las mujeres. Se establecieron en aquel lugar, talando parte de los bosques para hacer empalizadas y guarecer sus destacamentos. Más tarde aparecieron los romanos, luchando a brazo partido con éstos últimos, año tras año, hasta que por fin lograron empujarlos a África, el hogar desde el que habían partido. Los romanos quedaron como dueños y señores de estas tierras.
Dirian despertó. Se notó pletórico de fuerza. Vislumbró la luz del sol colándose a raudales por el hueco del exterior. Se vistió a toda velocidad y salió planeando entre las copas de los árboles. Disfrutaba sumergiéndose en la neblina que lo ocupaba todo, lo mismo que un mar de nata batida. No se entretuvo demasiado, tenía una cita importante, asistir a su primer día de trabajo.
A las nueve en punto traspasaba la verja tan familiar de su antigua casa; ya se disponía a pulsar el timbre de la puerta cuando algo atrajo su atención. Encima de la mesa del porche, entre unas velas y un revoltijo de conchas marinas se hallaba su libro favorito Matar a un ruiseñor. Había leído ese ejemplar unas diez veces. Le gustaba el pueblo de Maycom, donde transcurría el relato, población antigua y golpeada por la crisis, una ciudad sumergida hasta las cejas en la depresión americana. Se reencontró con los entrañables personajes de la historia, escondidos entre las páginas, esperando ser resucitados con la lectura: Atticus, el abogado y hombre de una ética intachable, Jem el hijo mayor y sabelotodo ocultando a cada instante la admiración sin límites que sentía por su padre. Luego estaba Calpurnia, la criada de color, educadora de aquellos niños sin madre, y la adorable y terrible Scout, la niña que jugaba a juegos de chicos, en aquellos días de comida escasa, vacaciones estivales y aventuras sin fin.
─¡Ya estás aquí! ¡Has sido puntual, eso me gusta!
Dejé el libro encima de la mesa con una rapidez inusitada, acto que no pasó inadvertido para mi padre.
─¿Has leído este libro?
─¡Si, hace algún tiempo! ¡Me gustó mucho!
─¡Cógelo como presente por tu primer día de trabajo, muchacho! ¡Es difícil encontrar a un joven que le guste la lectura!
Agarré el libro igual que si fuera el mayor de los tesoros y, con mimo, lo guardé en el bolsillo de mis pantalones. Seguí a mi jefe hasta el cobertizo donde se almacenaban todas las herramientas.
─¿Has hecho alguna vez tareas de jardinero?
─¡Sí señor, desde que tenía cinco años! Ayudaba a mis padres a todo lo relacionado con plantar, podar y recortar césped. Tengo experiencia.
─¡Ya veo! Bueno aquí está el cortacésped, las tijeras podadoras y los sacos de mantillo para repartir por todo el jardín. Si tienes alguna duda pregunta a mi mujer. Yo me voy a trabajar. ¡Qué pases buen día, chico! Por cierto ¿Cuál es tu nombre?
─Dirian, señor.
─¡Vaya, yo conocí a alguien que llevaba tu nombre!…Hace mucho tiempo de eso.
Y pensativo, mi padre se alejó sumido en recuerdos perdidos.
Me puse manos a la obra, la misma tarea que había hecho antes de caer en brazos del alcohol. El jardín estaba muy descuidado. Mis padres sufrían de ciertos achaques en los huesos que les impedía este tipo de duro trabajo. Corté, podé, cavé y planté un montón de bulbos. Los puse de los colores que a mi madre le gustaban. Cuando se abrieran en primavera, ella estaría horas embelesada en la contemplación de ese milagro natural lleno de color. Para terminar repartí el estiércol cuidadosamente. Trabajaba con esmero como jamás lo había hecho.
─¡Eh, joven! ¿Te apetece una limonada?
Asentí de buena gana y me senté en el porche al lado de mi madre.
─¡Has trabajado muy duro! El jardín parece otro. Mi marido y yo tenemos la espalda llena de achaques. Los huesos nos juegan malas pasadas y no nos dejan mucho espacio para andar haciendo las tareas de aquí fuera.
─Su marido me ha regalado este libro.
─¡Ah, vaya, mi preferido!
─¡Se lo devuelvo!
─¡Ni hablar! Lo que se regala, se da con el corazón y se recibe de igual manera. Espero que disfrutes con él tanto como lo he hecho yo.
Y se quedó mirándome, intentando reunir valor para pedirme algo. La conocía muy bien.
─Oiga joven…
─Me llamo Dirian.
─¡Qué nombre más bonito! Si hubiera tenido un hijo creo que le hubiera llamado así… ¿No entenderás de fontanería, verdad?
Arreglé dos grifos que no paraban de gotear. Descolgué unas cortinas para que mi madre las pudiera lavar. Colgué un cuadro que llevaba años anclado detrás de una puerta, cogiendo mugre. Y así se pasó el día. Tuve que simular masticar un bocadillo para que la mujer no se preocupara por mi alimentación. Aun así me trajo un pedazo de tarta de manzana.
Los vampiros podíamos comer cualquier cosa, pero el sabor era nulo a nuestro paladar, igual que deglutir papel engomado. Y además, con la energía invertida en la digestión de esa materia inútil que nuestro organismo rechazaba, se abría nuestro apetito con pujante ferocidad. Pero no importaba hacer el esfuerzo para complacer a la que fuera mi madre.
Antes de marcharme, quedé en regresar en tres días. La mujer parecía encantada de tenerme cerca. Ya hacía planes de las cosas que íbamos a hacer cuando apareciera en mi próximo día de trabajo.
De regreso al parque, la punzada del hambre se hizo insoportable. Como llovido del cielo observé un camión averiado, parado en un recodo del camino, lugar por el que no solía pasar demasiada gente. El conductor, un hombre obeso y grandote, sudaba copiosamente intentando empujar aquella mole. Su cabeza, roja igual que una linterna, relumbraba como si estuviera en llamas. Entendí lo que quería decir Mariel con lo de tensión alta. ¡Me pareció un espécimen muy apetitoso!
─¿Quiere que le eche una mano?
─Sí, gracias. Empuje de ahí, a ver si logramos sacarlo del socavón.
Con un ligero empujón liberé el vehículo de su trampa pringosa y me dirigí hacia el individuo. Una gran barriga se interpuso entre los dos. Le eché el aliento rápidamente y el hombre cayó fulminado al suelo. Lo arrastré debajo del camión y emprendí mi bien ganado almuerzo. Esta vez el clic tardó en sonar y me abandoné a succionar como un poseso. El sabor ligeramente salado, exquisito y nutritivo me embargó por completo. Mi estómago rebosaba sangre cuando terminé. Para mi sorpresa el individuo me habló:
─¡Qué masaje más agradable! ¡Me ha quitado el horrible dolor de cabeza! ¡Gracias!.
Y cerró los ojos adormilado. Comenzaba a hacer frío ya. Los últimos rayos de sol se escondían en la penumbra. Coloqué al hombre dentro de la cabina del camión. Le di unos cuantos cachetes para espabilarle y así fue capaz de poner el camión en marcha y alejarse lentamente. Esa velada dormiría como un bebé.
Llegué al árbol y la noche se echó encima. Di un brinco para entrar por la oquedad y me llevé un buen porrazo contra la dura corteza. Me costó diez intentos acertar con el salto que me permitió acceder al agujero. Me sentí muy feliz de haberlo conseguido sin ayuda. Me dirigí a la sala común, a enchufarme unas horas a la pared vegetal. No vi la sombra que me siguió desde la entrada hasta el recinto, no hasta que apareció Mariel riéndose silenciosamente antes de entrar en el gran salón.
IV.- UNA CHICA ESPECIAL.-
¡Un buen día me enamoré! Sin planearlo ni pensarlo, ocurrió de repente. Me encontraba trabajando en el jardín de los que fueran mis padres antes de convertirme en vampiro y, una cabecita preciosa apareció entre las tablas de la valla del jardín.
─¡Eh, oye! ¿Te queda mucho para terminar de cortar el césped? El ruido de la cortadora impide que me concentre.
Paré de inmediato el artilugio y me dirigí hacia la muchacha. Parecía muy joven, su cara en forma de corazón brillaba con un matiz perlado igual que una sutil talla de madona renacentista. Las mejillas sonrosadas y los ojos azules le daban un toque tan candoroso y encantador que daban ganas de comérsela, literalmente.
─¿Qué estudias?
─Medicina… ¿Hace mucho que trabajas para los Borne?
─Unos meses. Nunca te había visto por aquí. ¿Eres nueva en el vecindario?
─¡No qué va! He estado estudiando fuera. He conseguido una beca para continuar mi formación cerca de mis padres.
─Me llamo Rebeca.
¡Dios mío! Era la pequeña Bequi. La última vez que la había visto llevaba trenzas y un peto vaquero. Siempre estaba incordiando con sus preguntas de niña sabelotodo. La metamorfosis de la adolescencia la había convertido en toda una mujer. Me quedé embelesado mirándola.
─Soy Dirian, el jardinero, a su servicio majestad─ Mientras decía esto hice una reverencia de lo más formal. Noté su mirada risueña recorriendo mi torso sin camiseta, parándose en cada músculo, emitiendo pequeños sonidos de aprobación.
─Dirian ¿eh?…Bueno Dirian, ya que no conozco a mucha gente de mi edad por aquí, me encantaría que tomáramos una cerveza cuando termines tu trabajo… ¡Eso, si estás libre, claro!
─¡Por supuesto! Me parece estupendo. ¡Estudia mucho! Luego nos vemos.
La fui a buscar después de acabar con mis múltiples tareas. Había pintado el porche de arriba abajo. Estaba dejando la vieja casa como nueva.
Nos tomamos unas cervezas, paseamos, nos reímos y volvimos a vernos en días sucesivos. Los ojos de Mariel me observaban inquisitivos. A veces la veía pasar cuando estaba trabajando en el jardín, vigilándome. Otras, la encontraba encaramada al tejado de la casa, siguiendo mi labor con curiosidad. Una de las noches en las que regresé más tarde después de acompañar a mi amiga, la vampira me estaba esperando al pie de la guarida arbórea.
─¿Qué tal con tu novia? ¿Sabe ya que eres un vampiro?
─Todavía no se lo he dicho. Pronto se lo contaré, aunque no sé cómo va a reaccionar.
─En esta ciudad estamos bastante integrados entre la gente. Sus habitantes saben que estamos aquí, aunque desconocen nuestra madriguera. Es importante que sigan sin ubicar este lugar. No todos los humanos son comprensivos y tolerantes. Hay un grupo de radicales que nos ven solamente como depredadores, seres repulsivos bebedores de sangre humana, monstruos que hay que exterminar. En realidad eso es lo que somos adictos a su sangre; sin los hombres no existiríamos.
─Estoy seguro de que Rebeca será comprensiva. Le encanta la aventura y las situaciones límite. Y tener una relación con un chupasangre lo es.
─Dirian, yo ya he pasado por esto varias veces. No quiero desanimarte pero…las relaciones mixtas no funcionan.
─Cuando se está enamorado, se hace que la relación camine sorteando todos los problemas. Gracias por preocuparte tanto Mariel y por vigilarme, eres un ángel guardián muy efectivo, te veo a todas horas.
─¡Si, es parte de mi trabajo! ¡Me siento responsable! Yo te metí en esto, ya sabes…
─Te lo agradezco enormemente. Tenías razón, mi vida era un desastre y estaba echada a perder. Pero ahora veo a mis padres muy a menudo, les hago la vida más fácil y además estoy enamorado… ¿Qué más puedo pedir?
─Hablas como un humano pero no olvides que ya no lo eres, ni volverás a serlo jamás. Y ahora vamos dentro.
En el cubil los muchachos se mofaron de mí y de mi nueva relación todo lo que les vino en gana. Supuse que así sería el humor vampírico, amargo, seco y salvaje. Fulco me llevó a un rincón para advertirme:
─No te vayas de la lengua y cuentes a tu nena donde tenemos el escondrijo… ¡Mucho cuidado, aprendiz!
Los ojos de aquel monstruo fulguraron con una luz rojiza y terrible. En ese instante pensé que no me gustaría ver a Fulco enfadado de verdad.
La primavera fue transcurriendo lenta e inexorablemente. Mi chica se recogió para estudiar con más ahínco, y la veía muy poco. En una de nuestras escasas salidas le confesé mi condición. Tal y como había previsto, este hecho me hizo más irresistible a sus encantadores ojos. Además ya no podía esconder por más tiempo lo que era. Cuando estaba a su lado tenía que hacer terribles esfuerzos para no morderla. Esto me provocaba una reacción inusual, mi cuerpo perdía gravidez, se volvía ligero igual que el aire, y me elevaba sobre el suelo unos cuantos centímetros. En cualquier momento se hubiera dado cuenta de mi rareza. Estaba convencido de que en el amor siempre se debía ir con la verdad por delante.
─¡Tienes que llevarme a tu guarida!
─¡No puedo! ¡Es secreta!
─¡No tanto como tú crees! ¡Sé muy bien dónde se encuentra! Y algunos de mis conocidos también. Es bastante popular por aquí ¿No lo sabías?
─¡Llévame hasta allí y veamos si has acertado!
Me cogió de la mano y me arrastró al otro lado de la ciudad. Un sendero solitario conducía al cementerio.
─¡Es aquí, lo sé! Mi intuición nunca falla─ Gritó con la ilusión de una niña.
Caminamos entre las tumbas hasta la zona de los panteones. Se paró delante del más viejo. Miré la fecha de construcción que se adivinaba con mucha dificultad. Tenía más de dos siglos y un siniestro halo de lugar maldito. La estructura de piedra granítica era la más grande del entorno, se hallaba negruzca y cubierta aquí y acullá por líquenes y malas hierbas. La verja que impedía el paso se encontraba totalmente enmohecida, medio rota y abierta de par en par. Un olor pútrido salía de aquella boca negra de humedad.
─Este es el lugar. Me gustaría mucho entrar contigo. ¿Te he traído al sitio indicado?
No dije una palabra. ¿Para qué quitarle la ilusión? Los ojos le brillaban como ascuas y yo lo único que hacía era flotar igual que una pompa de jabón. Entramos en esa boca tenebrosa iluminada débilmente con la linterna que llevaba Rebeca en el bolso. Los sarcófagos que en su día, se encajaban en los huecos de la pared se hallaban rotos y los restos óseos esparcidos por doquier. En el pecho de la mayoría de los cadáveres se podía ver un trozo de madera clavado en el esternón o en las costillas. Alguien con mucho odio acumulado, había hecho un trabajo espantoso en aquel lugar. Se me revolvieron las tripas y deseé con todas mis fuerzas irme de allí.
─¡Oh, mira eso! ¡Han acabado con todos los vampiros! ¡Te han dejado sin familia! ¡Cuánto lo siento! ¡Echemos un vistazo a las paredes del panteón! ¡Ven, sígueme, a ver si podemos salvar a alguno!
Fuimos observando aquel horror de cráneos aplastados y esqueletos desmembrados. En un rincón, para burlarse con más ahínco de los míos, vimos un esqueleto sentado en una especie de trono. Estaba hecho de trozos de hueso unidos con cinta aislante. En la mano derecha sostenía una tibia a modo de cetro. El cráneo se hallaba coronado por una columna vertebral enrollada sobre sí misma. Mi novia estalló en carcajadas y sacó el móvil para hacer una foto. Dejé de flotar inmediatamente.
─¡Les va a encantar a mis compis de la uni ver al rey de los vampiros. Tienes una familia muy pintoresca.
Y mientras se reía y hacía las fotos desde varios ángulos, sonó un clic en mi cabeza. Exhalé mi aliento sobre ella e inmediatamente cayó desmayada. Apliqué mis colmillos a su yugular y chupé con saña. Seguí haciéndolo aun cuando escuché en mi interior la alarma de que debía parar. Con un esfuerzo sobrehumano y dejando a un lado la decepción, tiré el débil cuerpo de la que fuera mi novia encima del supuesto rey de huesos. Emitió un quejido al darse contra el esqueleto. Borré su memoria y me fui de allí no volviendo la vista atrás ni una vez.
Me encaminé hacia el parque. Aunque aquellos esqueletos no pertenecían a vampiros, ni mucho menos, merecían respeto. ─Si lo hubieran sido no seguirían allí tirados, puesto que un ser de mi condición, en el instante en el que muere se desintegra sin dejar rastro─ .Mi felicidad se había truncado en solo una tarde. ¡Qué efímera era la dicha!
A los pocos días fui a trabajar a la finca de mis padres. Cuando plantaba unas petunias oí a alguien que me chistó desde la valla del jardín.
─¡Eh, oye! ¿Eres nuevo aquí, verdad?
─Sí.
─¡Vaya! Eres de pocas palabras, ya veo. ¿Te gustaría pasar a mi casa a tomar una cerveza? Cuando termines, claro.
─¡No puedo, ya he quedado! Si me disculpas tengo que seguir con mi trabajo.
Me alejé de la preciosa Rebeca que se quedó con la boca abierta. Estaba acostumbrada a conseguir todo y a todos los que quería. Esta vez le salió el tiro por la culata.
Di una vuelta por la ciudad, me apetecía estar solo. Aunque sabía que no muy lejos de mi espalda tenía a mi protectora vigilando mis pasos. Esta vez Mariel se acercó a toda velocidad hasta alcanzarme. Una sombra de preocupación teñía sus bonitos ojos verdes.
─Acabamos de recibir un correo urgente. Ha aparecido un golem de sangre. El horror se ha desatado.
V.- El golem de sangre.-
Los cuarenta vampiros del árbol del parque nos hallábamos reunidos. Una espantosa amenaza tanto para nosotros como para los humanos se encontraba haciendo terribles estragos en el territorio del clan de los Dacios. Nos hallábamos sentados en la gran sala, con nuestras espaldas apoyadas en la madera de la pared. Podíamos leernos el pensamiento sin dificultad pero el grave asunto requería todas las palabras posibles. Se leyó el mensaje de Dánut, el vampiro más antiguo de la familia de los Cárpatos, que decía lo siguiente:
─La magia que mantenía al golem de sangre sujeto bajo el hechizo del sueño de siglos, se ha esfumado. No conocemos la razón por la que ha fallado la magia ancestral. Como consecuencia de la libertad del pavoroso ente, toda una región ha sido devastada esta madrugada sin que hayamos encontrado ningún superviviente. El rastro de cualquier forma de vida, tanto humana, vegetal, animal o vampírica, ha sido exterminado. Seis de nuestros más antiguos miembros del clan han perecido en un encuentro con el engendro. Pedimos ayuda a todos los clanes, se avecinan tiempos difíciles. Si no hacemos algo enseguida, todos moriremos sin remisión.
Después de escuchar estas líneas escalofriantes, mis compañeros se pusieron a discutir unos con otros, enfadados y aterrados. Yo no sabía que los vampiros pudieran mostrarse tan miedosos, pero este asunto les superaba.
Yo les miraba y escuchaba sus viejas historias, pero no sabía ni una palabra sobre el terror ancestral que nos acechaba. Estaba harto de estar callado en un debate que nos incluía a todos, y no vi ningún mal en hacer la siguiente pregunta:
─Perdonad mi interrupción, pero no sé qué es un golem de sangre ¿Tan peligroso resulta?
Todos callaron y me miraron con cierto resentimiento. Había detenido sus deliberaciones y se preparaban para machacarme, sobre todo en aquellas circunstancias en las que los ánimos se encontraban soliviantados. Mariel, mi protectora, rauda como el viento vino en mi ayuda:
─Han transcurrido pocos meses desde que Dirian ingresó en el grupo. No conoce muchos hechos y leyendas que nos han precedido durante siglos. Deberíamos explicarle el origen de esta horrible conciencia, con detenimiento. Sus ideas, precisamente por estar todavía muy cerca de su humanidad, quizá nos sean precisas para tomar las decisiones pertinentes.
Y así comenzó la narración, encabezada por Mariel y seguida por las intervenciones de los demás miembros del clan.
─Hace miles de años, en la Europa de los Balcanes existió un vampiro famoso por hacerse con el título del señorío de un gran territorio. Su fama de inmortalidad y poder se extendió como la pólvora, y cientos de pequeños terratenientes se acercaron a tan insigne dictador para estar bajo su protección y obtener toda clase de prebendas. El caudillo se mostró muy complacido ante la reunión de caballeros de tan rancio abolengo, que se congregaban en sus dominios. Su alegría no era precisamente porque fueran de sangre noble sino por el gran número de hombres que traían con ellos. El vampiro se hartó de sangre fresca perteneciente a los extranjeros durante muchos meses, años y siglos. Los descendientes de aquellos señores siguieron la misma táctica empleada por sus antecesores para obtener toda clase de beneficios, poniendo a disposición de su señor toda la bebida que necesitaba para seguir con vida. Cientos de guerreros perecieron bajo los caninos del vampiro.
Pero el tedio, la peor de las enfermedades que puede padecer un no vivo, se adueñó de su alma. Esas mentes pequeñas, egoístas y mezquinas le tenían en un estado de hastío crónico. ¡No los soportaba! El territorio le parecía ínfimo, los hombres mediocres, y los otros vampiros que estaban a su servicio, fastidiosos y agoreros. Debía hacer algo enseguida o se volvería loco. Durante días se aisló en lo alto de una torre y no quiso probar una sola gota de sangre. Sus más allegados creyeron que moriría de inanición.
Siguió Berta narrando:
─Un buen día salió de su encierro con un apetito feroz y con la solución a su problema. Después de despachar a una docena de súbditos, a los que dejó sin una gota en las venas, mandó excavar un gran agujero, profundo y grande. Cuando estuvo terminado comenzó con la carnicería. Durante meses se dedicó a desangrar a miles de víctimas en aquel pozo insalubre. Los cadáveres se pudrían en grandes montones. Los gusanos campaban a sus anchas por ese territorio de cadáveres y trozos de cuerpos. La piscina se llenó de sangre oscura, espesa y maloliente. El hedor se extendía cientos de kilómetros a la redonda haciendo vomitar a cualquier persona que pasara a una distancia prudencial.
Después de dar muerte a cada ser vivo que rondaba en las inmediaciones de sus tierras, soldados, clérigos, labradores, mujeres y niños, el ser insaciable y terrible, hizo lo mismo con sus compañeros del clan. Los fue aniquilando poco a poco. Elegía el momento oportuno, justo cuando se estaban alimentando, instantes en los que los chupasangres se hallaban más desprotegidos.
Continuó Osian:
─En una noche sin luna, oscura y fría como la muerte, Ivnon se quitó los jirones de sus ropas y se sumergió en aquel pozo hediondo, negro y maloliente. Al agitar sus aguas, el fondo de lodo se removió en una gran espiral que arrastró al dictador hasta la parte más profunda del mismo. A través de la oscuridad sintió presencias terribles a su lado. Los dioses antiguos y más poderosos del orbe se hallaban allí, atraídos sin duda por el festín de sangre putrefacta que se hacía notar a descomunales distancias. Todo el horror de estas sombras que se proyectaban ante él, en su más puro estado de maldad, le volvió loco. Sus sesos se licuaron a la par que los ojos saltaban de sus cuencas. Todo su cuerpo, su ser, se sintió aniquilado, derretido en el vientre de aquella poza terrible.
Igual que en un útero espantoso, algo comenzó a gestarse. Cuando las tinieblas ciclópeas y los sonidos ensordecedores cesaron, una sopa espesa, ponzoñosa y burbujeante quedó en el pantanal. La masa vil se hallaba viva y comenzó a moverse fuera del hueco en el que fuera concebida. El fango tomó una forma humanoide para proseguir con una destrucción sistemática allá donde se moviera. El engendro del mal se había gestado con el poder de aquellos dioses cósmicos que fueron atraídos a la tierra, a través de la sangre de miles de víctimas y por la depravación del vampiro más poderoso del orbe. Nada pararía a aquella criatura recién nacida, sería indestructible.
Como un presagio, las últimas palabras reverberaron dentro de la casa árbol, perdiéndose en ecos de espanto.
─Pero algo o alguien logró inmovilizarlo ¿no?─ Seguí con mi razonamiento─ Porque según dice la carta del clan de los Dacios, el hechizo bajo el que estaba el monstruo había dejado de funcionar.
─¡Eso es! En la antigüedad existió una raza de magos que se fueron extinguiendo al correr de los siglos. Seres muy poderosos, lo mismo que pequeños dioses, fueron los encargados de doblegar al golem, pero resultaron incapaces en sus intentos de exterminio.
─¿Por qué la magia antigua ha dejado de funcionar, justo ahora?
─Buena pregunta, joven Dirian─ Exclamó Fulco con vehemencia ─Es lo primero que debemos averiguar. Vamos a conectarnos todos al árbol, investigaremos mejor en conexión con las mentes de nuestros compañeros.
Nos desnudamos y nuestros cuerpos se fundieron con la conciencia arbórea. De inmediato nos hallamos interconectados con miles de vampiros que intentaban hallar una solución para el peligro que acechaba.
Al poco rato me abstraje de tanta cháchara y me desligué de la gente de mi clan para deslizar mi mente entre las raíces de miles de especies vegetales. El humus era un conductor estupendo para llegar a cientos de lugares. Un rugido espantoso resonó en mi cabeza; me había acercado al monstruo sin darme cuenta. Emprendí la retirada pero la curiosidad paralizó este movimiento defensivo. Procuré no pensar en nada y dejar que las imágenes llenaran el pensamiento. Una conciencia tenebrosa y podrida me llenó por completo. Aguanté todo lo que pude para sondear el alcance de tanta acumulación de maldad. En un resquicio de la mente del ser observé algo singular, fui testigo de que el ente era empujado por otras mentes ancestrales que se resguardaban allí, utilizando esa carcasa de poder ilimitado. Sentí un frío terrible y grité tratando de salir de aquello. Mi mente chirrió dolorida. Noté los tentáculos de los vegetales luchando denodadamente, en un intento de rescate desesperado. Con un alarido espeluznante salí despedido de la pared de madera hacia el centro de la gran sala. Mis compañeros seguían conectados a las mentes de los otros clanes. Nadie se había dado cuenta de mi excursión.
Me descubrí extraño, como si algo hubiera cambiado en mi interior. La experiencia había sido terrible y seguramente aparecerían secuelas. Intenté no preocuparme por esto y volví a conectarme con los miembros de mi clan.
¡No sé qué ha podido fallar! Los ocho magos hicieron sus sortilegios que irían más allá del tiempo.
─La magia ancestral se ha roto porque los dioses cósmicos desean una vuelta a este mundo─ Dije con total seguridad.
Todos quedaron en silencio. No se oía ni el crepitar de las raíces de los árboles. Al momento mi mentora contestó:
─¿En qué te basas para pensar eso, Dirian?
─En mi propia experiencia, los he sentido. He seguido el flujo de mis pensamientos y me han conducido hasta el golem. Le he permitido entrar en mi mente y ahí estaban, escondidos en un resquicio del ser, empujando el barro destructor igual que a un muñeco de cuerda, unos entes cósmicos, llenos de vacío y terror, algo indescriptible. Esperan que el golem de sangre produzca la aniquilación, violencia y mezquindad suficientes para abastecer sus almas degeneradas con este combustible de horror. Deben tener hambre. Son vampiros del sufrimiento y del dolor, con ellos se nutren y crecen.
─¿No te das cuenta que a través de ti, podrían haber accedido a todos nosotros y habernos barrido de un plumazo? ¡Eres un irresponsable! ¡Debería aniquilarte inmediatamente─ Gritó Fulco enfadado.
─¡No lo harás porque tiene sentido todo lo que ha narrado! Además si los entes cósmicos hubieran hallado algún resquicio por el que colarse hacia nosotros, estaríamos todos muertos. Ha sabido protegerse muy bien─ Contestó Mariel. Todos se mostraron de acuerdo.
─Como primer paso, habría que cerrar el acceso a este universo a esos vampiros galácticos. Después nos encargaríamos del golem─ Dije intentando no demostrar temor ante los ojos de Fulco que parecían dos carbones al rojo.
─Debemos consultar los grandes libros para hallar esta sabiduría ancestral de los antiguos magos y de la que carecemos los vampiros.
Nos desconectamos del árbol y Fulco dijo:
─Prepárate para partir joven Dirian. Tú, Mariel y yo nos vamos de viaje.
─¿No deberían ir los más antiguos?
─¡No! Existen tres poderosas razones para que seamos nosotros los encargados de esta misión: la primera que todos conocéis, soy el vampiro más viejo de aquí; la segunda, Mariel es la tutora y responsable del muchacho y la tercera, es sin duda la más importante: Dirian es el único que los ha visto y sigue vivo.
El Libro de las cinco Puertas.-
En menos de dos horas nos encontrábamos a bordo de un avión con destino a Luxor. Fulco apenas hablaba, encontrándose totalmente abstraído. Tanto Mariel como yo, desesperados ante su silencio, nos conectamos a su mente. Un caos de pensamiento nos absorbió. Cientos de imágenes volaban por doquier, entre ellas, pude distinguir las altísimas cordilleras del Tibet junto con las pirámides de Gizeh, en pensamientos superpuestos a velocidad de locura.
─¡Fulco! ¿Qué buscamos en Egipto, un libro quizá?… ¿Tal vez el Necronomicón del árabe loco Abdul Alhazred?─ Los pensamientos del viejo vampiro se tranquilizaron unos momentos y logré captar su atención.
─No se trata del Necronomicón. Es algo mucho más antiguo que ese libro─ Y se quedó unos instantes pensativo antes de continuar ─¡Lo hallaremos en el país de las pirámides, de la esfinge, de los antiguos dioses, donde habitaron los mayores magos que existieron en la historia de la humanidad! Sus estudios y secretos no los plasmaron en libros de papel, sino en las paredes de muchos de los ancestrales enterramientos de los primeros faraones.
─¡Eso es como buscar una aguja en un pajar! ¿Debemos visitar todas las tumbas? ¡Es un trabajo imposible!
─Ten en cuenta joven Dirian que he vivido, leído y escuchado historias y leyendas durante dos mil años de mi existencia. ¡Sé muy bien en qué tumba debemos mirar!
Me fulminó con sus ojos amarillos y seguidamente se sumió en el mar agitado de sus ideas. Mariel y yo cruzamos una mirada de resignación. No había nada que hacer hasta que el avión aterrizase.
Tomamos tierra bien entrada la tarde. No perdimos mucho tiempo en las colas de las aduanas. Fulco sabía resultar muy persuasivo con el enjambre de funcionarios que pululaban por allí. Alquilamos un taxi que nos condujo hacia el Valle de los Reyes. Cuando alcanzamos nuestro objetivo, acababan de cerrar el acceso a las visitas. Dos vigilantes apostados en la puerta, enarbolando sendos fusiles de asalto, nos indicaron que no nos acercásemos más. Fulco, durante unos breves instantes, los miró atentamente con una intensidad inusitada. Los hombres, igual que autómatas se dispusieron a franquearnos la entrada sin emitir la menor protesta.
─¡Eh, Fulco! ¡Siempre persuadiendo al personal en tiempo record! ─ Gritó alguien detrás de nosotros.
Nos volvimos sorprendidos para encontrarnos con un nutrido grupo de turistas, comandados por varios guías, pálidos como la luna.
─¡Vaya, vaya a quien tenemos aquí! ¡Los chupasangres de las tumbas!
Los turistas nos observaron con atención mientras intercambiábamos saludos y demás cortesías.
─¿Cómo va el negocio?─ Preguntó Fulco con una sonrisa llena de sarcasmo.
─¡Estupendamente! Nuestros gentiles acompañantes pasarán la velada en la tumba de Tutankamón. Esperan ver su espíritu y sacar unas fotografías esplendorosas de fantasmas y demás.
─¡Seguro que verán todo lo que les hayáis prometido! Y pagarán un precio muy alto por ello ¿verdad? ¿Unos cuantos litros de…sangre?
─¡Por supuesto! ¡Son nuestra cena! Hay que mimarlos. Si os apetece apuntaros al evento, seréis bien recibidos.
─¡Gracias, pero lo dejaremos para otra ocasión! Nos trae otro asunto muy urgente que no admite demora. ¡Buen provecho!
Los turistas, temblando de emoción y temor, se alejaron en pos de sus guías. Fulco, con paso seguro, denotando que conocía de sobre el camino, nos condujo hasta la tumba KV57. Antes de entrar en aquel agujero, vi las últimas luces del alba escondiéndose detrás de Meretseger, la colina tebana, la que ama el silencio, rematada en su cima por una pirámide natural.
El enterramiento presentaba porciones de su estructura inacabadas. Al ser de la dinastía XVIII, muy antigua, parte de los colores de las paredes se hallaban bastante deteriorados. Bajamos una escalera y exploramos tres corredores hasta alcanzar una antecámara y una sala hipóstila. Fulco nos guio por un pasillo lateral que desembocaba en la cámara funeraria. Dentro ya de la misma, siguiendo las indicaciones del anciano vampiro, pudimos admirar las representaciones de varios dioses, entre los que observamos la presencia del faraón Horemheb, anfitrión y dueño del enterramiento. Continuamos admirando los adornados muros llenos de bajorrelieves del Libro de las Puertas.
─¡Esto es lo que hemos venido a leer! Los fragmentos del Libro de las Puertas. Como podéis ver no es un libro al uso. En esta tumba se comenzó a representar por primera vez las hojas que componen el libro. Es, sin duda, algo parecido a una primera edición de la época. Luego, en años posteriores, su influencia se extendió a otros enterramientos.
Dicho lo cual comenzó a estudiar cada signo y representación minuciosamente. Mi mentora y yo guardamos silencio respetuosamente mientras el cerebro del vampiro se concentraba en aquel arduo trabajo.
Transcurrieron unas tres horas antes de que Fulco volviera a dirigirnos la palabra. Mientras él estuvo en ese trance, Mariel se dio una vuelta por toda la tumba, era un ser tan bello como inquieto y suponía un suplicio terrible estar esperando a que el vampiro terminara de hacer su estudio.
─¡Estaré cerca por si me necesitáis!─ Dicho lo cual desapareció por uno de los corredores.
Sin decir una palabra, me senté en el suelo contra una de las paredes bellamente labradas. Algo ocurrió, insólito sin duda, porque un instante después, los tentáculos que solían salir cuando me encontraba en contacto con el árbol que nos servía de morada, hicieron su aparición a través de mi camisa. Se clavaron en la roca y de inmediato me vi arrastrado hacia el alma pétrea que componía el enterramiento. El frío de la piedra no me afectó, pero he de decir que era muy distinto el contacto mental con la roca; prefería el del árbol, sin lugar a dudas, pero aquí no había elección. La pared quería comunicarme algo. Uní mi mente a aquella memoria pétrea y vi correr los siglos hasta el momento en el que la tumba fue construida. Siete personajes vestidos de ropajes muy ricos, confeccionados con el más fino y puro algodón blanco, adornados en cuellos y mangas de bordados de oro y pedrería, irrumpieron en el recinto, todavía vacío de cualquier representación pictórica. Entonaban unos cánticos con voz solemne. Supe que eran sacerdotes, los magos de aquellos antiguos tiempos. Con unos trozos de carbón escribieron varias fórmulas en una de las paredes de la cámara donde se alojaría el cuerpo del faraón.
─Debemos asegurarnos que las puertas que separan los dos universos, se puedan cerrar desde el que habitamos. El espíritu de Amenhotep debe poder moverse con libertad, pero también con la seguridad de que por esas aberturas no se cuelen los dioses tenebrosos. Hemos de construir cerraduras para ser accionadas cuando la amenaza se materialice.
Después de escribir unos cuantos jeroglíficos, repitieron en alta voz aquello que habían escrito.
La Puerta del Fuego se cerrará cuando la llama del candil se apague en el ocaso mientras se recitan las siguientes palabras: Con el humo de este último fuego se borrará el umbral de esta puerta, quedando cerrada para toda la eternidad
Después siguieron así:
─La Puerta del Agua se clausurará al cantar en alta voz mientras se arrojan cuatro dedos del líquido ancestral: Agua, fuente de vida, de frescor, de resurgimiento, aumenta tu poder para ser también un poderoso instrumento para destruir este paso para siempre
Las calvas rasuradas de los hombres relucían al fuego de las velas mientras seguían con su trabajo incansablemente, llenando las paredes de cientos de signos.
─La Puerta de la Tierra se condenará, cuando se grite con voz potente mientras se está postrado en la tierra: ¡Tiembla tierra feroz! ¡Enseña tus colmillos de cólera! ¡Destruye esta entrada, impide que los que no son tus hijos penetren en ti y te corrompan!
Los magos permanecieron trabajando incansablemente. Su magia era muy poderosa, tanto para abrir puertas al cosmos como para destruirlas.
─La Puerta del Aire se evaporará cuando un viento inusual, creado por la mano del hombre, sople con tal fuerza que estas palabras queden ahogadas en él: Fuerza arrolladora borra este umbral con tu boca de viento, como si nunca hubiera existido.
El último trozo de pared que quedaba libre, fue cubierto de caracteres en un santiamén, mientras los sabios decían:
─Ésta es la última puerta, la del Amor, la más fácil de abrir y más difícil de cerrar. La destruirán solo los enamorados de corazón de plata, los que unan sus destinos para siempre, los que estén preparados para morir el uno por el otro: Nuestro amor vivirá para siempre con la misma fuerza que destruirá este último pórtico.
Inmediatamente recuperé la conciencia. Los tentáculos volvieron a retraerse debajo de la camisa. Aturdido observé como Fulco, agotado, se dejaba caer en el suelo. Mariel apareció en la cámara:
─¿Has logrado averiguar algo?─ Preguntó la mujer dirigiéndose al anciano.
─Tenemos que destruir cinco puertas, las mismas que se abrieron hace miles de años para que los espíritus de algunas personas circularan entre dos mundos. En esta tumba seremos capaces de cerrar cuatro de ellas, pero la quinta no sé dónde puede estar.
─¡Yo sí!─ Contesté sin poderme contener. El vampiro me miró con fastidio en un primer momento y luego con asombro.
─¡Tú has estado allí! ¡Sabes el camino! Lo que desconoces son las fórmulas para clausurar esa abertura del cosmos.
Suspiré hondo antes de contarles mi nueva experiencia. Parecía el listillo del grupo, y esa sensación no me gustaba nada, ni a mis compañeros tampoco. Fui desgranando la vivencia, repitiendo cada palabra y acción de los sacerdotes con todo lujo de detalles. Cuando acabé, esta vez no hallé ira en la mirada de Fulco, sino un sincero deje de admiración.
Cerrando las puertas del éter.-
Agotados y hambrientos, dejamos el enterramiento de Horemheb y nos dirigimos al exterior para ir en busca de los vampiros que se habían llevado al numeroso grupo de turistas. Necesitábamos comer con urgencia, y qué mejor forma de hacerlo que aprovechar la apetecible sangre fresca que se nos servía en bandeja. Nos hallábamos al límite de nuestras fuerzas y aún tuvimos que recorrer la distancia caminando, ni siquiera nos quedaban fuerzas para un último vuelo.
Cuando aparecimos en la tumba de Tutankamon más conocido comoTut-ang-Aton, imagen viva de Atón, un faraón que sólo vivió 9 años de reinado, nos quedamos boquiabiertos. El enterramiento no era muy grande, el monarca murió muy joven y no tenía preparado todavía su “lugar para el más allá”, así que tuvieron que improvisar y ubicarle en esta pequeña tumba. Enseguida llegamos a la cuarta sala, la del sarcófago, y hallamos al gran grupo de extranjeros tirados en el suelo, amontonados unos encima de otros en un gran charco de sangre. Al acercarnos vimos la razón de aquella marea roja, uno de los vampiros había reventado de tanto comer y se retorcía de dolor entre las carcajadas de sus compañeros.
─¡Ayudadle inmediatamente!─ Gritó Fulco con toda la autoridad de sus 2000 años de antigüedad.
─¡Es que es tan divertido ver a este tragón obtener su merecido! Ja, ja, ja ¡Vaya, al fin te has decidido a aceptar nuestra invitación! ¡Pues llegas tarde!─ El vampiro siguió riéndose.
Los tres nos acercamos al herido que aullaba en medio de terribles dolores. Fulco sacó una aguja e hilo de un pequeño bolsillo de su chaqueta y comenzó a coser el estómago del vampiro mientras sus compañeros le sujetaban. Cuando terminó aplicó sus manos sobre el costurón y comenzó el proceso de cicatrización. Tuvo que interrumpir su trabajo a la mitad pues la debilidad hacía que sus manos temblasen descontroladas. Uno de los compañeros siguió con la tarea mientras nosotros tres buscábamos a las víctimas idóneas para alimentarnos. Encontramos seis que todavía no habían sido succionadas, las demás se hallaban vacías hasta el agotamiento. Nos las repartimos y bebimos grandes y suculentos tragos de sangre caliente. Cuando estuvimos satisfechos, que no ahítos, dejamos a las víctimas roncando tranquilamente. Observamos que la mayoría de los turistas se hallaban al borde del colapso.
─Pero ¿Es que no os han enseñado vuestros mentores a pasar lo más desapercibidos posibles en el entorno en el que vivís? Si mueren, mañana esto estará lleno de policías y será difícil terminar nuestro trabajo. ¿Qué pensabais, inconscientes?
─¡Solo queríamos divertirnos un rato!
─¿Habéis traído bocadillos y bebidas?
─¡Por supuesto, ahí están, en la bolsa! Nuestro plan consistía en despertarles antes del amanecer para que se recuperaran de sus “pérdidas”.
─¡Hacedlo ya y que coman o no sobrevivirán al nuevo día!
El vampiro herido se encontraba casi totalmente restablecido. Cuando abandonamos el lugar los turistas, al fin, habían recuperado la consciencia, y hacían ímprobos esfuerzos por masticar sus bocadillos correosos.
Salimos volando del recinto y nos dirigimos al bazar Jan -el- Jalili, en el corazón de El Cairo. Algunos comerciantes habían comenzado a abrir sus tiendas. Teníamos que adquirir todos los materiales necesarios para impedir que los dioses vampiros del cosmos, inhumanos, crueles y horribles, tuvieran más accesos del que ya disponían con el golem de sangre. No habían aprovechado todavía las puertas restantes, abiertas de par en par por aquellos antiguos sacerdotes, por la sencilla razón de que necesitaban a alguien que les sirviera de vehículo, un anfitrión para penetrar en nuestra realidad. Por el momento, solo les había servido el depravado Ivnón. Pero que hallaran a más monstruos, era solo cuestión de tiempo.
Encontramos la vela para el encantamiento de la Puerta de Fuego, el recipiente para llevar líquido, nombrado en los versos concernientes a La Puerta del Agua, y un ventilador al que se le podía acoplar un transformador, que serviría para clausurar la Puerta del Viento. Debíamos hacer tiempo hasta el momento en el que el sol estuviera a punto de ocultarse, detrás de la gran montaña, instante que retornaríamos a la tumba de Horemheb, para acabar nuestro trabajo.
Dimos vueltas por el mercadillo que ya bullía de gente autóctona y turistas de varias nacionalidades. Le regalé un chal a Mariel que, risueña igual que una niña, se lo puso envolviéndose la cabeza. Resultaba cautivadora con su tez blanca como el alabastro y esos ojos oscuros y sabios moviéndose inquietos, viejos y, a veces, inocentes.
Probamos un montón de especias de todos los colores imaginables, que se esparcían por el ambiente en sutiles nubecillas de olor. La única que nos deleitó porque le encontramos algo de sabor, tarea imposible para un vampiro, fue la canela. Nos entretuvimos en chupar los palitos fragantes uno tras otro hasta que se nos deshacían en la boca. Fulco nos observaba malhumorado. Yo le vigilaba por el rabillo del ojo mientras pensaba que si envejecer significaba volverse irritable e intratable, me resistiría todo lo que pudiera. El viejo vampiro leyó mi pensamiento y sus ojos fulguraron con más enfado. Puse cuidado con lo que dejaba traslucir en mi cabeza porque mis compañeros leían cada palabra de mis pensamientos. Miré alarmado a Muriel, ella seguro que había visualizado mi comentario de admiración. Si no hubiese sido un vampiro, en ese instante me hubiese ruborizado hasta las orejas…Puse barreras mentales inmediatamente para no resultar tan traslúcido.
─Debemos comer más, aunque no estemos aún hambrientos. A saber con qué dificultades vamos a bregar─ Comento Mariel dirigiéndome una sonrisa burlona.
─Ayer aprendiste otra lección, Dirian. No debemos llenar nuestros estómagos excesivamente puesto que puede ocurrir lo que viste, que estallen en mil pedazos. Aunque no nos causa la muerte, el dolor es horrible, lo sé por experiencia. Te aconsejo que bebas siempre con mesura─ Comentó Mariel metida muy en su papel de maestra.
Nos apostamos en un callejón estrecho, en el que apenas pasaba nadie. Las pocas personas que lo hicieron, retornaron a sus quehaceres pesando bastante menos.
Un perro nos comenzó a seguir. Aunque estaba sucio, tenía unos luminosos ojos color miel. Me pareció tan simpático que lo adopté. No era muy grande y debajo de toda aquella mugre, debía esconderse un pelaje precioso. Compre una pastilla de jabón y me dirigí a una de las fuentes que había en la calle. Comencé a enjabonar al chucho que se dejó hacer sin protestar. Fulco suspiró exasperado.
─¡Tendrás que dejarle cuando nos vayamos de aquí!
─¡No lo abandonaré! ¡Me lo llevaré allá donde vaya!
─Los vampiros no tenemos mascotas. No las necesitamos ni tú tampoco.
─Bueno, seré un vampiro con perro.
─¡Eres demasiado humano para mi gusto! Me dan ganas de darte un buen mordisco.
─¡Y tú eres demasiado agrio y protestón para ser un viejo vampiro!
─¡Basta ya!─ Dijo Mariel muy seria ─Parecéis parvulitos. Fulco, déjale que sea feliz. Ya decidirá si tiene que dejar al perro o no. ¡Es mayorcito!
La tarde fue avanzando y nos encaminamos hacia el Valle de los Reyes. Metí al perro en mi cazadora. Olía divinamente a lilas después del baño. Dejé unos centímetros de la cremallera bajada para que el bicho respirase. Era precioso, cubierto de un pelaje negro ensortijado y brillante. Estaba muy bien educado porque no ladraba, apenas emitía unos bramidos sordos cuando algún desconocido se acercaba a nosotros. Llegamos sin dificultad al enterramiento donde haríamos las ceremonias. Vimos que el sol estaba a punto de ponerse en el horizonte y emprendimos el camino de bajada a la cámara del sarcófago del faraón Horemheb.
Sentados en la cámara del sepulcro, comenzamos con las ceremonias ancestrales. Encendí la vela y el vozarrón de Fulco llenó cada rincón del recinto cuando dijo: Con el humo de este último fuego─ Ahí apagué la vela, siguiendo las indicaciones de los magos ancestrales ─ Se borrará el umbral de esta puerta, quedando cerrada para toda la eternidad.
Repentinamente un espantoso rugido resonó en la cámara mientras ésta temblaba sacudida por unas fuerzas invisibles. Los aullidos de frustración dejaron de oírse cuando la sala dejó de temblar. La Puerta de Fuego había quedado clausurada.
Con el recipiente lleno con cuatro dedos de agua, siguiendo la antigua medida egipcia, Fulco se dispuso a acometer el siguiente hechizo mientras Muriel arrojaba el líquido al suelo:
─Agua, fuente de vida, de frescor, de resurgimiento, aumenta tu poder para ser también un poderoso instrumento para destruir este paso para siempre
Antes de que terminara la última palabra sentí una presencia que me tanteó casi físicamente. Oí el gruñido del perro, ronco y fuerte. En una fracción de segundo un tentáculo con garras se materializó y me enganchó de un brazo. Comenzó a arrastrarme hacia un agujero invisible que cada vez se hacía más pequeño. El perro atacó aquella cosa con ferocidad impidiendo que me llevara con ella. El chasquido de la Puerta de Agua cerrándose, partió ese miembro horrible dejándolo enganchado a mi cazadora. Aparté el perro de allí, no fuera que aquel miembro pudiera meterse, de alguna manera, dentro de mi mascota. Dejé caer “el miembro” al suelo. Fulco encendió fuego e intentó quemar la garra. No hubo forma. Dejamos al viejo vampiro vigilando ese trozo de “ente” asqueroso y nos dirigimos a buscar una caja para encerrar la extremidad cercenada. Hallamos una jaula de pájaros muy antigua, pero en perfecto estado de uso. Enjaulamos aquella cosa, ayudándonos de varios palos, evitando en todo momento entrar en contacto con ella. Cogí al perrito y le examiné la boca; con una potente bocanada de aire le limpié cualquier rastro que hubiera quedado entre los dientes del can. Después le volví a poner dentro de mi cazadora.
Seguimos con la ceremonia de clausura de la tercera puerta, la de la Tierra. Nos tumbamos los tres en el suelo, boca abajo, puse especial cuidado en no aplastar al perro que nos miraba con curiosidad:
─¡Tiembla tierra feroz! ¡Enseña tus colmillos de cólera! ¡Destruye esta entrada, impide que los que no son tus hijos penetren en ti y te corrompan!
La sala comenzó a sufrir un seísmo muy violento. Algunos trozos del techo cayeron sobre nosotros. Si aquello se derrumbaba pereceríamos sin remedio. Esta vez los gritos inhumanos se escucharon muy lejanos, como si aquellos seres no estuvieran cerca de la puerta que se acababa de cerrar.
Pasamos al último hechizo, el correspondiente a la Puerta del Aire. Fulco se había quedado sin energía, tal era el esfuerzo requerido en pronunciar los encantamientos. Esta vez fue Mariel la encargada de repetir las palabras de poder, mientras Fulco y yo encendíamos el ventilador a toda potencia:
─Fuerza arrolladora borra este umbral con tu boca de viento, como si nunca hubiera existido.
Las palabras de mi compañera quedaron sepultadas en el ruido del aire del gran ventilador que teníamos funcionando. Repentinamente un pico gigantesco, de más de un metro se coló por la ranura que se cerraba ya, intentando ensartarnos y tragarnos. Tuvo que desistir en su intento asesino y desapareció con el último resquicio de aquel universo.
Todos respiramos profundamente, incluso el perro.
Parte de la tarea se encontraba acabada, pero aún quedaba la más ardua, cerrar la última puerta, la del Amor.
Los candidatos vampiros.-
Regresamos a casa en el primer vuelo de la mañana. El perro iba a mi lado en una pequeña jaula de viaje. Mariel sonreía con cierta ironía cuando me observaba hablar con mi nuevo compañero.
─Amiguito, qué bien te estas portando. Tendré que buscar un nombre para ti.
El perro me miró con ternura y al hacerlo un apelativo apareció rutilante en mi cabeza: Upuat. Sin duda era egipcio y tenía un poderoso sonido al pronunciarlo, pero no sabía muy bien si me lo acababa de inventar o correspondía a algún ser conocido.
─Escucha Fulco. Como eres el que más ha vivido de los tres, tal vez te suene de algo el nombre que le acabo de poner a mi perro, Upuat.
─¡Claro que sé muy bien de quién se trata! Corresponde a un dios egipcio que fue muy venerado en Abidos, en el Alto Egipto. Según la vieja mitología acompañó a Osiris, como guerrero, en su viaje a tierras remotas. Era invocado por los soldados para que los protegiese en la lucha y les ayudara a abrir caminos donde no existían, igual que lo hacía en la barca solar de Ra, cada amanecer, y con los muertos en el inframundo. ¿Por qué has elegido ese nombre?
─¡No lo sé! De repente apareció en mi cabeza. Por lo que has dicho representa a un ser poderoso, luchador y protector. ¡Eso me gusta! A ti también ¿Verdad Upuat?
El perro demostró su alegría con sordos gruñidos de satisfacción. Poseía un protector perruno, me encantaba esta idea.
Llegamos a nuestra morada bien pasada la tarde. Los del clan nos dieron la bienvenida y nos contaron un resumen de las últimas noticias sobre el golem de sangre. No eran nada buenas. Decidimos conectarnos todos juntos de inmediato, a nuestro querido guardián y protector, el gran árbol del parque, fiel transmisor de los pensamientos vampíricos.
Nos quitamos la ropa, pusimos las espaldas contra la cálida corteza y enseguida entramos en conexión con aquel ser que se fundía con cada uno de nosotros. Reconocí lo mucho que le había echado de menos en los días de viaje. En un instante, viajamos a la zona de los Cárpatos, entrando en contacto con uno de los clanes más importantes que habitaban esas montañas, el de los Dacios. Nos pusieron al día de los últimos pormenores sobre la extinción de la vida en cientos de kilómetros a la redonda.
─El golem a su paso va dejando la tierra yerma, igual que un desierto. Pero hemos detectado que en las extensas zonas en las que solo queda polvo, han surgido una especie de esferas ovoides del tamaño de un elefante. No sabemos lo que contendrán en su interior porque cuando nos hemos acercado a una de ellas, una descarga eléctrica descomunal nos ha derribado. Imagino que esta desolación sirve de cuna para el nacimiento de otros entes que ayudarán a convertir nuestro mundo en un lugar baldío. Conocemos de sobra vuestras hazañas al cerrar cuatro de las cinco puertas del cosmos. Debemos buscar una solución para deshacernos de los huevos y cerrar la última puerta. Han venido varios grupos de diversos clanes para enfrentarse al monstruo. Todos han sido exterminados. Tenemos que luchar de otra manera, debe existir un modo que resulte más efectivo.
Cuando nos desconectamos comenzamos a hablar entre nosotros.
─Creo que deberíamos probar con armas nucleares─ Dijo Oriol.
─Pienso que tampoco les haríamos ni un rasguño─ Contestó Fulco.
─Deberíamos atacar su mente con todas las nuestras unidas como si fuera una sola.
─Sí, podría ser el camino, pero falta algo. Según los hechiceros que abrieron el umbral, solo los enamorados, de corazón de plata que unan su destino para siempre y estén dispuestos a morir el uno por el otro, serán los encargados de destruir la puerta. Imagino que tendría que ser una pareja enamorada ¿Conocéis alguna que no les importe morir en esta empresa?
Se hizo el silencio más absoluto mientras las cabezas de todos los reunidos se afanaban en buscar a alguien con esas características.
─Quedan descartados los mortales, son más débiles tanto física como mentalmente. Conozco a una pareja de vampiros homosexuales que llevan juntos desde hace siglos. Se los sigue viendo muy enamorados. Tal vez estén dispuestos a realizar esta gran cruzada. Viven en París. Habría que ir a hablar con ellos.
Fulco asintió con la cabeza y fijó sus ojos centelleantes en los míos.
─Volvemos a viajar, chicos─ Nos advirtió Fulco ─ Esta vez iremos una decena de nuestro clan. No sé cuándo regresaremos a nuestro hogar, y si lo haremos alguna vez. La lucha es ya a muerte. Tenemos que hallar a los enamorados para que salven este planeta de su destrucción.
Visité a los que habían sido mis padres, sentía cierto apego por aquella pareja de ancianos. Me abrazaron igual que si fuera de la familia. Los encontré más viejos y acobardados. Arreglé el jardín, una tubería a punto de saltar, dos enchufes rotos y puse bombillas nuevas en las lámparas de toda la casa. En poco rato les hice la vida un poco más cómoda. Todavía notaba el nexo de pertenencia a esa familia como algo tangible, con lo cual las tareas las realizaba de mil amores. Los vi felices durante este rato. Eso era lo importante.
Al día siguiente, salimos para París. Encontramos al Clan de los Bois de Boulogne, refugiados en su cubil, las catacumbas parisinas. Accedimos a ellas por uno de los túneles del metro. Estaban constituidas por una muralla realizada en su totalidad con los huesos de seis millones de parisinos, formando una red subterránea de unos trescientos kilómetros. Si hubiera sido humano seguramente lo encontraría espeluznante pero como vampiro, lo hallé curioso, incluso íntimo.
Al fin conocimos a los dos enamorados, Polin y Marcel, sentado uno junto al otro, unidos por un invisible cordón umbilical. Sabían de nuestras últimas andanzas y observaron atentamente cada movimiento y frase con gran admiración. Nos sentamos a su lado y les explicamos con detalle en qué consistiría la misión. Al llegar al capítulo en el que ellos eran los elegidos como la pareja estrella para el trabajo, comenzaron a cambiar de color, cosa bastante curiosa para un vampiro. Se pusieron verdes igual que las esmeraldas y más tarde, rojos como el fuego.
─Yo os acompañaré─ Dije intentando infundirles un valor que no aparecía por ningún lado. Se cogieron de las manos y se negaron a moverse del lugar. Tenían un terror irracional a que uno de los dos muriera. Los candidatos no nos servían, el terror los bloqueaba con tan solo pensar en el peligro. Tendríamos que continuar con la búsqueda.
Se celebró una gran reunión en la que aparecieron algunas parejas voluntarias. La mayoría eran tan ancianos que sus movimientos se hallaban terriblemente anquilosados. Los más jóvenes, guerreros avezados, con ganas de aventuras, después de mucho hablar, no estaban dispuestos a dar la vida por su pareja si se presentaba el caso. Eso fue motivo para que dos pares de vampiros separaran sus caminos definitivamente.
─Resulta un tanto chocante que en Paris, ciudad por excelencia del romanticismo, no podamos hallar dos personas tan enamoradas que estén dispuestas a morir la una por la otra.
─Creo que si me enamorara, lo daría todo por mi chica─ Dije con total convicción. Mariel me miró algo perpleja y llena de curiosidad.
─No nos queda más remedio que ir visitando clanes por doquier─ Comentó Fulco asumiendo su papel de líder del grupo.
Viajamos inmediatamente para Alemania. Allí ocurrió casi lo mismo que en Paris. Los vampiros que podían, no querían morir o viceversa.
Salí a pasear y alimentarme con Mariel. Hacía tiempo que no me daba consejos de profesora. Nos hallábamos ya en la fase de compañeros. Adivinábamos lo que uno quería decir antes de pronunciarlo. Nos amoldábamos cada vez mejor el uno al otro.
En plena tarea de búsqueda de candidatos para cenar, encontré una víctima perfecta. Grande, oronda, con una salud excelente, una mujer que despedía un aroma maravilloso a sangre caliente y a canela. Upuat emitió un gruñido aprobatorio. Se había convertido en todo un cazador. El can atraía con sus gracias a numerosos individuos para que pudiera alimentarme. Era muy inteligente. Éste fue el caso. La señora se acercó para decir monerías al perro, quedando dormida bajo mi aliento. Inmediatamente llamé a Mariel que se hallaba a poca distancia de mí, acechando su comida. Le ofrecí el presente, en recuerdo de aquel día en el que nos hartamos de chupar palitos de canela en el mercadillo egipcio. Tomó el pesado regalo entre sus brazos y comenzó a saborearlo lentamente. Su rostro se transformó en un gesto de puro gozo. Olvidé por completo que debía comer, absorto como estaba en la observación de mi mentora. Cuando finalizó me dirigió una mirada tan intensa que la sentí en cada poro de mi piel. Desconcertado, no supe cómo catalogarla. En breves instantes mi mentora cazó un ejemplar para mí. No era tan suculento como aquella fragante mujerona, pero un regalo así no era para menospreciarlo, y menos viniendo de Mariel.
Juntos, nos perdimos por la Selva Negra, entre pequeños pueblos de plazas de piedra. Nos encaramamos a los pinos más altos para columpiarnos. Tocamos las campanas de una decena de iglesias mientras volábamos. Nos reímos y flotamos a merced del viento hasta la desembocadura del Rhin. El perro iba metido en mi cazadora al abrigo del frío de las alturas. Tan entretenidos nos encontrábamos que perdimos por completo la noción del tiempo. Estábamos hartos de buscar a los cruzados ideales, tarea que parecía casi imposible. En esas horas el problema se esfumo como por encanto y solo pensamos en divertirnos.
Cuando regresamos al cubil de los Lupus, Fulco nos fulminó con sus ojos de loco.
─¿Dónde os habíais metido? Nos vamos de viaje, aquí no tenemos nada que hacer.
Esta vez llegamos a Moscú. De allí nos perdimos por extensas estepas donde no había nadie, hasta alcanzar una gran población. Los del Clan Matrioska vivían al abrigo de un castillo de piedra, viejo y destartalado. En ese congelado lugar conocimos a los que, por fin, serían los candidatos ideales para cerrar la Puerta del Amor, Lara y Vladimir.
La pareja venía viviendo junta hacía más de quinientos años. Se habían casado cien veces por todos los ritos conocidos. Sostuvimos una extensa conversación con ellos y nos convencieron de que habíamos encontrado a los guerreros enamorados. Sabían de antemano los peligros a los que iban a exponerse y tenían miles de planes para atajar cualquier ataque. Les comunicamos que no era una lucha física sino mental. No entendieron nada. Habría que invertir tiempo en adiestrarles, resultaban brutales y un poco obtusos. Por la noche les someteríamos a un exhaustivo examen, tanto nuestro grupo como el resto de su clan. Debíamos ver si existía alguna fisura en su consistente cariño, base para resistir aquella fuerza inmensurable y llena de maldad.
Faltaban varias horas para la gran reunión, así que Upuat, Mariel y yo, salimos a dar un paseo. El perro hizo sus necesidades y compramos comida para alimentarle. Cuando finalizó, seguimos recorriendo la ciudad. Alquilamos una barca de remos y nos deslizamos por el río haciendo toda clase de juegos. Mientras yo pateaba el agua, mi mentora dirigía la canoa igual que si se tratara de un fueraborda, yendo a una velocidad de vértigo. Luego Mariel patinó un rato sobre las tranquilas y heladas aguas hasta que comencé a cantar a pleno pulmón canciones italianas, imitando a los gondoleros de Venecia. La mujer se reía a carcajadas mientras yo hacía el payaso a grito pelado. Hicimos una parada técnica para alimentarnos debajo de un puente. Unos cuantos pescadores intentaban coger algunos peces. Los probamos a todos y los fuimos puntuando por aroma y sabor de sus sangres. Ganó el que había pescado un esturión y le dimos un premio. Al llegar a casa encontraría algún que otro pez más en la cesta.
Seguimos con nuestros juegos, adentrándonos en el corazón de la ciudad, en la zona de los garitos. Observamos a un grupo de vampiros atacando a sus víctimas sin ningún miramiento. Apuraron hasta la última gota de sangre de sus venas. Los cuerpos sin vida de los humanos, fueron arrojados a una alcantarilla. De repente repararon en nuestra presencia.
─¡Vaya, mira quién ha venido a visitarnos! ¡Unos sabrosos extranjeros!
Eran alrededor de veinte individuos. Su expresión brutal y asesina fue el prólogo para la violencia que se desencadenó a continuación.
─¿Por qué los habéis matado? ¿Es que no os importa que nos descubran? ¿Los asesinatos de vampiros del pasado no significan nada para vosotros?─ Gritó Mariel muy enfadada.
─¡Habrá que informar de vuestro comportamiento, sin falta!
Los vampiros rusos nos rodearon. Instintivamente mi mentora y yo nos pusimos espalda contra espalda. Y así comenzó la lucha, cruel, despiadada, a muerte.
─¡Inmovilizarlos inmediatamente! ¡Los exprimiremos igual que a limones! ¡No hay nada mejor para comer que la sangre de vampiro fresca!
Nos habíamos topado con una tribu de vampiros caníbales. Mariel sabía de su existencia, pero para mí resultó un descubrimiento nuevo y bastante desagradable. No nos arredramos ante semejante compañía. El perro saltó de mi cazadora y comenzó con la labor de entretener al personal. Los mordisqueaba aquí y acullá, escurriéndose continuamente de entre las manos de los asesinos. Nosotros dos, unidos mentalmente, nos convertimos en una sola máquina de dar golpes, igual que un martillo pilón. Después de tres horas de dura lucha, logramos dejar a todos los miembros del grupo fuera de combate. Mariel sacó una soga con hilo de plata. Los fue atando a todos. Recuperé a Upuat que nos asombró con su destreza para hallar el punto débil de cada uno de los atacantes. Donde ponía las mandíbulas, machacaba carne y huesos en la embestida.
─¿No se desatarán?
─¡No lo creo! La cuerda está tejida con plata pura, es indestructible para nuestra especie.
─¡Avisaremos mentalmente al clan para que venga a hacerse cargo de ellos!
En breves minutos aparecieron varios integrantes de la familia Matrioska y, enseguida, se llevaron a los prisioneros. Nos agradecieron infinitamente la captura del grupo díscolo. Llevaban tras ellos décadas. Los caníbales eran expertos en hacer desaparecer a un buen número de la población humana. Hasta la fecha, habían logrado escapar de la policía del clan. Ya era hora de que alguien les diera su merecido. Seguramente se les extirparían las glándulas de melis que protegían la piel de cada vampiro y serían expuestos a las primeras radiaciones solares que los desintegrarían en segundos.
Volvimos saltando de chimenea en chimenea, haciendo intentos por alcanzar la luna que lucía en todo su redondo esplendor. Cuando nos acercábamos a la zona del castillo, unas sombras de nácar, vampiros sin duda, resplandecieron entre los arbustos. Distinguimos a Vladimir haciendo el amor a todo gas con una rubia fogosa que no era su compañera legal Lara. El hallazgo nos conmovió profundamente. La pareja ideal se había ido al traste. ¿Qué haríamos ahora? El perro, saltando entre los helados hierbajos, emitió un sordo gruñido mientras nos encaminábamos al puente levadizo de la construcción.
En breves instantes comenzaría la reunión de todos los vampiros del castillo Matrioska. Los dos nos sentimos tan descorazonados que nos abrazamos en busca de consuelo. Y hallamos tal alivio en estar próximos, enlazados que, de súbito, nos separamos para mirarnos profundamente a los ojos. No hubo palabras, su mente y la mía se dijeron todo lo que necesitaban, sin barreras, bañándose en las sensaciones del otro. Sellamos nuestro pacto eterno con un beso profundo y largo, lleno de mil futuros de los que seguramente no dispondríamos. Y así, cogidos de la mano, irrumpimos en la gran sala de reuniones
En la Puerta del Amor.-
Mariel, Upuat y yo, fuimos los últimos en llegar al antiguo salón del trono. El habitáculo era gigantesco y todavía ostentaba numerosos detalles de su glorioso pasado como edificio real. Los techos excesivamente altos, se hallaban llenos de pinturas alegóricas, desvaídas en las esquinas, mostrando batallas y luchas con dragones. Las lámparas, grandiosas y rutilantes, del más fino cristal de Murano, destellaban en cada punto de la estancia. Los colosales ventanales se revestían de los terciopelos más diversos, visiblemente ajados por el tiempo. Las alfombras, perdido el color en las zonas de paso, ocupaban la mayor parte del suelo, dejando entrever trozos de tarima, rallada y renegrida, justo en los puntos donde éstas no llegaban.
Los vampiros, unos dos mil individuos reunidos allí, se hallaban repartidos por toda la sala. Los más ancianos se sentaban en cómodos sillones; otros se les veía enganchados a las cortinas, columpiándose en las lámparas de cristal o colgando bocabajo de los artesonados del techo. Fulco, al otro lado del salón, lejos de la puerta, nos miró de hito en hito, fulminándonos con la mirada. Unimos nuestras mentes a la suya, informándole de las buenas nuevas. La mirada del viejo vampiro mostró unos instantes de sorpresa para, más tarde, emitir una señal de conformidad.
El jefe de aquel extenso clan abrió la sesión. Primeramente unos cuantos soldados de la guardia especial, trajeron al grupo de los caníbales para ser juzgados por su larga trayectoria criminal. Los delitos fueron leídos al detalle y, tras unos minutos de deliberación, los más viejos del clan, erigidos en jueces implacables, les condenaron a morir bajo los primeros rayos de sol del amanecer. Gimieron y suplicaron, e incluso intentaron liberarse de sus ataduras mientras proferían insultos terribles contra la jerarquía que había emitido el veredicto. Allí mismo les extirparon las glándulas de melis, de un tirón, eficaz líquido protector contra las radiaciones solares.
Acto seguido, mientras los alaridos de los condenados se perdían en la lejanía, camino de las mazmorras, dio comienzo el interrogatorio a la pareja de voluntarios para la gran misión. Se mostraban encantados de ser el foco de atención de tantos vampiros. Sus rostros iluminados por las sonrisas, hacían gestos exagerados a uno y otro lado de la sala.
─¿Estáis seguros de que no hay fisuras en vuestra relación? ¿Tan sólida es?─ Preguntó el jefe del clan.
─Para mí, solo existe ella─ Contestó Vladimir.
─Él lo es todo en mi vida─ Respondió Lara
─Entonces Vladimir ¿cómo se explica que hace escasamente media hora, estuvieses retozando con otra mujer que no era tu esposa, en los acantilados de la ladera?─ Gritó Fulco con vehemencia.
La sala se llenó de murmullos. Si el asunto no resultara tan transcendental para las dos razas, los humanos y los vampiros, la carcajada habría estallado igual que una gigantesca explosión, y los ecos de esta reunión habrían dado material para cotillear durante siglos.
En esta ocasión el silencio se hizo más elocuente que cualquier otro ruido en la estancia.
─Bueno…Ha sido un momento de debilidad. Pero esto no me sucede con frecuencia─ Añadió Vladimir.
─¿Cómo qué no? ¿Te recuerdo la chica de las trenzas moradas de hace una semana, o la de las ligas rojas, o tal vez las gemelas sangrientas del mes pasado?─ Le recriminó Lara.
─¿Tienes ganas de pelea, verdad? Posees una memoria muy frágil, querida. ¿Qué tal con el jovencito de la capa verde, el último que convertiste este año? Porque a ti te gustan tiernos, jugosos, con sabor a humanos…
Asistimos a un prolongado intercambio vergonzante de los pecados privados de una pareja que se disparaban los dos vampiros, cual dardos envenenados, hasta que intervino la jerarquía silenciándolos de inmediato.
─¿Tenemos alguna alternativa a estos dos?─ Preguntó el jefe del clan, visiblemente desmoralizado.
Muriel y yo, todavía cogidos de la mano, avanzamos por el pasillo central hacia el estrado donde se sentaban las más altas jerarquías vampíricas. Un murmullo de asombro resonó en la inmensidad del salón.
─¿Estáis seguros de vuestra decisión?
─¡Si, lo estamos!─ Contestamos los dos con una sola voz.
De inmediato abrimos las mentes para que todos los allí reunidos pudieran examinar nuestros sentimientos, y juzgaran si nos consideraban aptos para el gran trabajo.
─El lleva siendo vampiro cinco años. Es demasiado joven para una tarea tan delicada─ Apuntó uno.
─Pero ya ha entrado en contacto con el otro lado de la Gran Puerta. Es el único que ha llegado hasta allí y conseguido regresar sin sufrir ningún daño.
Después de un rato de cuchicheos y discusiones, el gran portavoz dijo:
─¡Os elegimos Mariel y Dirian como pareja estelar para proceder a la clausura de la última puerta y para eliminar al terror que nos está aniquilando! ¡Buena suerte y gracias por presentaros voluntarios!
Entre aplausos salimos de allí a toda prisa. Nos apetecía estar solos. No quedaba demasiado tiempo para estar juntos antes de entrar en batalla. Aprovechamos el resto de la noche para conectarnos a un árbol bastante grande que crecía bajo la protección del alero del patio de armas. Nos extrañó encontrar un olivo en aquellas latitudes, pero allí estaba. Dejamos nuestra piel desnuda para que el contacto con el ser vegetal fuera el idóneo. Enseguida nos fundimos con su alma de trescientos años. La savia nos alimentó y repuso la energía perdida en estos días de viaje. En contraposición, avivamos su sistema inmunológico para combatir a las plagas y le procuramos más sustento nutritivo al excavar más hondo el hueco donde descansaban sus raíces. El olivo agradecido, nos deleitó con escenas del pasado. Observamos guerras que habían tenido lugar en aquel castillo. Entre historias de amor, luchas y reconstrucciones de aquella imponente mole de roca, el amanecer nos sorprendió ahítos de savia y con las mentes entrelazadas como una sola. Nos vestimos, salimos al encuentro de Fulco y los nuestros. Enseguida nos dispusimos a viajar al aeropuerto más cercano para dirigirnos hacia los Cárpatos. En el instante de abandonar el lugar, oímos los gritos de los ajusticiados antes de ser calcinados por el sol. El horrible sonido nos acompañó el resto del viaje.
Vimos la desolación mientras nuestro avión se aproximaba a la desembocadura del Danubio. Después de aterrizar, nos dirigimos a la ciudad rumana de Orsova. Allí se libraría la batalla final, en las mismas Puertas de Hierro, barrera natural de roca, último reducto de los montes Cárpatos.
Nuestro amor estalló de improviso, lo mismo que una tormenta tropical. Así eran las caricias entre los vampiros, brutales, profundas, y sonoras. Menos mal que el lugar que habíamos elegido para nuestro primer encuentro se hallaba lejos de la parte civilizada. Por la noche, la víspera del gran combate, salimos a alimentarnos después de haber hecho el amor una docena de veces. En esta agradable tarea se nos fue una gran parte de la energía que teníamos acumulada. Todavía el hambre no era acuciante pero debíamos tener las baterías cargadas al máximo. De ello iba a depender nuestra capacidad de resistencia en la batalla final. Nos relajamos durante unas horas, sintiéndonos muy cerca, anclando el cariño compartido en lo más profundo de nuestro ser.
Cuando regresamos, Fulco salió a recibirnos y nos condujo al centro del gran campamento. Miles de vampiros se hallaban sentados en el suelo, conectados con buena parte de sus cuerpos al subsuelo. Mariel y yo nos desnudamos e hicimos lo mismo. Trajeron la jaula con el trozo del ente cósmico que había intentado atraparme. La puse a mi lado. La conexión de nuestro ejército se hizo una sola. Para mi sorpresa, en mi mente apareció Upuat ladrando alegremente.
̶ ¿Qué haces aquí, pequeño? ¿Cómo has logrado conectar conmigo?
̶ Un buen perro, jamás abandona a su amo en una situación peligrosa ̶ Y mientras decía esto con un vozarrón fuerte y poderoso, su aspecto fue cambiando hasta convertirse en un guerrero gigantesco, ataviado a la manera egipcia.
̶ ¡Eres un dios!
̶ Elegí ayudarte en esta empresa tan ardua. Te conduciré hasta la misma Puerta del Amor, te protegeré y lucharé por ti. Me has dado tu cariño y amistad cuando mi imagen era la de un perro. En agradecimiento, estaré a tu lado hasta el final, sea cual sea éste.
Me llenó de alivio poseer tan buen guardaespaldas, pero sentí una punzada de pena al no reconocer en aquel maravilloso ser al bueno de mi can.
Nos pusimos en movimiento yendo al encuentro del golem de sangre. En la mano llevaba la jaula con aquel pedazo de garra, perteneciente a un ente sanguinario, que todavía seguía retorciéndose entre las rejas. Enseguida alcanzamos esa mente depravada, corrompida y envenenada, en la que solo había lugar para la destrucción. El odio lo inundó todo tratando de echarnos de allí, en un principio, para instantes después proceder a la aniquilación. Upuat, sacando una pequeña vara de su shenti inmaculado, la dirigió hacia esa ola de maldad que amenazaba con ahogarnos. Del extremo del báculo salió la luz del sol, un rayo limpio y puro que destrozó la amenaza. Seguimos al guía a través de una marisma llena de pozos de pus y soberbia. Algunos de los nuestros quedaron atrapados en ellos al aproximarse demasiado. Luchando a brazo partido contra la envidia y la depresión, logramos esquivar los últimos obstáculos hasta alcanzar el alma de aquel ser. Era negra, pero no porque estuviera envuelta en carbón, como suele ser la de los vampiros, sino porque lo peor de nuestra raza y la de los hombres se hallaba allí, en una concentración singular, formando un triángulo duro y pestilente. Rayos incandescentes comenzaron a bombardearnos. Me concentré en aquella cosa repulsiva, quería destruirla para siempre. Mientras tanto Mariel y Upuat, flanqueando los laterales de aquel camino, luchaban contra las hordas de serpientes de odio que nos atacaban.
El alma oscura, de repente, se puso roja como la sangre y seguidamente, estalló. El monstruo se paró y cayó fulminado. Por fin había conseguido aniquilarle, no obstante, ahora venía la parte más difícil de la empresa. Teníamos que encontrar en su interior el umbral de la puerta, la que se hallaba invadida por una presencia cósmica y horrible. Con tiento, avanzamos a través de ese lúgubre paisaje, lleno de una pestilencia sin límites. Unos dedos de niebla comenzaron a deslizarse desde un rincón. Las hilachas se iban acercando amenazadoras. Habíamos topado con lo que buscábamos. La presencia terrible y gigantesca se materializó de improviso, delante de nosotros, dividiéndonos.
Quedé inmovilizado en un rincón, debilitado todavía por la lucha con el golem de sangre. Mi mente clamaba por un descanso para poder recuperarse. Desde allí pude ver a Upuat, báculo en mano, atacando aquella neblina espantosa que intentaba colarse por los agujeros de la nariz. Un calambrazo de un poder inimaginable sacudió al dios egipcio. Trastabilló unos instantes y cayó cuan largo era. Una garra ciclópea se dirigió hacia Mariel. Ésta retrocedió aterrada. La uña descomunal la alcanzó de lleno en el pecho, desgarrándoselo completamente. Sentí tanto dolor y rabia que venciendo el poder que me empujaba contra el suelo, me arrastré hacia mi amada.
Una boca ávida y monstruosa se materializó entre la niebla espesa y pestilente, dispuesta a tragarse el alma de Mariel. Observé la esencia de mi amor, saliendo de su pecho abierto. Mariel se desvaneció en la nada. Con un rápido salto agarré su alma de vampira y la empujé contra mi pecho desnudo, haciendo una pequeña incisión. Mi alma se hizo más pequeña para dejar sitio a la de Mariel. Sentí como las dos se unían formando una sola, más grande y poderosa.
El ente chilló frustrado al perder tan suculento bocado y vino a destruirme enfurecido. Metí la mano en la jaula y agarré aquel pedazo de zarpa que se movía sin cesar. Armado con ella, arremetí contra esa singular boca monstruosa en primer lugar y después destrocé toda aquella neblina insana que se cortó igual que la mantequilla. El ente gritó herido y se dirigió hacia el umbral de la puerta del Amor. Le hostigué para que cruzara al otro lado, y cuando lo hizo, pronuncié el conjuro con mi voz y la de Mariel al unísono: Nuestro amor vivirá para siempre con la misma fuerza que destruirá este último pórtico. El agujero se fue cerrando con rapidez hasta que se extinguió. Esta vez habíamos vencido. Rompí la conexión con todas las demás mentes y fui a decir adiós a Upuat que comenzaba a enderezarse.
─Siento no haber evitado la muerte de tu compañera─ Dijo Upuat.
─No importa, sé que los has intentado con todas tus fuerzas. Ella ahora forma parte de mí, no ha muerto, ha perdido su cuerpo pero sigue viva. Le buscaré otro que se ajuste a ella como un guante aunque tarde miles de años en hallarlo. Tengo todo el tiempo por delante.
Upuat se despidió y lo vi alejarse en la barca del sol, deslizándose hacia los reinos de la luz. Le echaría de menos.
Regresé al campamento. El ejército se había movilizado para quemar el cadáver del golem de sangre y los numerosos huevos que alfombraban la yerma meseta. Aquello ardió durante semanas hasta que no quedó ni rastro de su existencia. A partir de ese instante la tierra se tornó muy fértil. Los cultivos que allí se sembraban crecían en un tiempo record. Fue colonizada de nuevo por los humanos.
Los que quedamos del grupo, incluido Fulco, regresamos a nuestra ciudad y al árbol del parque.
Desde entonces, cada mañana, salgo antes de que amanezca para observar a la gente que viene a pasear a esta zona. Sigo buscando un cuerpo para mi amada. Aunque oigo su voz y la siento viviendo dentro de mí, echo de menos su cuerpo, poder tenerla entre mis brazos y sobre todo perderme en esos ojos de cientos de años. Estoy seguro de que pronto encontraré lo que busco. Lo presiento.
María Teresa Echeverría Sánchez : Novelas, libros de relatos, cuentos para niños, todo ello en Amazon, para descargar en lector kindle y en libros de papel.